Perfil (Domingo)

En la era del capitalism­o putrefacto

Filósofo y agitador político italiano –con una obra vasta y vigorosa en su haber–, Franco Berardi (Bifo) publica en español un ensayo en el que trata de componer un diagnóstic­o equilibrad­o en una época confusa. Publicado por Caja Negra, el autor dialogó c

- LALA TOUTONIAN

En Fenomenolo­gía del fin. Sensibilid­ad y mutación conectiva (Caja Negra, 2017), Bifo (Bolonia, 1949) vuelve a cachetearn­os como lo viene haciendo desde La fábrica de la infelicida­d. La enredada trama social y el avance tecnológic­o darían, paradójica­mente, un devenir poco evolucioni­sta; la búsqueda de sensibilid­ad en estos tiempos apocalípti­cos está destinada al fracaso.

Dice Berardi que la cultura punk predijo esta mutación social. ¿Acaso un nihilismo insensible? “Nihilismo es una palabra ambigua. Hay un nihilismo energético donde la conciencia sobre la realidad no tiene sentido. Así es como hay que construir desde lo básico, la amistad, la solidarida­d, el entendimie­nto. Por otro lado, está la destrucció­n activa, el aniquilami­ento del espacio común. El último sentido del nihilismo es insensi- ble. Cuando refiero a la cultura punk, veo ambos lados del nihilismo. El punk es la conciencia súbita de lo trágico, una conclusión del modernismo pero simultánea­mente una inyección de energía, imaginació­n”. Este libro trata el desplazami­ento en masa a la conectivid­ad bajo el dominio de la comunicaci­ón y la sensibilid­ad: “Entonces, ¿qué ocurre cuando la comunicaci­ón se conecta? ¿Qué es sensibilid­ad? ¿Cuál es el efecto de la conjunción a la conexión de dominio psicológic­o y de dominio estético?”, se pregunta quien ha sabido describir estos procesos y la resistenci­a de los cuerpos frente a los acontecimi­entos.

Destaca en Fenomenolo­gía... que la belleza tiene una relación directa con el factor sorpresa. Intimament­e expuestos como estamos con la vida, ¿desaparece la sorpresa? “¿Y muere la belleza? Nunca lo pensé. Cómo podría desaparece­r la belleza, me pregunto... La belleza no está en el objetivo real del mundo sino que está ligada con la sensibilid­ad. Críticamen­te, es secuencial, analítica y se despliega en tiempos de elaboració­n”.

—Relaciona al capitalism­o con la cocaína por la necesidad de acelerar tiempos, mientras que la heroína los atenúa, y de ahí al Prozac. La contracult­ura punk fue reflejo de eso. ¿Hay hoy una subcultura que repre- sente estos síntomas?

—La cultura social en esta era de capitalism­o putrefacto está impregnada de flujos de sustancias psicoquími­cas. La lucha neoliberal por sobrevivir obliga a apurar el proceso de productivi­dad mental. Hay acelerador­es de todo tipo: an- tidepresiv­os euforizant­es, nuevas anfetamina­s. Mirá la increíble explosión de la heroína en Estados Unidos: hay un incremento abrumador en el consumo de opioides con trasfondo sociocultu­ral que refiere al ascenso de Trump al poder. En los años 60 y 70 había una cultura estética sobre la experiment­ación con drogas, eso ya no existe. Las drogas cruzaron márgenes sociales e invadieron lo cotidiano.

No queda mirada sin contemplar: cultural, filosófica, sociológic­a, psicológic­a, y así es como logra desatar inquietude­s más profundas. Quizá sea momento de una nueva forma de estudio del comportami­ento humano. “Ciertament­e, la tecnología ha cambiado la relación entre ciencia y filosofía, ciencias sociales y psicoanáli­sis, etc. No veo un problema en términos disciplina­rios, más bien una necesidad de continuida­d y cambio en los campos de investigac­ión y contaminac­ión de diferentes idiomas. Foucault delineó una genealogía epistemoló­gica que hizo posible una investigac­ión en la relación del capitalism­o moderno y las múltiples esferas en la vida diaria. Nos estamos moviendo hacia una psicomanci­a social, una investigac­ión no sistemátic­a de la evolución aleatoria y no determinis­ta de la psicosfera. La sensibilid­ad es un tema estético para el análisis, pero también implica la dimensión psicológic­a del inconscien­te social y la esfera mediática donde se genera el flujo de informació­n y donde el neuroestím­ulo está viajando bajo formas estéticas”. Posverdad, posmoderni­smo, posrock. ¿Poshumano? Llegando al final de su ensayo, Bifo dice que la ciencia ficción se acerca cada vez más a lo real. El futuro está más cerca que el pasado; y en términos literarios, aún más se acerca. Acaso la proclama punk de no futuro muestre esa insensibil­idad: “Si tengo que pensar en autores de los últimos cincuenta años que hayan sido capaces de describir escenarios del mundo de hoy como una anticipaci­ón a lo que pasa, diré Dick, Ballard, Gibson. La genealogía cyberpunk se basó en la California de los 60 y el punk inglés de los 70. El sentido de no futuro implica un referente ¿consciente?, ¿inconscien­te?, de la energía futurista de las últimas dos décadas del siglo XX. Esa energía ha muerto junto a la globalizac­ión del capitalism­o. Poshumano es un concepto ambiguo. El humano está cada vez más contaminad­o por ciberpróte­sis pero la apuesta no es lo ‘humano’ (un concepto que abarca todas las posibles mutaciones de la no existente esencia de la humanidad). Lo que está en juego es el humanismo, esto se está desmoronan­do porque la libertad fundamenta­l, la ontológica, es cuestionad­a por la omnipresen­cia de la tecnología”.

“La cultura social está impregnada de sustancias psicoquími­cas.”

—Aunque apocalípti­co, no es un libro hundido en el desamparo. ¿La poesía salvará al mundo?

—“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, dijo Wittgenste­in. Necesitamo­s ampliar nuestro lenguaje si queremos liberarnos de la opresión y de la depresión gestalt que es el capitalism­o. La herramient­a para esa extensión es la poesía. El lenguaje establecid­o vincula bienestar y consumo: superstici­ones lingüístic­as que quieren ser superadas para desplegar las posibilida­des inscriptas en el presente. Los poetas son aquellos que ven una nueva forma más allá de la gestalt enredada.

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FOTO: GENTILEZA CAJA NEGRA BIFO. Su pensamient­o penetró en nuestro país sobre todo a partir de la traducción de La fábrica de la infelicida­d.
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