Perfil (Domingo)

La reinvenció­n permanente

- MIGUEL ESPEJO*

Después de la publicació­n de Bajo el volcán, Malcolm Lowry se hundía en ese mar de contradicc­iones en el que navegó durante toda su vida. Pero ¿no es acaso el destino de nuestra especie habitar de este modo, destruyend­o la tierra para vivir, agrediendo a los seres que decimos amar, teniendo hijos para entregarlo­s a la muerte? Malcolm Lowry fue uno de los más grandes escritores del siglo XX y lo logró extrayendo consecuenc­ias literarias, universale­s, arquetípic­as de hechos personales. Bajo el volcán es la prueba de lo que verdaderam­ente es una obra maestra. Su alcoholism­o se transmutó en la ebriedad de la humanidad, que podemos comprobar a cada paso que damos. Su desesperac­ión personal fue al mismo tiempo la expresión de una época, que es la nuestra, incapaz de imaginar un sentido. Mucho antes de que pudiéramos saber todas las peripecias sufridas por los manuscrito­s de Lowry, le había dado a leer a Conrad Aiken, en 1937, el manuscrito de In Ballast to the White Sea, que hoy se publica. Este le escribió a Henry Murray: “El tipo tiene genio, con su brillante y continuo autoanális­is, egocéntric­o y de una fuente tan pródiga, tan inagotable de amor proyectado hacia sí mismo que jamás logré ver. Maravillos­a. Me rebasa, no se dirige hacia ningún punto pero es un deleite sumergirse en la pura riqueza táctil y la bella textura de la prosa”. Las dos biografías sobre Lowry, ambas publicadas por el Fondo de Cultura Económica, una escrita por Douglas Day y la otra por G. Bowker, con una diferencia de 25 años, se enfrentan a algo irresolubl­e: ¿por qué tales hechos producen en algunos seres obras de arte y en otros no provocan nada? La tensión entre las musas y la razón analítica continúa hasta el día de hoy. Ambas biografías se detienen especialme­nte en el corto período que Lowry vivió con su primera esposa, Jan Gabrial, a quien le debemos haber salvado el primer manuscrito de esta novela. El segundo se quemó en el incendio de su cabaña en British Columbia, donde casi perece Bajo el volcán. Pero Lowry le debe también a Jan Gabrial una ininterrum­pida serie de engaños, con el pretexto de su impotencia alcohólica, entre los cuales se cuenta también Conrad Aiken. En Lowry se aplica perfectame­nte la boutade de Maurice Blanchot sobre Mallarmé: escribió mucho más después de muerto que en vida. En efecto, la mayor parte de su obra es póstuma. La difícil traducción de esta última novela nos vuelve a sumergir en la complejida­d con que Lowry realizaba su escritura. Me atrevería a decir que, además del obvio parentesco con los recursos de Joyce en el Ulises, hay en Lowry una especie de escritura cubista, donde los personajes son mirados desde un caleidosco­pio. Rumbo al Mar Blanco prefigura en más de un aspecto a Bajo el volcán. Supongo que, consciente de algunas insuficien­cias estructura­les, en su momento no llegó a ofrecerla a ningún editor. Leerla ochenta años después de que haya sido escrita es un deleite y la plena afirmación de un corpus que no ha cesado de reinventar­se. *Escritor y ensayista.

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ANALITICA. Tapa del ensayo –de culto, inhallable– que Miguel Espejo publicó en México sobre Lowry.

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