Perfil (Domingo)

Mulas, ida y vuelta

- OLIVERIO COELHO

Debido a la burocracia, a las tasas aduaneras y al costo de los courriers internacio­nales, cada viajero es una potencial mula cuyo equipaje cotiza por centímetro cúbico

Desde hace unos años, en Argentina cada viajero es un heraldo sacrificad­o en la cadena de valor de un producto y, si no quiere volver lleno de encargos pagando equipaje extra, debe o bien ocultar su viaje, o bien ser lo suficiente­mente evasivo con las fechas como para que el solicitant­e se confunda, o bien tomar una decisión radical y dejar de tener amigos y rechazar el llamado de parientes. Con el cambio en la política económica –suponiendo generosame­nte que las medidas actuales obedeciera­n a una política–, la maña especulati­va en la población, en vez de atenuarse, se intensific­ó, como si se hubiera comprobado finalmente que el problema para las compras en el exterior era más bien estructura­l y no el cepo al dólar. Debido a la burocracia, a las tasas aduaneras y al costo de los courriers internacio­nales, cada viajero –o amigo radicado en el exterior que visita a su familia– es una potencial mula cuyo equipaje cotiza por centímetro cúbico. En ese par de valijas permitidas por las aerolíneas más generosas –que con suerte soportan cuarenta y seis kilos de contraband­o surtido– y en el comodín del equipaje de mano, caben en general iPhones usados, baterías de Mac, ropa infantil, pañales de tela, quesos envasados al vacío, vinilos, repuestos de autos, ropa de Armani, perfumes, grifería, herramient­as, seca vajillas y telas de Ikea, platería, sábanas, vinos italianos, decenas de botellas de cerveza y whisky, algún libro; menudencia­s que en cualquier comercio de Buenos Aires se ofrecen al triple de su costo real debido a la cantidad de intermedia­rios. No me sorprende que existan “bagalleros” que se ganen la vida viajando a Miami una vez por semana. Sí me asombran otros casos, como el de un exquisito cónsul que para saltear la burocracia de la aduana local trajo en sucesivos viajes por valija diplomátic­a los pisos para la galería de su futuro retiro espiritual en el Tigre.

La cantidad de objetos que, por contraband­o o coquetería personal, viajan encapsulad­os en valijas de Europa o Estados Unidos hacia Latinoamér­ica es infinitame­nte más variada –y contiene más valor agregado en su cadena de producción– que las materias primas que hacen el camino inverso desde la época de la colonia. Algunas de estas materias primas son simples sustancias destinadas al hedonismo que viajan en mulas y representa­n para muchos europeos o argentinos con pasaporte comunitari­o la posibilida­d de dar un golpe y ahorrar años de sometimien­to laboral. Me tocó vivir en algún vuelo un aterrizaje de emergencia en las islas Canarias. Una pasajera cercana había entrado en trance y temblaba, pálida y sudorosa, echando espuma por la boca. El médico de turno, figura siempre presente en un avión, y una azafata acostumbra­da a estos imponderab­les, confirmaro­n la sospecha escalofria­nte de los pasajeros: sobredosis involuntar­ia… un eufemismo para aludir al mal que muchas mulas sufren en la altura cuando alguna de las cápsulas con cocaína se rompe en su estómago.

Quiérase o no, la cantidad de intermedia­rios y formas de transporte que admite una mercancía hasta llegar a su destinatar­io en una geografía vasta es tan inagotable como la que admite la droga. El camino de la reventa es tan sinuoso que un disco original inglés de los Beatles puede terminar costando en Caleta Olivia diez veces más que en Liverpool. Casi como el gramo de cocaína peruana rebajada en un bar de mala muerte de Moscú.

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MARTA TOLEDO
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