La supergrieta de las dos Coreas
Viene de la contratapa cuatro surcoreanos decidieron irse a vivir en ellas por espíritu patriótico, haciendo más consistente el reclamo de su país, y en 2012 un intelectual surcoreano escribió que su país debía apoyar a Corea del Norte para que instalase en Dokdo una base de lanzamiento de misiles. Lo mismo sucede con la batalla simbólica comercial: que Samsung le gane a Sony es mucho más festejado que sus triunfos frente a Apple, Microsoft o IBM. Y ésa es la verdadera guerra, la económica.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, Japón, derrotado, tuvo que retirarse de Corea, la ex Unión Soviética aprovechó el vacío y con sus aliados comunistas coreanos invadió Corea desde su frontera norte, ocupando casi todo el país. La intervención norteamericana los hizo retroceder hasta el paralelo 38, que divide el país más o menos por la mitad a muy pocos kilómetros de Seúl, la capital del Sur. En 1950, la Corea rica era la del Norte; la del Sur, arrasada por dos invasiones –la japonesa y la soviética–, era un páramo. Pero Corea del Sur es el país de mayor crecimiento en la historia de la humanidad. Una década después ya había alcanzado a Corea del Norte, y hoy sus PBI son incomparables: el Sur tiene el doble de población, 50 millones contra 25 en el Norte, y el sueldo promedio anual del Sur es de 40 mil dólares, y el del Norte, sólo mil.
Cómo hizo Corea del Sur para pasar de tener en 1965 un PBI menor que el de Ghana a ser, treinta años después, la 15ª mayor economía del mundo es caso de estudio en muchas universidades. Corea del Sur fue el primer “tigre asiático” de los 80 y el país que inspiró a Deng Xiaoping, tras la muerte de Mao, para llevar a China al capitalismo tras ver el éxito de la economía coreana.
En 1950, las madres surcoreanas se cortaban el pelo para venderlo y poder mandar a sus hijos al colegio, y es en la escuela donde probablemente resida la clave del éxito económico surcoreano. Corea del Sur mantuvo el confucionismo, una filosofía nacida en China 200 años antes de Cristo y renovada en el siglo XIV, especialmente respetuosa de las jerarquías y del conocimiento, y que, por ser una herramienta política de discipli- namiento de las dinastías que gobernaron China y Corea en el pasado, el comunismo hizo que se abandonara en China y Corea del Norte.
Confucio propuso una meritocracia por la cual cualquiera podía ser aristócrata si aprobaba un examen muy exigente de conocimientos, el kwako, que de los miles que se postulaban cada año sólo lo aprobaban alrededor de cien personas, que obtenían así el título de yangban (aristócrata) para ellos y sus familias, práctica que recién cayó en desuso hace poco más de cien años pero cuyo legado simbólico continúa: por ejemplo, para ser funcionario público hay que rendir un examen también muy exigente.
Es conocido en todo el mundo que los alumnos coreanos superan a los de los demás países en las pruebas de matemática: tampoco es una ca- sualidad. Y hasta hace pocas décadas estaba prohibido que pudieran tomar clases con profesores particulares para que los hijos de los más ricos no tuvieran ventajas sobre el resto. La sociedad está cambiando, pero hasta no hace tanto la mayor causa de muerte en menores de 40 años era el suicidio, en su mayoría de jóvenes que se arrojaban desde un edificio por no poder aprobar un examen.
En la generación anterior a la actual se estudiaba un idioma memorizando una página del diccionario por día, y prendiéndola fuego al terminar para comerse las cenizas (sic) como símbolo de introyección permanente de ese conocimiento (y de masoquismo). Otro elemento increíble es que actualmente las chicas estudian, proporcionalmente en relación con otros países, mucho más que los chicos y la explicación oficial es que los chicos coreanos no se interesan por chicas que no sepan matemáticas. Y levantarse tarde, aun los días que no hay colegio, es considerado socialmente haraganería.
En la filosofía confucionista, los maestros están en el vértice de la pirámide social y tienen la mayor autoridad, que se ejercía también con golpes a los alumnos que no sacaban buenas notas. Recién en 2011 se prohibió que los maestros les pegaran a los alumnos, pero previamente había madres que llevaban un palo para que el maestro lo usara con su hijo cuando no estudiaba (sic, nuevamente). Hoy esa obsesión por el conocimiento de los hijos se expresa en familias que se endeudan para que estudien en los colegios más caros, a la espera de cosechar parte del éxito de sus descendientes. Corea fue asimismo el primer país del mundo en el que todas las escuelas primarias y secundarias tuvieron acceso a internet, y también el primero donde, en cada hogar, hubo 100 gigas de ancho de banda. El año próximo, para las Olimpíadas de Invierno, todo el país completará su conexión telefónica de 5G.
La telecomunicación y las industrias culturales son otras de las obsesiones de Corea del Sur, y atribuyen su creación a la necesidad de encontrar nuevas fuentes de ingreso frente a la crisis asiática de 1997, que llaman “crisis del FMI” porque ese año tuvieron que “pasar la vergüenza nacional” de refinanciar su deuda y, como el Fondo Monetario Internacional sólo les permitió refinanciar la mitad, tuvieron que hacer un severo plan de ajuste. El orgullo nacional resultó tan herido que las mujeres de mejor posición económica donaron sus anillos, medallas y distintos objetos de oro para ayudar al país a pagar su deuda. Y la cancelaron en su totalidad con cinco años de anticipación.
El confucionismo es el más estresante sistema de creencias del mundo, pero también es gran parte de la explicación del fenómeno único de crecimiento de Corea del Sur y el gran constructor de la grieta con sus ahora hermanos pobres de Corea del Norte, que se quedaron en el 45. Los habitantes de Alemania Occidental tuvieron que hacer esfuerzos durante más de una década para ayudar a equiparar a los habitantes de Alemania Oriental, pero en la reunificación habían pasado 45 años desde el fin de la guerra, mientras que en Corea pasaron más de 70 y pronto no quedará nadie vivo que recuerde la situación previa a la separación. ¿Querrá esta generación de surcoreanos esforzarse aun más durante una década para ayudar al desarrollo de una eventual Corea reunificada?
Hay otras causas que las mantuvieron separadas, haciendo de una anomalía la norma. Una Corea unida sería una amenaza militar para China porque comparte casi toda su frontera y es el país más pronorteamericano del mundo. Y una amenaza económica para Japón porque, si ya hoy Samsung y LG, también coreana, lideran el mercado mundial de electrodomésticos, las japonesas Honda y Nissan verían su competencia incre- mentada por el crecimiento de las coreanas Hyundai o KIA.
Eso es lo que hasta ahora ha permitido que Kim Jong-un y su padre Kim Jong-il pudieran hacer que Corea del Norte sobreviviera al colapso del comunismo en todo el mundo. Pero el retraso se hace cada vez más contrastante frente al éxito económico de Corea del Sur, y dado que el actual dictador norcoreano tiene sólo 33 años, sabe que no tendrá la suerte de su padre y su abuelo de poder finalizar su vida con el mismo régimen y debe hacer algo que puede terminar en suicidio o, lo que se argumenta más lógicamente, buscar una negociación con Estados Unidos (cada vez menos probable a esta altura) para que ayude a desarrollar una economía capitalista levantando las sanciones internacionales que pesan sobre Corea del Norte. En ese caso, ¿podrán los norcoreanos recuperar la disciplina confuciana de sus hermanos del sur?
Un ejemplo: en una reunión en el principal canal de televisión surcoreano –KBS–, sus directivos me pidieron disculpas porque el personal de la empresa estaba de huelga, pero no por aumento de sueldos sino a raíz de que el sindicato solicita que se despida a los directivos porque durante el gobierno de la recientemente derrocada presidenta Park Geun-hye se hizo “periodismo militante”. Y en el hall de ingreso del segundo canal de televisión de Corea de Sur, MBC, hay un enorme cartel del sindicato de periodistas, que protesta porque las malas prácticas de sus directivos hicieron que el pueblo coreano no creyera más en MBC y anuncia su lucha por “recuperar el corazón del pueblo”.
La ex presidenta Park Geun-hye fue destituida durante su segundo mandato, el 10 de marzo pasado, en un impeachment igual al de Dilma Rousseff en Brasil, pero en Corea se llamó a elecciones anticipadas y la ex presidenta fue llevada presa, con esposas, por la policía. La acusación es la misma que en Brasil: corrupción con las grandes empresas, y el CEO de Odebrecht no está en la cárcel. En cambio, en Corea está preso el CEO de Samsung, sin que por eso la empresa se vea afectada ya que la enorme mayoría de sus ventas son exportaciones fuera de Corea (hasta los microchips del iPhone son de Samsung).
La grieta argentina llegó al clímax cuando fanáticos antikirchneristas catalogaron al periodismo profesional que también critica a Macri como representantes de Corea del Centro, asimilando de alguna manera al kirchnerismo al “imperio del mal” que representa Corea del Norte. La sede del gobierno surcoreano es la Casa Azul, en lugar de rosada, y nuestra ex canciller Susana Malcorra fue la mano derecha del secretario de las Naciones Unidas coreano, Ban Ki-moon; se podría comparar nuestra tragedia ferroviaria de Once con la del ferry coreano que en 2014 se hundió, con centenas de víctimas, por negligencia de su conductor, y hasta a la ex presidenta Park Geun-hye con Cristina Kirchner, pero a la Argentina le falta mucho para parecerse a Corea del Sur, país que despierta enorme envidia por sus logros pero con una filosofía de vida inimitable, dado nuestro carácter sureuropeo.
Seguiría escribiendo sobre éste, mi tercer viaje a la fascinante Corea, pero no hay más espacio y aterriza el avión en la escala, justo a tiempo para enviar el texto. Seguramente, los acontecimientos mundiales me harán volver al tema.