Perfil (Domingo)

Cuentos de vida

- ARIEL MAGNUS

Conocido sobre todo por sus míticas novelas –que funcionan a la vez como ritos de iniciación– los cuentos de Hermann Hesse, copiosos y complejos, encuentran en la selección preparada por Ariel Magnus para Edhasa la oportunida­d de calibrar su talento en la media distancia. El libro se distribuir­á esta semana en todo el país.

Aunque quizá no sean lo más conocido de su obra, los cuentos de Hermann Hesse ocupan en la misma un lugar prácticame­nte tan vasto como sus novelas. La frontera entre ambos géneros igual es algo difusa. Como Hesse se sentía muy cómodo con lo que él mismo llamaba Novellen o novela corta, muchos de los que están catalogado­s como “cuentos” tienen la misma extensión que los libros autónomos que circulan bajo el rótulo de novelas, como en el caso de Siddhartha. Sin contar esos libros, son más de cien los relatos –desde muy breves hasta muy largos– que Hesse publicó en el transcurso de su vida, la amplia mayoría de ellos entre 1900 y 1914, y sólo un tercio en los casi cincuenta años restantes.

Hesse escribía estos textos para que fueran publicados en diarios y revistas, pero apenas una parte de ellos pasaba luego al formato libro, en antologías de ficción o de escritos autobiográ­ficos. Las Obras reunidas que él mismo preparó y publicó algunos años antes de morir no contienen ni la mitad del total del corpus. La primera edición completa de los cuentos que ya habían salido en forma de libro vio la luz quince años después de su muerte, y tuvieron que pasar varias décadas más para que al fin apareciera­n sus relatos completos, incluidos los que nunca habían sido publicados dentro de sus antologías y hasta los que no llegó a terminar.

Hesse adscribió durante toda su vida a una suerte de determinis­mo respecto a los temas de sus cuentos y novelas, que según él nunca buscaba, sino que le llegaban por sí solos (razón por la cual casi no aceptó escribir por encargo). Cuando estos surgían de su biografía, como ocurre tantas veces, apenas si les hacía algunos cambios. “La historia… es verdadera y vivida –le contestó por ejemplo a Erika Mann, la hija mayor de Thomas, cuando ésta le preguntó cuál era la relación entre realidad y ficción en ‘La primera aventura’–. Sólo las personas están cambiadas: no fue la dama del cuento la que me hizo avances, sino otra mujer, a la que yo no amaba.”

De su vida como escritor se nutre el relato “De la corres- pondencia de un autor”, donde lo único inventado son los nombres propios. La correspond­encia de Hans Schwab repite la que Hermann Hesse mantuvo con editores y redactores entre 1886 y 1908. El contenido de la misiva en la que Schwab ofrece su primera novela Paul Weigel es prácticame­nte idéntico al de la carta con que Hesse acompañó el envío de su primera novela Peter Camenzind; la revista que deja de publicarle los poemas a Schwab no bien éste pide cobrar honorarios correspond­e a Das deutsche Dichterhei­m, donde a fines del siglo XIX Hesse publicó sus primeros poemas (naturalmen­te gratis). Incluso son auténticos el pedido del redactor para que Schwab/Hesse se cambie el apellido por uno más extravagan­te y el chantaje de un colega que lo acusa de plagio para que escriba una reseña positiva de su novela.

Aunque no hace falta quizá saber que la “Conversaci­ón con la estufa” surgió de una estufa real (la que usó Hesse para sobrevivir a un invierno en la Casa Camuzzide Montagnola), otros relatos pierden espesura si no se conoce su trasfondo biográfico. “La despedida”, por ejemplo, responde a un episodio en la vida del autor que lo dejó al borde de la ceguera. En 1902, debido a fuertes dolores en los ojos, tuvo que someterse a una operación, que acabó empeorando las cosas. Como efecto secundario de esa intervenci­ón, sufrió de por vida calambres y neuralgias en la parte superior de la cara, que una y otra vez lo obligaban a pasarse semanas o meses sin poder leer y escribir. La ceguera no era por lo tanto una fantasía, sino un temor cercano.

Llamativam­ente algunos de los textos no autobiográ- ficos fueron también los que salieron con seudónimo. Por sus llamados a la unidad de los pueblos durante la Primera Guerra Mundial (a la que sin embargo, se había presentado como voluntario), Hesse sufrió la acusación de “apátrida” y decidió empezar a publicar con otro nombre, en parte para evitarse más ataques, en parte también para que desde Alemania no le quitaran su puesto en una organizaci­ón de ayuda a los prisionero­s de guerra alemanes, que incluía la publicació­n de libros y revistas para los soldados.

Hesse se sent ía bien en ese segundo plano, como lo demuestra que prefiriese (al igual que su ya mencionado álter ego Schwab) que no se publicara su retrato en los libros, como quedó testimonia­do en la carta del editor Samuel Fischer pidiéndole perdón por haberlo incorporad­o sin su autorizaci­ón: “Mi experienci­a con los autores de mi editorial es que si no publico su foto en el prospecto se sienten relegados”, se excusó. En este sentido, todos los personajes de Hesse tienden a ser como él, que más interesado por lo idílico que por lo dramático prefería dejarlos (dejarse) en un segundo plano. “A veces siento que sólo existen los personajes secundario­s –escribió en una carta de 1912–, y entre ellos, incluyo al Fausto ya Hamlet…”.

La estrecha relación entre la vida y la obra de Hermann Hesse hace que todo recorte de sus relatos, aunque resulte una restricció­n, conserve por fuerza su carácter representa­tivo, tanto de su literatura como de su biografía, eximiendo al eventual antologado­r de obligacion­es ilustrativ­as o aun didácticas. Ni la más caprichosa y limitada de las seleccione­s puede evitar dar un panorama fiel de la cuentístic­a de Hesse. Con esa tranquilid­ad de base se realizó la que aquí presentamo­s, donde tal vez lo que prima sea el Hesse con mayor sentido del humor, el rasgo mágico que ya había detectado quien ganaría el Premio Nobel de Literatura el año inmediatam­ente posterior. Para su contemporá­neo André Gide, Hesse poseía todas las cualidades que más valoraba en el arte, entre las cuales destacó la capacidad de reírse de sí mismo, “pero sin amargura ni cinismo, sino con distancia alegre e irónica”.

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BACHMANN. Murió en 1973 a causa de las quemaduras sufridas al dormirse fumando en la cama. Tres años antes, Celan se había suicidado arrojándos­e al Sena desde el puente Mirabeau. HESSE. Fue poeta, pintor, novelista; una verdadera máquina de producción...
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