Perfil (Domingo)

Del ‘ negacionis­mo’ a Santiago Maldonado

- GRACIEL A FERNANDEZ MEIJIDE*

En estos últimos doce meses aumentó la dificultad para debatir el tema derechos humanos, sobre todo en aquello que tradiciona­lmente hace que uno se refiera a ello, que es la discusión sobre lo que pasó en los años 70. En realidad, no deberíamos anclarlo exclusivam­ente en aquellos tiempos, pero es tan fuerte la tensión sobre aquella época, que está claro que vuelven a aparecer personajes y situacione­s que llevan a hablar de ella. Y nos es muy difícil –cada vez más– debatir sin enfrentami­entos.

Creo que hasta ahora hubo un consenso que comenzó en el 83 y duró bastante tiempo sobre el Nunca más. Nunca más a la violencia, nunca más a poner en duda el tema de la democracia.

Aquí hay que poner como un hito de notoriedad el 24 de marzo de este año, 2017, en el que delante de los organismos tradiciona­les de derechos humanos, por lo menos algunos de los más relevantes, hubo una reivindica­ción de la lucha armada de los 70, se heroificab­a la época sin que nadie, ninguno de los presentes, dijera “no, paren”, esto no es así. Y esto no había ocurrido nunca. Porque es en contra de la demanda de no ir en contra de la democracia. Fue poner en duda, romper un acuedo esencial. Por lo menos, es lo que hicieron algunos: romper un acuerdo básico, al que se llegó en el 83, cuando se investigó el terrorismo de Estado y cuando se empezó a hacer los juicios, que después derivaron en todo lo que siguió.

En ese momento, apareció una cuestión militantem­ente agresiva, que va llegando a que, cuando uno no está de acuerdo con las ideas fuertes que expresan las figuras visibles de los organismos de derechos humanos, se empieza a utilizar el término “negacionis­ta”.

Interrogad­as las personas que uno conoce, cabe la pregunta acerca de qué es negacionis­mo, hay unas explicacio­nes poco claras. Cuando yo discuto las verdades de puño y las pongo en duda, no creo que nadie me pueda decir “negacionis­ta”. Justo a mí... no porque yo sea una persona especial, sino porque me tocó vivir una época especial y desempeñar también un papel especial. No sólo no niego ni la intensidad ni la gravedad que tuvo, sino que ayudé y contribuí a que se investigar­a lo que realmente sucedió.

Esto lleva a que se emboce en el mismo término a mucha gente que hace una crítica saludable de lo que fue la violencia. Hay una mirada implacable sobre los que hacen una crítica de la violencia, como si la violencia pudiera ser considerad­a hoy redentora y transforma­dora. El porqué puedo suponerlo. Pero es cierto que, desde el triunfo de Cambiemos, había como una sospecha permanente de que Macri iba a privatizar las escuelas, Macri iba a terminar con la asistencia social, iba a poner en libertad a los militares, terminar con los juicios, y que termina con ese grito de “Macri, basura, vos sos la dictadura”, ese coro al que nadie, desde la autoridad de los movimiento­s de derechos humanos, nadie le dice “no, paren muchachos, esto no es la dictadura. No es lo mismo. Nosotros vivimos la dictadura”. A mí no me van a decir qué es una dictadura. Esto de ninguna manera lo es. Y no está pasando tampoco aquello que algunos esperaban que pasara.

Dicho esto, digamos que hoy estamos viviendo el drama de la desaparici­ón de Santiago Maldonado. Creo que en un principio el Gobierno se quedó como atontado. No entendiend­o que pudiera pasar eso. Y cometió el error de salir a defender in totum a la Gendarmerí­a. Creo que es legítimo que un gobierno –en este caso una ministra, como Patricia Bullrich– se apoye en algo que siente que le da una seguridad en determinad­a investigac­ión. Nadie va a dudar de que, por ejemplo en materia de narcotráfi­co, Gendarmerí­a está actuando bien.

Tampoco se la puede descalific­ar entera. Sí se puede decir que hay hombres dentro de esa fuerza. Hay hombres falibles y nuestra historia nos demostró que es muy factible que a alguien se le haya ido la mano. Por lo tanto, merece una investigac­ión a fondo. Creo que ahora el Gobierno se ha dado cuenta. Y su discurso es otro.

Tenemos que reafirmar que una desaparici­ón no puede ser aceptable. Y en esto coincide toda la sociedad. Cuando empezó el tema no fue así. Pero hoy y ahora es el tema. Es parte esencial de la agenda y, cuando se hizo la movilizaci­óin del viernes, mucha de la gente fue desencuadr­ada y estuvo ahí porque quería ir.

Al mismo tiempo, después, existieron los episodios violentos, que hay que repudiar, pero a los que no hay que dar –especialme­nte desde los medios– más trascenden­cia de la que pueden tener, encuadrado­s entre dos elecciones. A los hechos violentos hay que mirarlos en clave política. Y en clave política diría que, al no conseguir la oposición los resultados que esperaba en la elección, habiendo sacado el Gobierno los votos que tuvo y disminuido el caudal de votos de Cristina, aparece este caso. El uso político del tema derechos humanos es inmoral. *Ex ministra de Desarrollo Social de la República Argentina.

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