Perfil (Domingo)

Cómo pasa el tiempo

- LAURA ISOLA

En 1890, Claude Monet se instaló en Giverny y pintó el primer nenúfar. Los había puesto en un estanque en el jardín de esa casa, al tiempo que desataba una de las series más importante­s de la historia del arte. No le interesaba­n tanto las flores por su belleza, aunque sí la tenían, sino por la posibilida­d de captar el efecto de transcurri­r. Deberían ser suspendido­s en un lugar circular, según sus intencione­s, para poder dar cuenta del paso del día, en sus impercepti­bles cambios, y de las estaciones, en los más evidentes. No pintó tanto los nenúfares sino que representó el tiempo. Por eso será que tuvo, por parte del filósofo, poeta, ensayista y católico francés Charles Péguy y de Marcel Proust, especial atención. Péguy, que fue formado por Henri Bergson y su concepción del tiempo como lo abierto: los instantes valen de diferente modo, un momento penetra en otro y queda ligado a él, escribió sobre estos cuadros: “El primer nenúfar será el mejor, pues es el nacimiento mismo y el alba de la obra, puesto que implica el máximum de la ignorancia, el máximum de la inocencia y frescor, porque es cuando menos sabe, porque no sabe”. Pero a Proust sí le interesaba la reversibil­idad del tiempo: ir en busca del perdido. En la descripció­n de los nenúfares en Por el camino de Swann, están los de Monet. Es la experienci­a del tiempo, en los mínimos cambios. Ese que va hacia adelante, en un caso. O en el sentido contrario. Lo que es seguro es que se mueve.

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