Repensar el estatuto de los objetos inanimados
Es pura marca sin espesor, que permite ver el otro lado de la trama A la manera de un aleph reconfigurado, la más reciente muestra de Marcolina Dipierro (Buenos Aires, 1978) en la galería Miranda Bosch busca condensar diversos universos en su punto crítico.
todo artista trata de sobrepasar sus propios límites. Algunos pocos lo logran (generalmente, los que no temen plantarse ante el precipicio). Muestra tras muestra, Marcolina Dipierro logró salir indemne de las apuestas que se propuso: siempre un paso más cerca del vacío. En ella parece ser natural inventar una nueva dimensión del espacio en el que los objetos, las vidas y las acciones funcionan según leyes que desconocemos. Esta vez, en su muestra Funciona
lismo inútil, con curaduría y texto de Laura Isola y Federico Curutchet, Dipierro sale del plano y del espacio (como hizo en sus anteriores muestras, en especial en Planograf y En án
gulo) y se lanza en busca del sentido. Funcionalismo inútil no sólo funciona como título de esta muestra sino que también se presenta como un mantra (más que un eslogan, ya que su valor está más en la repetición y en la rima cultural que en el sentido pleno del sintagma, de manera parecida a los poemas del futurismo ruso). Es un mantra que resuena en nuestro tímpano, martillando el cerebro: funcionalismo inútil, inútil, útil, til, til, funcionalismo, nalismo, lismo... mo. Til mo... Este salto de Dipierro parece ser un descanso (para tomar envión) más que un avance. Así como en Planograf trataba de construir una lengua que no fuera universal (esa lengua propuesta era una invitación a que cada uno construyera su propio idioma) en Funciona
lismo inútil lo que se propone es salir de la lengua: es decir, dejar de hablar un lenguaje compartido. Pero, lejos de lo irracional (nada más racional que la obra de Dipierro), funcionalismo inútil pretende ir más allá de la idea que funda la arquitectura y el diseño funcionalista: “El ornamento es delito”.
Dipierro propone ver en la degradación de los objetos (en su invisibilidad, en su búsqueda del óxido y de lo que se corrompe) un silencio. Pero es un silencio atronador: nos dice algo, pero que no lo podemos entender. No es ornamento, pero lo que le sucede a la materia “la ornamenta”. Cada obra de Dipierro es un universo condensado en su punto crítico. Cada obra es un mundo en sí misma y todas en conjunto son un universo.
Funcionalismo inútil aparece como una especie de aleph de bolsillo (como si el aleph de la calle Garay no fuera ya un aleph mínimo, íntimo).
Está el universo vestido de blanco, sin ornamento (aparente). Es pura marca sin espesor, que permite ver el otro lado de la trama y ver, también, que no hay trama. En esta muestra (como a lo largo de toda su carrera) la obra de Dipierro nos enceguece con su abrumadora sencillez. En Planograf y En ángulo, Dipierro intentaba un lenguaje fuera del sentido. Ahora, hace lo contrario: tiene un sentido que no encaja en ninguna lengua. Dipierro pone en cuestión el estatuto de los objetos. Ya no se trata de proponer que el lenguaje dé cuenta del mundo sino que la propia percepción de ese mundo cuestione toda sistematización posible en un lenguaje. En la muestra En ángulo nos enfrentábamos con ilusiones ópticas y esas ilusiones eran causadas por objetos concretos: existían. Era una invitación más parecida a una ecuación matemática que a la ambigüedad de una metáfora. Ahora, Dipierro da un paso más (¿o nos muestra el mismo escenario desde otro lugar?) y pone en escena el despojamiento del despojamiento. A la idea de Adolph Loos, el arquitecto austríaco que pensó el arte para empezar el siglo XX proponiendo que ornamento es un crimen, Dipierro responde con uno nuevo: acabar con
el vacío que queda al sacar el ornamento. Pero lo hace vaciando, degradando, restando sumas.
Funcionalismo inútil es una muestra (para decirlo en términos freudianos) perversa: tiene que ver con el deseo que busca no reproducirse.