Perfil (Domingo)

¿Dónde está Santiago Maldonado?

- BERNARDA LLORENTE* Y CLAUDIO VILLARRUEL**

Está en las canchas, colegios, oficinas. En las conciencia­s de aquéllos que lo buscan y en las conciencia­s que lo niegan. En las multitudin­arias marchas callejeras, en el reclamo de famosos e ignotos, en los medios internacio­nales, en las redes y en la calle. Santiago Maldonado está en todas partes y en ninguna.

La suerte que haya corrido este joven de 28 años, que eligió transitar por los confines de una realidad a la que el poder le suele dar la espalda, nos vuelve a interpelar acerca de un pasado que se suponía desterrado en la construcci­ón del presente y del futuro. Más allá de algunos focos que resistan, el gen argentino posdictadu­ra está felizmente contagiado de memoria.

Quizás es lo que nunca entendió el gobierno de Cambiemos, al que –más allá del discurso– pareciera costarle aprender de sus errores. La gigantesca movilizaci­ón al cumplirse un mes de la desaparici­ón forzada de Santiago, la marcha del 24 de marzo o el generaliza­do repudio a la aplicación del 2x1 a los represores, habla de funcionari­os que piden disculpas cuando “no pasa”, pero reinciden cuando creen que es posible. Ante un reclamo por Maldonado que comenzó tímidament­e, la estrategia oficial fue restarle trascenden­cia, sembrar pistas falsas que regaron algunos medios y, sobre todo, resguardar a Gendarmerí­a como fuerza principal y de choque. “No voy a tirar a un gendarme por la ventana”, “Yo me la banco”, afirmaba desafiante la ministra de Seguridad en el Congreso, como si se tratara de medir atributos personales o de decisiones personalís­imas.

Poco importa. Lo sustantivo es que el Gobierno “politizó” el caso por acción y omisión, por voluntad y por impericia. Lo politizó al negarlo, al no investigar a la fuerza de seguridad que actuó en la represión de la protesta, al no asumir la responsabi­lidad sobre esa fuerza, al no poner todos los recursos disponible­s en función de su búsqueda. Lo “politizó” el Presidente que durante más de treinta días no mencionó palabra alguna sobre la desaparici­ón ni se acercó a su fami- lia, o al bajar la orden a sus funcionari­os –según acotó Mirtha– de que del tema no se hablara en los medios. Lo “politizó” algún que otro periodista enardecido al anunciar que “nos han declarado la guerra”, sin precisar quiénes ni por qué. ¿La disyuntiva?, “voto o Molotov”.

Más preocupado­s por contrarres­tar los efectos mediáticos que por el paradero de Santiago, la sobreactua­ción de la policía tras la marcha, con una clara “infiltraci­ón” entre los revoltosos, terminó con algún fotógrafo o transeúnte detenido, pero quedaron libres los “militantes uniformado­s” y violentos que gritaban “uno” para no ser confundido­s y arrestados. Hubo un claro intento por imponer otra agenda. A la movilizaci­ón genuina, amplia, masiva, le respondió con violencia. Se trata de crear un clima enrarecido, de ocultar lo obvio, lo que molesta. Mientras los diarios del mundo narraban admirados cómo cientos de miles de argentinos poblaban las calles para exigir la aparición de un desapareci­do en democracia, muchos medios locales titulaban con “disturbios”.

A veces la realidad se empecina y se impone. Recientes encuestas, elemento imprescind­ible en el universo de Cambiemos para fijar o corregir políticas, indican la necesidad de un volantazo. El relato nutrido de hipótesis falsas y absurdas, ensañándos­e y responsabi­lizando a la “víctima” por sus desgracias, parece tocar sus propios límites y empieza a preocupar a un Presidente que mide sus acciones en función de octubre. A esto se suma la decisión del fiscal Federico Delgado de que la Justicia investigue la responsabi­lidad de Gendarmerí­a y del gobierno de Macri.

Cambiemos intentó imponer el discurso: la política de la “antipolíti­ca”. Quizás por ello se sorprenda de una reacción colectiva tan potente. Una sociedad que tiene 30 mil desapareci­dos por la dictadura y algunos en democracia sabe que la verdadera grieta se abre y profundiza si una comunidad se distrae, cree cualquier cosa y empieza a mirar para otro lado.

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