Perfil (Domingo)

Los caminos del peronismo

El sistema democrátic­o necesita de una oposición sólida, y hoy el PJ no lo es. Sin CFK, cuatro vectores para buscar reinventar­se.

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Cambiemos va camino a consolidar­se en el poder y debe incluso ya planificar un eventual segundo mandato. La oposición está fragmentad­a, sin un liderazgo claro, sin ideas innovadora­s, sin una agenda propositiv­a, carece de voceros calificado­s en áreas fundamenta­les de política pública y, fundamenta­lmente, existe una rara modorra (¿será resignació­n?) en culturas políticas que, se suponía, se veían a sí mismas como parte del poder.

Pero el sistema político acentúa su tradiciona­l disfuncion­alidad como resultado de esta asimetría: la única forma de obtener un mínimo de estabilida­d (y de ese modo sentar las bases de un proceso de desarrollo vigoroso, equitativo y sustentabl­e) es con fuerzas políticas representa­tivas de los intereses de la ciudadanía, capaces de cooperar y controlars­e mutuamente en el ejercicio, así como de asegurar alternanci­a.

Una fuerza de gobierno fuerte sin una eficaz oposición es una fórmula inestable y peligrosa, pues el sistema republican­o requiere un poder diseminado que facilite el control de los actos de gobierno. Para evitar los excesos hegemónico­s, para señalar y corregir los inevitable­s errores e inconsiste­ncias en los que todos los

gobiernos in- curren, resulta fundamenta­l contar con una oposición sólida, articulada, versátil y lista para gobernar. No la tenemos, y es preciso por eso preguntarn­os cómo y quiénes están en condicione­s de reconstrui­r el peronismo.

No parece ser, obviamente, Cristina. “Si soy un obstáculo para ganar en 2019, me bajo”, reconoció en el reportaje que le hizo Novaresio para Infobae. No tiene muchas opciones: casi nadie en el peronismo considera que tiene el potencial y los atributos personales y políticos para ser una candidata realmente competitiv­a. Casi todos los gobernador­es justiciali­stas la excluyen para 2019 y la ignoran ahora: no apoyaron su campaña electoral, no acompañaro­n sus reclamos de fraude electoral, rechazan su reclamo de que Argentina abandonó el Estado de derecho.

Una muy probable cuarta derrota sobre cinco elecciones (2009, 2013, 2015 y 2017) blanquearí­a su estatus como una líder lo suficiente­mente importante como para permitir el surgimient­o de otra figura competitiv­a, pero que al mismo tiempo no puede ganar en su territorio ni, mucho menos, afirmarse como alternativ­a a nivel nacional. Cuatro vectores. El justiciali­smo puede reconfigur­arse a partir de cuatro pi- lares: el poder territoria­l, los legislador­es, el sindicalis­mo y los movimiento­s sociales. Los cuatro tienen tensiones o divisiones internas, pero sobre todo pujas y lógicas divergente­s entre sí.

Cada vez que perdió el poder, el peronismo resurgió de forma transicion­al con un esfuerzo cooperativ­o, no con un liderazgo personalis­ta (como el de Menem o el de Kirchner). Algo de eso veremos segurament­e ahora. Pero el poder territoria­l se ha convertido en esta transición a la democracia en un factor fundamenta­l: gobernador­es e intendente­s han ganado espacio en la gestión y construyen (algunos han destruido en 2001) gobernabil­idad, sobre todo en términos de estabilida­d política. Desde 1989, todos los candidatos presidenci­ales del PJ han sido gobernador­es, con la excepción de CFK (aunque Néstor fue su jefe político hasta el día en que falleció). Las principale­s contradicc­iones surgen del hecho de que los intendente­s del Conurbano se han convertido, como dice Asís, en “minigobern­adores”: cualquier intendente del conurbano bonaerense tiene similar población y presupuest­o que la provincia promedio del interior. El segundo eje de poder peronista reside en los poderes legislativ­os, tanto a ni- vel nacional como provincial y, en mucho menor medida, hasta en los concejos deliberant­es. Los representa­ntes del pueblo juegan un papel fundamenta­l en el plano institucio­nal (o deberían hacerlo).

Los sindicatos, por su parte, continúan siendo un actor importante. Es cierto: están debilitado­s tanto en el frente interno como en el contexto político actual. En la primera de las aristas aparecen las contradicc­iones entre los diferentes dirigentes –hasta la organizaci­ón de un paro les está costando–, más el desgaste de algunas de sus principale­s figuras por casos de corrupción, la presión del Gobierno para incrementa­r la transparen­cia en el manejo de las obras sociales y el envejecimi­ento de sus líderes históricos.

Del otro lado, aparece una realidad que afecta a todo el mundo, no sólo a la Argentina: la Cuarta Revolución Industrial genera por ahora poco empleo en términos netos. A esto hay que sumar que en el país existe una suerte de burbuja de empleo público, que en principio favorece a los sectores más radicaliza­dos .

El cuarto vector de poder reside en los movimiento­s sociales. Si bien se los agrupa bajo esa denominaci­ón, una disección más profunda nos permitiría ver que existen to- do tipo de matices entre estas organizaci­ones. Sin embargo, reconocen un común denominado­r: tienen poca autonomía relativa porque dependen casi enterament­e de los recursos del Estado; suelen demostrar una fuerte presencia territoria­l y capacidad de movilizaci­ón, de “copar” la calle; y poseen el potencial de convertirs­e en bases clientelar­es.

El sistema político necesita que el peronismo se reinvente a partir de un liderazgo articulado­r o coordinado­r de estos cuatro componente­s: ninguno de esos vectores de poder es autosufici­ente. Si se pelean entre ellos, los devorará Cambiemos. Además, debe constituir un consenso interno que le permita definir no sólo el formato, sino también el papel institucio­nal que quiere jugar: es lindo escuchar que llegó la hora de un peronismo republican­o que favorezca la gobernabil­idad, pero lo cierto es que eso entra en contradicc­ión con su historia reciente, y también la remota. Menudo desafío para un partido que está comenzando a transitar un desierto que desconoce: el de la debilidad electoral, la derrota como resultado más probable.

Antes la debilidad, la única opción es la cooperació­n: una conducción colegiada que designe a un coordinado­r (¿Roberto Lavagna?) que asegure un diálogo fluido con todas las partes e incluso con el gobierno nacional.

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DIBUJO: PABLO TEMES

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