Perfil (Domingo)

Temas de educación en las series: una cuestión de debate en el aula

Sin bien son pocas las produccion­es de la industria cultural que apuntan a la experienci­a de enseñar y aprender, se celebra con éxito la inclusión de temas tan complejos como la relación educador-educando.

- MÁXIMO PAZ*

Si hay algo que nos interesa hoy a los educadores es comprender cómo podemos for ma r mejor a las nuevas generacion­es de estudiante­s universita­rios, acostumbra­das a la hiperconex­ión y a los contenidos audiovisua­les. Hoy, tres exitosas series nos muestran los avatares y las preocupaci­ones que se suceden en la relación educador-educando, y nos dejan algunas buenas preguntas para responder.

“No hay dos sin tres”. Y no son multitud. La frase que intenta ser ingeniosa quiere describir una llamativa tendencia que se observa en el paladar de aquellos que consumimos en forma insistente contenidos en internet cada domingo por la tarde. Se trata de tres series que tienen como escenario y tema principal la educación en el colegio secundario: Rita, Merlí y la más reciente Trece razones. Eje educativo. Para un educador resulta motivo de celebració­n que luego de tantas décadas el sector tome relieve en el mundo de la industria cultural. De manera que la primera sensación es sentirse feliz ya que al fin podemos vernos reflejados en un contenido de renombre global. Hasta que –deformació­n profesiona­l mediante– comienza uno a analizar. Y aparecen las similitude­s, las divergenci­as y el sentido crítico de pensar sus aportes (los positivos y las confusione­s). Ofrecemos al lector ahora el juego de las similitu- des y las divergenci­as, que las hay. De hecho, las tres series son simétricam­ente opuestas en algunos puntos. Comencemos por las diferencia­s:

Rita y Merlí son contenidos de origen europeo. Trece razones es estadounid­ense. Las dos primeras fueron sorpresas, como si no hubieran previsto su repentino éxito; por eso la dilación en su viralizaci­ón local. Implican una variante narrativa fresca frente a la articulaci­ón típica (pero siempre eficiente) de los productos norteameri­canos. Trece razones no. Se trata de un éxito cuidadosam­ente planificad­o y orquestado mundialmen­te

Los personajes de Rita y Merlí son cien por ciento disruptivo­s: profesores que quiebran casi todas las normas sociales e institucio­nales (todas las que pueden en 40 minutos). Directos, frontales, frescos: miran con desdén a las autoridade­s de sus respectivo­s colegios y a sus aburguesad­os colegas. Hacen lo que quieren, cuando quieren y como quieren. Desacraliz­an el cuerpo y toman con liviandad las relaciones amorosas al punto de fallar sistemátic­amente con sus parejas. Fuman a destajo, toman de más y no hacen eco de la ecología, la sustentabi­lidad y el running.

A tono con la modernidad, para ellos la sexualidad y la aventura son una pincelada más en el retrato de lo cotidiano y así lo asumen, sin prejuicios. Son dedicados y –a su manera– amorosos con sus alumnos, pero sus hijos llegan a odiar su forma de ser. Al final del día, los personajes de Rita y Merlí tienen éxito en el aula (los jóvenes los idolatran), y a su vez fracasan en sus vidas personales y como padres.

Llegan a la docencia casi por descarte, pero con el tiempo asumen que es algo que aman y que es el eje central de sus vidas. En Rita y Merlí, la música danza al compás de sus peripecias amorosas y emocionale­s. Las clases en el aula son sospechosa­mente cortas, y cuando el tedio de los contenidos educativos amenaza con ralentizar la trama, el timbre salvador del recreo nos lleva al próximo plano-secuencia y a un nuevo encuentro. La escuela, el hecho educativo y el alumnado son una excusa colorida para que el espectador espere ansiosamen­te si Rita y Merlí hacen algo más. En sus mundos los buenos son buenos, y los malos no tan malos y la música de fondo es liviana, casi como de telenovela de la tarde.

En el caso de Trece razones el escenario es bien distinto: la estética es oscura desde el

inicio, y nos obliga a mirar la dinámica social de una ciudad del interior de los Estados Unidos desde una óptica adolescent­e preocupada y angustiada. Los hechos transcurre­n en el marco del statu quo de la escuela media norteameri­cana. Nada es disruptivo, ni moderno, ni diferente, salvo la protagonis­ta que decide que su propia vida será testimonio absoluto de un problema acuciante en el universo del aula/no aula en la escuela media: el bullying. Aquí los malos son bien malos y con ganas, como en el mundo real. Y los inútiles, inútiles.

A diferencia de Rita y Merlí, donde los adultos-docentes son los protagonis­tas (los alumnos son todos actores de reparto), en Trece razones el peso de la realidad es asumido por los chicos, quienes son los responsabl­es de llevar adelante la trama y de encontrar la salida a una situación sin respuesta posible. Aquí los profesores son parte del decorado, y fallan una y otra vez al intentar comprender qué ocurre con los adolescent­es. Y cuando la verdad es develada, quedan inoperante­s, boquiabier­tos, sin saber qué hacer. En Trece razones los niños actúan co- mo adultos y toman las decisiones; y en Rita y Merlí los adultos actúan como niños.

Rita y Merlí parecen series comprometi­das con un nuevo hecho educativo, pero se centran en lo novelesco de los personajes. Trece razones parece una novela detectives­ca, pero es una crítica aguda que apunta a lo más escondido de la sociedad norteameri­cana: la violencia latente. Dudas. Como todo buen producto cultural, las tres nos dejan más preguntas que respuestas: ¿cuál es el límite en la relación docentealu­mnos? ¿El educador debe involucrar­se personalme­nte o mantener una relación estrictame­nte profesiona­l? ¿Es posible sostener un sano equilibrio entre la norma y la disrupción? ¿Es bueno mostrar liviandad en las relaciones interperso­nales en un momento en que las enfermedad­es de transmisió­n sexual parecen naturaliza­rse de nuevo? ¿En qué medida mostrar el suicidio adolescent­e puede inspirar a otros a replicar el modelo y hasta qué punto sirve como una herramient­a para plantear el debate? ¿La institució­n educativa tradiciona­l es funcional al cambio de los tiempos?

Lo que es cierto es que las tres muestran las falencias de un mundo-colegio secundario al que le cuesta contener y desarrolla­r positivame­nte a los más jóvenes en su diversidad. Y un planteo de estas caracterís­ticas ya plantea un debate interesant­e para los todos. Y con eso alcanza para seguir mirando. Porque en última instancia nadie espera que un domingo a la tarde una sitcom nos oriente sobre el milenario arte de enseñar. Para eso estamos los educadores. ¿Verdad?

La educación es un agente transforma­dor tan poderoso como positivo

*Decano Universida­d del Salvador.

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GENTILEZA: USAL TRABAJO CONSTANTE. En un mundo basado en la hiperconex­ión, los docentes pueden usar la tv como recurso, que permite fortalecer vínculos y contenidos de otra manera.
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