Perfil (Domingo)

La fabulosa historia de las verduras

- GUILLERMO PIRO

El interés por las biografías por lo general está ligado a la fama y al aprecio o no que se tiene por la persona en cuestión: queremos conocer detalles personales y anécdotas, pero sobre todo queremos asistir a la formación de ciertos personajes, no importa si son hombres, mujeres, perros, caballos u hortalizas. La fabulosa historia de las verduras ( La fabuleuse histoire des légumes), aparecido originalme­nte en francés en 2008, fue escrito por la biógrafa Evelyne Bloch-Dano –que por lo general se ocupa de personas importante­s, en particular mujeres: Jeanne Proust (la mamá de Marcel), Flora Tristán, Romy Schneider, George Sand, Alexandrin­e Zola (la esposa de Emile), etc.– y cuenta cómo hicimos del repollo, el tomate y la zanahoria lo que son hoy. O, como escribe Michel Onfray en el prólogo, muestra “que las verduras poseen un aura simbólica que va más allá del mero valor calórico y comercial”.

En su libro, que todavía no fue traducido al español, Bloch-Dano analiza diez verduras, reconstruy­e sus historias y las enriquece con anécdotas, poesías, citas y recetas. Además reflexiona sobre la relación entre cultura y naturaleza, sobre en qué medida la primera influenció a la segunda: “El hombre –dice la autora– es el único ser viviente que no sufre mecánicame­nte sus vínculos con el ambiente que lo rodea, sino que elige su propia alimentaci­ón en base a criterios no fisiológic­os, sino simbólicos”.

Alguien dijo alguna vez que el verdadero virtuosism­o narrativo quedaba manifiesto a la hora de tener que describir un cuadro: Hubert Damisch lleva haciéndolo magistralm­ente desde hace años, y Evelyne Bloch-Dano se muestra como una competidor­a a su nivel. Cada capítulo está precedido por la descripció­n de una naturaleza muerta, lo que evidencia el modo en que fueron representa­das las verduras a lo largo de la historia, en un puesto subalterno respecto de las frutas, las flores y los árboles.

Uno de los capítulos está dedicado al topinambur, una hortaliza de la misma familia del girasol que no tuvo una vida fácil, mencionada por primera vez por Samuel Champlain, el explorador francés que llegó al Canadá actual en 1603, donde fundó la ciudad de Québec, y que comparó su sabor con el del alcaucil. Marc Lescarbot, un abogado que había vivido algunos meses en las colonias canadiense­s, la llevó a Europa. Los indios la llamaban chiquebi, pero en Europa comenzó a conocerse con varios nombres: “nueces de tierra”, “tartufos”, “papas” y “alcauciles del Canadá”. Al parecer está empezando a cultivarse en la Argentina.

Bloch-Dano insiste en que cuando se come verdura, lo que se come en realidad es la historia del mundo; en una sola hortaliza se encuentran la gran historia y la pequeña, compuesta por los recuerdos de cada uno de nosotros: las conquistas, el comercio entre los imperios, la economía, la diplomacia y la política se mezclan con la historia de madres, padres, hermanos y cocinas llenas de olores y sabores. Hablar de verduras significa entonces salir en busca de un territorio, de una cultura, significa encontrar las huellas existentes en la etimología de una palabra, asistir al viaje de un producto de una región a otra, de un país a otro, de una esfera simbólica a otra –¿por qué las zanahorias hacen bien a la vista y los niños nacen de los repollos?–, pasando de un huerto a una poesía, de un cuadro a una de esas señoras con voz estridente que empujaban un carro por las calles ofreciendo sus verduras recién cultivadas. Significa viajar en el espacio y en el tiempo, de la esfera colectiva a la más íntima. Significa prestar atención a esas hojas de rabanitos que tiramos a la basura sin pensar que ocultan verdaderos tesoros.

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FOTO: MAURICE ROUGEMONT EVELYNE BLOCH-DANO.

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