Historia de un levantamiento
En tres días del año 1944, brigadas alemanas enviadas a la capital de Polonia acaban con la vida de cuarenta mil civiles. Setenta años más tarde, en el living de un décimo piso sobre la avenida Santa Fe, un hombre que vivía a cuadras de allí se excusa por no recordar nada. “Es lo que llaman olvido benigno”, argumenta.
El recorrido de Ana Wajszczuk (Quilmes, 1978) en Chicos de Varsovia es el contrario al olvido benigno. Un día, ya adulta, Ana se entera de que los tres primos de su abuelo, por entonces veinteañeros, participaron de la mayor insurrección contra los nazis producida durante la Segunda Guerra: el Levantamiento de Va r sov ia , que tuvo lugar el 1º de agosto de 1944 (no confundir con el Levantamiento del Gueto de Varso - via, acontecido un año antes). Ninguno de sus parientes sobrevivió: en los enfrentamientos, y en la masacre posterior, murieron 200 mil polacos, contando población civil e integrantes del ejército irregular. Entre ellos, aquellos cuarenta mil que la memoria de Jurek Lagocki no soporta recordar.
Cuando se entera de todo aquello, Ana Wajszczuk se propone visitar Polonia para rastrear allí las huellas del hecho, y lo hace con su padre, nacido en la patria de Chopin. Chicos de Varsovia narra todo eso: la historia del levantamiento, la de los parientes lejanos de la autora, la del viaje de ésta a la tierra de sus mayores, junto a su padre, y la de los últimos sobrevivientes porteños de aquellos hechos. En lugar de olvido benigno, memoria ganada, recuperada.
Treinta mil fueron los insurgentes en armas en aquellos primeros días de agosto de 1944. En armas, en verdad sólo tres mil. El resto, “a pelo”, porque los fondos no permitieron un mayor pertrechamiento. Esos treinta mil combatientes irregulares, comandados por militares de rango y apoyados por la población civil, dieron pelea a los soldados del ejército más despiadado del siglo XX en Occidente, a sus tanques y metrallas, durante dos meses. Hasta que Heinrich Himmler, segundo de Hitler, dio orden de que la ciudad entera (casas, calles, edificios) fuera nivelada al ras. O sea: arrasada. Para ahorrar munición, el teniente general de policía Heinz Reinefarth, jefe del operativo, encontró una solución: matar a los niños pegándoles con las culatas de los fusiles. Algunos de sus hombres, más derrochones, practicaban tiro con los niños polacos que huían, como Amon Goeth en La lista de Schindler.
Editora y periodista, con dos libros de poesía publicados y unos años a cargo de la prensa de la editorial Planeta, en Chicos de Varsovia Ana Wajszczuk logra contener todo posible asomo de odio o de sentimentalismo, para en su lugar reconstruir en detalle aquel crucial acto de heroísmo civil, conectarse con él desde su lugar de descendiente de polacos y volver a trazar las huellas en el mar que, finalizada la Segunda Guerra, trajo hasta aquí a 150 sobrevivientes de aquel glorioso levantamiento. De esos 150, al día de editarse el libro sobrevivía una sola persona, la señora Hannah Baranowska de Fuglewicz, una de las cuatro o cinco mil mujeres combatientes del AK (el ejército clandestino que lideró las acciones varsovianas).
“Uno no era un héroe”, dice la
Treinta mil fueron los insurgentes en armas en aquellos primeros días de agosto de 1944. En armas, en verdad sólo tres mil. El resto, “a pelo”