Trabajadores de una industria
Todo empezó con un post en Facebook. Uno de nosotros se atrevió a cuestionar el vínculo entre las editoriales y los autores. Ya se sabe cómo son de imprevisibles las redes sociales. La mecha se prendió enseguida. Lo que siguió fue un largo debate que incluyó acusaciones, opiniones coincidentes, un mentiroso “escritores vs. editores” y una certeza: el problema existe. El libro es el único producto de un mercado pequeño y difícil, pero mercado al fin. Los autores somos la piedra fundamental de una industria que da trabajo a mucha gente y genera mayores o menores ingresos, pero los genera. Sin embargo, nuestra participación en las ganancias es ínfima y muchas veces inexistente. Tampoco nuestra opinión suele ser tenida en cuenta a la hora debatir, planificar, proyectar, decidir sobre nuestro sector. No me refiero sólo a los autores de literatura o los poetas incomprendidos. Cualquiera de los que combinamos las palabras para construir un texto que luego será convertido en libro sufrimos el destrato por parte de la industria a la cual pertenecemos. No importa qué estante de la librería nos toque, todas y todos somos trabajadores de esa industria. Para reconocernos como tales, reflexionar sobre nuestra precariedad, discutir, exigir un trato más justo, aquel posteo de Facebook devino en reuniones donde le dimos forma a un grupo*, a una solicitada y a un blog, uniondeescritorasyescritores.wordpress.com, con algunos consejos para firmar un contrato editorial. No somos los primeros en intentar una construcción en común. Entendemos que no todos los involucrados pueden responder a nuestras demandas. Pero exigimos reglas claras. Necesitamos saber cuáles serán las condiciones de nuestra relación con las editoriales y que esas condiciones sean cumplidas. Queremos discutir algunas de las viejas malas costumbres que giran en torno a nuestra actividad: preguntarnos por qué no somos invitados a los encuentros que se organizan para debatir sobre las problemáticas del sector; qué pasó con las políticas públicas relacionadas con nuestra área, cuyo ejercicio disminuyó en los últimos años; por qué sólo nos corresponde una ganancia del 10% de la venta de nuestros libros. Aunque el nuestro sea un oficio solitario, compartimos los mismos reclamos, nos hacemos las mismas preguntas, nos reconocemos trabajadores de una industria que insiste con precarizarnos. Esta unión es un primer paso. Veremos hasta dónde somos capaces de llegar. *Al cierre de esta nota el grupo lleva más de 300 escritoras y escritores que han firmado la solicitada, entre los cuales destacan Claudia Piñeiro, Selva Almada, María Sonia Cristoff, Marcelo Cohen, Leo Oyola, Samanta Schweblin, Tamara Kamenszain, Gabriela Massuh y Alberto Giordano.