Todo eso que vivimos
En una escena de ese desmañado ensayo cinematográfico titulado Náufrago, Tom Hanks introduce el rodillo de publicidad no tradicional a instancia de los productores ejecutivos: una pelota de voleibol marca Wilson sobada hasta la lástima (epítome de la entereza de la marca: una bola que se la aguanta, contra viento, marea y naufragios). Entonces, este fulano, que ha quedado a merced de los cocotales que le ofrece un atolón sin nombre, tunea a su nuevo compañero y comienza a interactuar con él. Mientras tanto, el espectador asiste al encuentro imposible de este man y su ball. ¿Se trata de un demente? Podrá ser muchas cosas, según el credo que se consulte, pero no necesariamente un chiflado. Su búsqueda capital es el diálogo, el intercambio; se conforma apenas con el habla propia, y la escucha. El cuerpo parlante, la palabra que nombra el mundo.
En Las piedras, el cuerpo también habla, se representa en tanto letra. El cuerpo templado que como la piedra erosiona, modifica el núcleo, para recomponerse en algo distinto. La piedra en tanto cuerpo que al percibirse aislado intuye que en la amalgama radica la energía –para edificar, para sepultar la luz–. Cuerpo, piedra, carne molida por el empuje elástico del mantra burgués. Los días que pasan, y la pregunta sobre cómo acomodarnos a eso que está ahí, que nos interpela y que algunos llaman vida.
La obra de Agustina Muñoz –escenografía, voz en off, música e interpretaciones componen un ensamble espléndido– escapa del sembradío cínico regado por la metafísica exprés que abunda en la dramaturgia local. Porque así planteada la pieza, introducimos humanista, amenaza la estabili- dad hormonal de quienes yacen en la apatía para mostrar una alternativa al flujo binario que nos estrangula: esquivar la digestión absurda para volver a conectar, a sintonizar. La necesidad de comunidad,deunamismacosmovisión del espacio común.
Fue en 1936 cuando Elias Canetti pronunció en Viena un discurso en el que reportó lo que para él son los tres atributos que deben exigírsele a un escritor. El tercero advierte la importancia de estar en contra de su época. Las piedras, en tanto materia polifónica, lo está. Porque por más vueltas que le demos al asunto, genuflexos como estamos ante el atropello del progreso impiadoso, el hombre seguirá buscando un refugio donde reposar junto al fuego, con los suyos, para contarse historias y trazar un horizonte común. Contra la pasividad, el despertar. Duro como una sombra, oscuro como las piedras..