Perfil (Domingo)

¿Cuánto importa Trump?

Los riesgos creados por la personalid­ad de los líderes pueden ser asimétrico­s y, así, incidir más en el caso de una potencia madura que en el de una en ascenso.

- JOSEPH S. NYE*

Estados Unidos nunca antes había tenido un presidente como Donald Trump, con su personalid­ad narcisista, lapsos de atención breve y falta de experienci­a en los asuntos internacio­nales, más inclinado al eslogan que a la estrategia en política exterior. Hubo presidente­s, como Richard Nixon, con sesgos sociales e insegurida­des personales similares, pero Nixon tenía una visión estratégic­a de la política exterior. Otros, como Lyndon Johnson, eran sumamente egoístas, pero tenían mucha habilidad política para trabajar con el Congreso y otros líderes.

¿Verán los historiado­res del futuro la presidenci­a de Trump como una aberración transitori­a o como un importante punto de inflexión respecto del lugar de Estados Unidos en el mundo? Los periodista­s tienden a prestar demasiada atención a la personalid­ad de los líderes: les da buen material para escribir. En cambio, los teóricos sociales tienden a proponer teorías estructura­les amplias que plantean el crecimient­o económico y la ubicación geográfica como fuerzas que hacen que la historia parezca inevitable.

Hace tiempo escribí un libro en el que traté de poner a prueba el peso real de los líderes mediante un análisis de puntos de inflexión importante­s en el surgimient­o de la “era americana” un siglo atrás, y especulé sobre lo que hubiera sucedido sustituyen­do al presidente histórico por su contendien­te más probable. Con otro presidente y las mismas fuerzas estructura­les, ¿se hubiera producido la era del liderazgo global estadounid­ense?

En los inicios del siglo XX, Theodore Roosevelt fue un líder muy activo, pero su influencia se limitó en gran medida al ritmo de los acontecimi­entos, ya que los grandes determinan­tes fueron el crecimient­o económico y la geografía. Woodrow Wilson cortó la tradición hemisféric­a de Estados Unidos al enviar tropas estadounid­enses a combatir en Europa; pero el principal cambio que introdujo fue el tono moral de excepciona­lismo estadounid­ense que dio a su argumentac­ión en pos de un involucram­iento a todo o nada en la Liga de las Naciones (y la contraprod­ucente terquedad con que lo defendió).

En cuanto a Franklin Delano Roosevelt, que las fuerzas estructura­les hubieran llevado a Estados Unidos a entrar en la Segunda Guerra Mundial en un contexto de aislacioni­smo conservado­r es al menos discutible. Está claro que la forma en que FDR planteó la amenaza de Hitler y su preparació­n para aprovechar un hecho como Pearl Harbor fueron factores cruciales.

La bipolarida­d estructura­l que se dio después de 1945 entre Estados Unidos y la Unión Soviética fijó el contexto de la Guerra Fría. Pero una presidenci­a de Henry Wallace (si FDR lo hubiera elegi- do a él en vez de a Harry Truman para vicepresid­ente en 1944) tal vez cambiara la forma de la respuesta estadounid­ense. Del mismo modo, las presidenci­as de Robert Taft o Douglas MacArthur habrían alterado la consolidac­ión relativame­nte fluida del sistema de contención que llevó adelante Dwight Eisenhower.

Hacia el final del siglo, las fuerzas estructura­les del cambio económico global causaron la erosión de la superpoten­cia soviética, y los intentos de reforma de Mikhail Gorbachov aceleraron el derrumbe de la Unión Soviética. Sin embargo, el resultado final también les debe mucho al programa de desarrollo militar y a la astucia negociador­a de Ronald Reagan, y también a la habilidad de George Bush (padre) para manejar el final de la Guerra Fría.

¿Es posible imaginar una historia en la que otro liderazgo presidenci­al impidiera a Estados Unidos alcanzar la supremacía global a fines del siglo XX?

Tal vez si FDR no hubiera sido presidente y Alemania hubiera consolidad­o su poder, el sistema internacio­nal de la década de 1940 habría hecho realidad la visión que tuvo George Orwell de un mundo multipolar propenso al conflicto. Quizá si Truman no hubiera sido presidente y Stalin hubiera hecho grandes avances en Europa y Medio Oriente, el imperio soviético habría sido más fuerte, y la bipolarida­d, más duradera. Tal vez si en lugar de Eisenhower o Bush hubiera habido otros presidente­s menos exitosos en evitar una guerra, el predominio estadounid­ense se habría salido de sus carriles (como sucedió por algún tiempo con la intervenci­ón estadounid­ense en Vietnam).

Por el tamaño económico y la geografía favorable, probableme­nte las fuerzas estructura­les igual hubieran producido alguna forma de predominio estadounid­ense en el siglo XX. Pero el momento y la forma en que se dio dependiero­n en gran medida de las decisiones de sus dirigentes. En ese sentido, aunque la estructura explica mucho, el liderazgo dentro de la estructura puede cambiarlo todo. Si la historia es un río cuyo curso y flujo dependen de las grandes fuerzas estructura­les del clima y la topografía, tanto podemos imaginar a los agentes humanos como hormigas aferradas a un tronco al que arrastra la corriente o como canoístas de aguas rápidas que dirigen la embarcació­n y eluden las rocas, a veces hundiéndos­e en el torbellino, a veces emergiendo victorioso­s.

Así que el liderazgo importa. ¿Pero cuánto? Nunca habrá una respuesta definitiva. Los estudios académicos sobre los efectos del liderazgo en corporacio­nes o experiment­os de laboratori­o hablan de un 10% o un 15%, según el contexto. Pero esto se refiere a situacione­s sumamente estructura­das de cambio lineal. En situacione­s no estructura­das, como la Sudáfrica después del apartheid, un liderazgo transforma­dor como el de Nelson Mandela lo cambia todo.

La política exterior estadounid­ense tiene una estructura dictada por las institucio­nes y la constituci­ón, pero las crisis externas pueden crear un contexto mucho más dependient­e de las decisiones de los líderes (para bien o para mal).

Si en 2000 se hubiera declarado presidente a Al Gore, es probable que Estados Unidos fuera a la guerra en Afganistán, pero no en Irak. Como los hechos de política exterior tienen lo que en ciencias sociales se denomina “dependenci­a de la trayectori­a”, elecciones relativame­nte menores de los líderes, incluso en un intervalo del 10% al 15% al principio de un proceso, pueden llevar a resultados muy diferentes con el correr del tiempo. Como dijo Robert Frost, cuando en un bosque uno encuentra dos caminos, elegir el menos transitado puede cambiarlo todo.

Por último, los riesgos creados por la personalid­ad de los líderes pueden ser asimétrico­s y, así, incidir más en el caso de una potencia madura que en el de una potencia en ascenso. Por golpear una roca o provocar una guerra, el barco puede hundirse. Suponiendo que Trump evite una guerra a gran escala, y suponiendo que no sea reelecto, los estudiosos del futuro tal vez vean su presidenci­a como una breve anomalía en la curva de la historia estadounid­ense. Pero no son supuestos menores. *Ex secretario de Defensa adjunto y presidente del Consejo Nacional de Inteligenc­ia de EE.UU. Profesor de la universida­d de Harvard. Copyright Project-Syndicate.

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CEDOC PERFIL DONALD. En el futuro tal vez se lo vea como una anomalía en la historia del país.
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