La reinvención permanente
Después de la publicación de Bajo el volcán, Malcolm Lowry se hundía en ese mar de contradicciones en el que navegó durante toda su vida. Pero ¿no es acaso el destino de nuestra especie habitar de este modo, destruyendo la tierra para vivir, agrediendo a los seres que decimos amar, teniendo hijos para entregarlos a la muerte? Malcolm Lowry fue uno de los más grandes escritores del siglo XX y lo logró extrayendo consecuencias literarias, universales, arquetípicas de hechos personales. Bajo el volcán es la prueba de lo que verdaderamente es una obra maestra. Su alcoholismo se transmutó en la ebriedad de la humanidad, que podemos comprobar a cada paso que damos. Su desesperación personal fue al mismo tiempo la expresión de una época, que es la nuestra, incapaz de imaginar un sentido. Mucho antes de que pudiéramos saber todas las peripecias sufridas por los manuscritos de Lowry, le había dado a leer a Conrad Aiken, en 1937, el manuscrito de In Ballast to the White Sea, que hoy se publica. Este le escribió a Henry Murray: “El tipo tiene genio, con su brillante y continuo autoanálisis, egocéntrico y de una fuente tan pródiga, tan inagotable de amor proyectado hacia sí mismo que jamás logré ver. Maravillosa. Me rebasa, no se dirige hacia ningún punto pero es un deleite sumergirse en la pura riqueza táctil y la bella textura de la prosa”. Las dos biografías sobre Lowry, ambas publicadas por el Fondo de Cultura Económica, una escrita por Douglas Day y la otra por G. Bowker, con una diferencia de 25 años, se enfrentan a algo irresoluble: ¿por qué tales hechos producen en algunos seres obras de arte y en otros no provocan nada? La tensión entre las musas y la razón analítica continúa hasta el día de hoy. Ambas biografías se detienen especialmente en el corto período que Lowry vivió con su primera esposa, Jan Gabrial, a quien le debemos haber salvado el primer manuscrito de esta novela. El segundo se quemó en el incendio de su cabaña en British Columbia, donde casi perece Bajo el volcán. Pero Lowry le debe también a Jan Gabrial una ininterrumpida serie de engaños, con el pretexto de su impotencia alcohólica, entre los cuales se cuenta también Conrad Aiken. En Lowry se aplica perfectamente la boutade de Maurice Blanchot sobre Mallarmé: escribió mucho más después de muerto que en vida. En efecto, la mayor parte de su obra es póstuma. La difícil traducción de esta última novela nos vuelve a sumergir en la complejidad con que Lowry realizaba su escritura. Me atrevería a decir que, además del obvio parentesco con los recursos de Joyce en el Ulises, hay en Lowry una especie de escritura cubista, donde los personajes son mirados desde un caleidoscopio. Rumbo al Mar Blanco prefigura en más de un aspecto a Bajo el volcán. Supongo que, consciente de algunas insuficiencias estructurales, en su momento no llegó a ofrecerla a ningún editor. Leerla ochenta años después de que haya sido escrita es un deleite y la plena afirmación de un corpus que no ha cesado de reinventarse. *Escritor y ensayista.