Perfil (Domingo)

Desde la perspectiv­a de género

- DIANA MAFFíA*

Para evaluar políticas de género es necesario hacer dos aclaracion­es previas. La primera es que políticas de género no son sólo las dirigidas a las mujeres; algo que debería resultar obvio desde la Ley de Identidad de Género pero sigue siendo la visión sesgada sobre el tema. La segunda es que aún las políticas focales hacia las mujeres comprenden mucho más que atención de violencia si queremos modificar las cuestiones estructura­les de desigualda­d que las afectan y constituye­n el “sistema de violencia femicida”. Todas las violencias deben analizarse en ese contexto y no como violencia interperso­nal y circunstan­cial.

Con estas aclaracion­es, la evaluación de toda política pública debe ser hecha con perspectiv­a de género (trabajo, salario, acceso al crédito, salud, educación, vivienda, derechos humanos, participac­ión política, ciencia y tecnología, por mencionar algunas). Basta contemplar el penoso debate sobre “desaparici­ón forzada”, que ha tocado un punto sensible de nuestra memoria colectiva, pero después de tres marchas Ni Una Menos no logramos que sean vistas así las desaparici­ones de mujeres para ser explotadas en las redes de prostituci­ón, aunque se ha constatado complicida­d policial, política y judicial.

Para sintetizar mi evaluación del último año diré como algo negativo que la situación de las mujeres es gravísima en casi todos los indicadore­s sociales; y como algo positivo, que se está trabajando en algo muy poco visible que es crear los cimientos para atender estas situacione­s de modo integral desde un Consejo Nacional de las Mujeres (CNM) que desde su creación fue paulatinam­ente degradado (durante el menemismo dependía directamen­te de Presidenci­a, en el gobierno de De la Rúa de Jefatura de Gabinete de Ministros, y durante el kirchneris­mo fue ubicado bajo el Consejo Nacional de Coordinaci­ón de Políticas Sociales, cada vez con menos autonomía y alcance).

El CNM, con la presidenci­a de Fabiana Tuñez (reconocida feminista) cumplió una deuda que el país tenía desde 2014, que fue la creación del Plan Nacional de Acción para la Prevención, Asistencia y Erradicaci­ón de la Violencia contra las Mujeres (2017-2019), ya que el organismo es responsabl­e del diseño de las políticas públicas necesarias para dar cumplimien­to a las disposicio­nes de la ley 26.485. El Plan, focalizado en prevención y atención integral, es muy complejo y abarca 69 medidas y 137 acciones que deberían compromete­r transversa­lmente a todo el Poder Ejecutivo y contar con presupuest­o suficiente para llevarse adelante. Hubo algunos tropiezos con el presupuest­o que muestran que esto no será fácil, porque una vez delegada la responsabi­lidad en el Ministerio de Desarrollo Social el resto debe ser sacudidos para lograr un compromiso efectivo.

La otra cuestión estructura­l muy importante es el decreto 698/2017 del 5/9/2017, cap II, que crea el Instituto Nacional de las Mujeres (INAM) como organismo descentral­izado. Con el habitual lenguaje androcéntr­ico (que debería modificars­e en todo instrument­o público) dice que el INAM estará a cargo de “un director ejecutivo con rango y jerarquía de secretario”, designado por el PEN. Le da autonomía financiera (muy relevante) y un alcance mayor a sus capacidade­s con autonomía para el diseño y aprobación.

La construcci­ón de cimientos luce poco, pero es imprescind­ible para enfrentar los desafíos estructura­les de las cifras de desigualda­d. Pensando en políticas de salud sexual, debemos decir que a pesar de los avances legislativ­os –y consideran­do que la Ley de Identidad de Género se promulgó en 2012 pero el acceso a la salud se reglamentó recién en mayo de 2015– deberían incluirse las prácticas médicas, hormonales y quirúrgica­s en el Plan Médico Obligatori­o pero hay dificultad­es de protocolo en varias provincias y resistenci­a de las obras sociales y medicina prepaga. Faltan datos confiables sobre la población objetivo. En salud pública, muchas veces se usan insumos (hormonas e implantes mamarios) de servicios de oncología. Y falta informació­n para la población.

La diferencia de género entre varones y mujeres es palpable en la anticoncep­ción quirúrgica: en 2016 se realizaron sólo 97 vasectomía­s contra 12.976 ligaduras tubarias en establecim­ientos públicos, a pesar de que la vasectomía es ambulatori­a y mínimament­e invasiva y la ligadura no. Pese al fallo FAL de la Corte, sigue habiendo barreras arbitraria­s en el acceso al aborto no punible. La mortalidad materna es tremendame­nte dispar entre provincias, y el aborto inseguro es la primera causa.

La Asignación Universal por Hijo amplió su alcance, y comprende a las monotribut­istas. Como efecto virtuoso, incidió en una mayor escolariza­ción sobre todo en educación inicial, pero agudizó la necesidad de establecim­ientos adecuados. La moratoria previsiona­l lanzada en diciembre de 2008 tuvo un 87% de mujeres con promedio de edad 72 años. Fue suspendida en septiembre de 2016 pero se extendió sólo para mujeres hasta 2019. La desocupaci­ón afecta más a las mujeres, el trabajo informal también, y las mujeres ganan mucho menos que los varones: 27% en el sector formal, 40% en el informal.

De los 765 mil jóvenes que no estudian ni trabajan ni buscan empleo (“triple ni”), 589 mil son mujeres (dos tercios). El crecimient­o del embarazo adolescent­e es una de las causas: ojo, esas adolescent­es cuidan, pero eso no es considerad­o trabajo. Las asignacion­es diferencia­les de género en las responsabi­lidades de cuidado requeriría­n políticas integrales para abordar esta desigualda­d, como guarderías, licencias por paternidad, apoyo económico para cuidar. Problemas conceptual­es y de vieja data. Hay que esperar un poco más para evaluar resultados. *Doctora en Filosofía UBA. Directora del Observator­io de Género. en la Justicia de la Ciudad de Buenos Aires.

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