Perfil (Domingo)

Esto fue una pipa

- LAURA ISOLA

Se cansó de las pipas; un poco como antes se había fastidiado de la figura humana. Antonio Bueno, que había nacido en Berlín en 1918 porque su padre español era correspons­al del ABC de Madrid en Alemania, estuvo en el colectivo de pintores llamado Pintores Modernos de la Realidad. La inconsiste­ncia de la reunión y más aún su declaració­n de principios “nos hemos reunido en un grupo fraterno para mostrar al público nuestras obras. La simpatía y la comprensió­n con las que este ha acompañado y apoyado nuestros esfuerzos durante estos años, la certidumbr­e de estar en lo real, de que tenemos razón nosotros y los otros se equivocan, nos han convencido de la oportunida­d y de la necesidad de esta exposición. Estamos unidos con nuestra fuerza, nuestra fe, nuestros ideales y nuestro respeto mutuo absoluto.” Esto último, por ejemplo, no se cumplió, y apenas llegaron a los dos años, entre 1947 y el 49. Las peleas internas y una cierta consagraci­ón hicieron que Bueno dejara de pintar esos cuerpos reales. Algo pasó con las pipas, entonces. Dejó de pintarlas y también de usarlas, cuando en 1958 volvió de Estados Unidos con muchos pedidos de sus cuadros. Las rompió todas e hizo la última pintura con los pedazos del éxito comercial. Le desconfiab­a como a los contratos con las dos galerías norteameri­canas que le ofrecían quedarse. En cambio, quiso volver y en Italia, donde nadie le había prestado alguna atención, ahora querían sus pipas. Con las que él y su hermano Xavier fumaban, cuando eran estudiante­s en Ginebra. Fue en 1959 que realizó El cementerio de las pipas. Un cuadro que indica el fin de una temporada. Los restos que dejó alguien que nunca quiso vender humo.

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