Prat-Gay sueña con competir en 2019
El ex ministro pone todo bajo la lupa. Por qué se fue. Macri y la atomización en Economía. El rol de Carrió. Cristina y el PJ. El futuro de Cambiemos. El sueño de ser presidente.
—El pronóstico es una guía. Una cosa es ser pronosticador profesional y otra muy diferente es ser un actor que fija la política económica. El pronóstico tiene el valor de marcar un recorrido y nosotros, más allá de los números, lo que dijimos fue que 2016 iba a ser un año complejo, en el que debíamos ordenar 12 años de desaciertos, sobre todo de los últimos ocho de Cristina. Había que invertir energías en la primera mitad del año porque en la segunda empezaría a verse una salida para la recesión. Una recesión que, no debemos olvidar, había empezado en 2015. Todo depende de cómo cada uno lo mire. Podríamos decir que en los últimos dos trimestres de 2015 había empezado la caída y eso fue lo que comunicamos. Los números resultaron ser otros porque hay factores que nadie puede prever. Pero lo que sucedió fue lo que dijimos: hubo dos trimestres con una caída importante en la actividad económica, el tercer trimestre de 2016 mostró cierta estabilidad con una pequeña suba, y desde entonces llevamos cuatro trimestres consecutivos de crecimiento, incluyendo el que terminó en septiembre, que marcará el quinto trimestre de crecimiento. Después existen otras particularidades que no están en la discusión. Nosotros tenemos un indicador que pocos países tienen, el PBI mensual, que es un poco más volátil que el PBI trimestral pero permite captar mejor los cambios de tendencia.
—En ese caso, desestacionalizado.
—Efectivamente, desestacionalizado. Lo publica el Indec, cualquiera puede verlo. Nos muestra la tendencia, pero con una particularidad: si miramos el nivel del EMAE, el Estimador Mensual de Actividad Económica, es el mismo en diciembre de 2016 y en diciembre de 2015. Hubo una U que, en el arranque, no esperábamos. Nos sorprendió una caída tan fuerte en la primera mitad, pero también la fuerza con la que se recupe- ró la economía en la segunda mitad. Otra particularidad es que el nivel de diciembre de 2015, además de ser igual al de diciembre de 2016, es igual al de diciembre de 2011. ¿Qué significa esto? Que en esos cuatro años de Cristina no hubo crecimiento y en el segundo mandato tuvimos dos recesiones, la primera más profunda que la de 2016, y la segunda exactamente igual (ver e.perfil.com/finalmentellego-la-primavera). La sensación térmica de 2016 dejó la idea de que esto fue peor que las dos recesiones anteriores y ahí tuvo que mucho que ver otra de las decisiones valientes del Presidente. No sólo hicimos lo que había que hacer, sino que sinceramos las estadísticas. La realidad fue más descarnada porque dijimos la verdad. Ese es un valor del Presidente que todos creemos fue muy valioso. Se nota mucho en la discusión presupuestaria: hoy tenemos un segundo ejercicio de discusión presupuestaria basado en parámetros verdaderos. Si comparo el desenlace de 2017 con lo que nosotros pusimos en el presupuesto en septiembre del año anterior, es la primera vez en 15 años en que los ingresos son parecidos a lo pronosticado, la actividad económica es parecida a lo pronosticado. Eso brinda una cer tidum- bre que antes no se tenía.
—¿Cuál es su reflexión sobre la diferencia entre el gradualismo fiscal y el gradualismo monetario? ¿Se podría haber sido gradualista también en términos monetarios y ser más sincrónico?
—Siempre defendí el gradualismo en lo fiscal, que era lo que nos tocaba a nosotros. Pero la salida del cepo no podía ser gradual, por definición. Si uno reconoce que tiene un atraso del tipo de cambio con una cantidad de controles, y en lugar de eliminarlo se lo pospone, será el mercado el que se adelante a los hechos. No hay una salida gradual de un control de cambio, del cepo, o de las cosas que hicimos en los primeros meses. Yo me sumo a la campaña de Cambiemos sobre el final, cuando la conclusión del equipo de estrategia política fue: “Con este discurso económico no vamos a ganar las elecciones”. Entonces, aporté la credibilidad de un gradualismo fiscal, algo que no tenía alternativa porque asumimos con varias restricciones para atender. La primera, la social: una pobreza de más del 30%. La segunda, la política, porque no teníamos mayoría en ninguna de las dos cámaras, incluso en el Senado teníamos apenas un cuarto. No había otro recorrido posible que no fuera el gradualismo. Algo que, seguramente, contribuyó a ganar las elecciones.
—En una conferencia reciente usted dijo: “El ganador fue el gradualismo”.
—Estoy convencido de eso. No tengo ninguna duda de que si la política fiscal hubiera sido más dura hoy no estaríamos disfrutando el buen resultado de las PASO. Y destaco algo que a veces olvidamos: el gradualismo tiene que ser pragmático, debe montarse sobre una visión de sentido común. En un principio, en enero de 2016 planteamos unas metas fiscales que debían servir como una guía. Si la realidad cambia, hay que ajustarse a esa realidad sin renunciar a la dirección elegida. Cuando elevamos el presupuesto de 2017 al Congreso, corregimos la meta fiscal. Para este año, en el esquema original teníamos una meta del 3,3% de déficit, pero cuando fuimos al Congreso la cambiamos. “No será el 3,3%, será el 4,2%”, dijimos. Por una razón sencilla y pragmática: en estos nueve
“En el primer semestre nos sorprendió una caída tan fuerte, pero también la fuerza con que se recuperó.” “Siempre defendí el gradualismo en lo fiscal, pero la salida del cepo de ninguna manera podía ser gradual.”
“Como no se corrigieron las metas de inflación, esto generó una tensión en lo macro entre lo fiscal y lo monetario.” “Quien pida un ajuste rápido y no gradual pide algo inviable en este marco político y social.”
meses de gestión se aprobaron leyes que modificaban ese cálculo, la Ley de Reparación Histórica, la ley de apoyo a través de exenciones impositivas a las pymes, y la ley de devolución del IVA a una franja vulnerable de la población. Todo eso nos daba alrededor de un punto del producto de déficit. Si nos abrazábamos a la meta con el fanatismo de los dogmáticos y manteníamos el 3,3% no ganábamos las PASO. No es sólo el gradualismo impuesto por la realidad, sino también el pragmatismo del político que mira más allá de eso
¿Pero el gradualismo podría haber sido aplicado también en términos de la política del Banco Central?
—Sí. Había metas de inflación que eran coherentes con las fiscales. Lo que pasó fue que corregimos las metas fiscales adaptándonos a la nueva realidad con ese pragmatismo al que hacía referencia. Sin embargo, no se corrigieron las metas de inflación y creo que esto generó una tensión en lo macro entre lo fiscal y lo monetario. Es lo que estamos viviendo hoy.
—¿Eso pudo haber generado un punto más de caída del producto bruto? ¿Se enfrió la economía porque no había una relación entre las nuevas metas de inflación y la política del Banco Central?
—Casarse con una meta incompatible con los números fiscales lleva al Banco Central a tasas de interés más altas, un tipo de cambio más bajo y probablemente menor recuperación económica. Tengo pocas dudas de eso. —¿En 2016 se enfrió de más la economía?
—Sí. Hay que tener cuidado de no asumir que, si uno toca la tasa de interés, al día siguiente se produce un efecto. Deberíamos tener una discusión más profunda en este sentido. Está instalada una idea: el pobre Banco Central hace todo el esfuerzo en soledad para bajar la inflación, y desde Hacienda, Dujovne o quien esté no hace los deberes en lo que respecta al déficit fiscal. Lo primero que habría que decir es que este año el Gobierno cumplirá con la meta fijada en el presupuesto, y es una importante baja del déficit, del 4,8% al 4,2%. Lo segundo es que la estructura del gasto público argentino es bastante inflexible a la baja. Si se suman jubilaciones y planes sociales, más algunos gastos de necesidad absoluta, estamos casi en tres cuartos del gasto. Entonces, quien diga “tienen que ser más agresivos por el lado fiscal” lo hará en un marco donde la pobreza alcanza al 30%, con un gobierno sin mayoría en Congreso. Señalan en el pizarrón algo que no se puede hacer. Pero hay una cuestión que no está en la discusión entre economistas y debería estarlo porque es muy importante: la dominancia fiscal. Los economistas dicen que el Banco Central está restringido porque el fisco le pide que le financie el déficit, entonces la política fiscal domina a la política monetaria. Hoy pasa exactamente al revés. Lo explico. Así como el gasto público federal es inflexible a la baja, también es cierto que hay una porción grande de ese gasto público que está indexada. Sabemos que hay una ley de movilidad jubilatoria, sabemos que los planes sociales no están indexados de facto, pero nadie quiere que pierdan valor respecto de la inflación. El componente de pago de intereses está indexado y eso representa el 60% del gasto público. Pensemos por un segundo qué significa esa indexación cuando baja la in-
flación. Supongamos que la inflación disminuye 10 puntos por año y que el 60% del gasto está atado a la inflación del año anterior, que es 10 puntos más alta que la de este año. Entonces hay un 60% del gasto que aumenta un 10% en términos reales. —Al menos por un año.
—Por lo menos por un año, o mientras dure la desinflación. Eso implica dos cosas: la primera es que si se desea mantener el gasto en términos constantes, que es lo que piden algunos ortodoxos, habría que aplicarle al 40% del gasto no indexado una reducción del 15%. En este marco político eso no puede pasar. La segunda cuestión es que cuanto más agresiva sea la política del Banco Central en la reducción de la inflación, más complicada será la política fiscal. Porque esa reducción le pone una vara muy alta a Hacienda en el ordenamiento del déficit. Quien pida un ajuste más rápido, o un ajuste fiscal en lugar de gradual, o no hizo los deberes o pide algo draconiano en un marco política y socialmente inviable. —¿La solución a este problema es el crecimiento?
—El crecimiento y el pragmatismo, las dos cosas. Atarse de manera fanática a una meta tiene sus consecuencias: se crece menos y se podría llegar a tener una mezcla de variables macroeconómicas que no son las deseables a lo largo del tiempo. Si la consecuencia es una tasa de interés alta y un tipo de cambio bajo, se empieza a tener, además de un déficit fiscal, un déficit de cuenta corriente, un déficit externo. Creo que ésta será
la discusión que deberá tener el equipo económico para los próximos años. Dónde está el equilibrio, cuánto déficit fiscal y cuánto déficit de cuenta corriente. Las consecuencias de un desequilibrio en la política monetaria vienen por ese lado.
—Al tener que modificar esas metas, al haber llevado el déficit fiscal al 4,2%, ¿en qué momento pensó que se alcanzaría ese equilibrio? ¿Cuánto se estiró?
—Se posterga un año, por definición, porque lo que se está corrigiendo es un punto del PIB.
—¿No se volvería a corregir también en los años siguientes
—Ya no es mi tarea hacerlo. Pero cuando lo propusimos, no lo corregíamos. Decíamos: “Esta meta nos tomará un año más”.
—Aunque no sea su tarea, ¿nos llevaría a la mitad de un eventual segundo mandato presidencial?
—Eso habría que verlo en el tiempo. La importancia de fijarse una meta es ordenar la política y garantizar la dirección de los resultados. No se trata tanto de acertar justo a la meta como de ir en esa dirección. Y remarco la diferencia entre lo fiscal y lo monetario. Este año la inflación terminará siendo del 22% o 23%. Supongamos que sea de 23 puntos: serán 10 puntos menos que la inflación del año pasado. Si organizo una reunión con gente de Marte y les digo: “Miren, acá hay un país del planeta Tierra que un año tuvo una inflación del 36% y al siguiente tuvo el 22%”, esa gente dirá: “Qué bueno, hacen lo que tienen que hacer, la están bajando”. Pero la obsesión por la meta original, que debió ser modificada y era del 17% de máxima, deja cierto sabor amargo, de no haber cumplido. Una meta no puede ser
más importante que el rumbo elegido. Es ahí donde vale más el pragmatismo.
—Mi pregunta sobre el tiempo que se tardará en llegar al equilibrio en el que no sea necesario el financiamiento internacional tiene que ver con la posibilidad de una turbulencia internacional que pueda dejar al país sin crédito. —Sí, es verdad.
—¿Qué riesgo real existe de que a causa de una situación externa complicada se cierre el financiamiento, no sólo para Argentina sino para todos los países en vías de desarrollo? Hoy está Corea del Norte, pero a lo largo de cuatro años no sabemos qué otros conflictos pueden aparecer.
—No voy a decir nada nuevo. El mundo está inestable y los mercados no toman nota
de la inestabilidad subyacente en todo el arreglo financiero internacional y en las democracias desarrolladas. Nos hemos sorprendido con el resultado electoral en Alemania, que era el único que imaginábamos predecible, así como nos sorprendimos positivamente por el resultado en Holanda y en Francia. Hay electorados muy dinámicos, sistemas políticos fragmentados, focos geopolíticos con riesgos nuevos y no sólo en Medio Oriente. Trump en sí ya es un factor de incertidumbre que afecta, y mucho, a todo el sistema político.
—Otros riesgos son la pérdida de un bipartidismo y la fragmentación política, que
no ayudan mucho a los acuerdos entre países.
—Es cierto. Por eso mi consejo para todo aquel que tenga una responsabilidad política en algún área expuesta a esta incertidumbre internacional es que debe tomar todos los recaudos necesarios. Esa es la única verdad.
—¿Eso significa endeudarse más, aumentar las reservas del Banco Central para estar cubiertos en caso de que pueda haber un shock que impida tomar más deuda?
—Eso es lo que hizo el equipo económico este año, a través de algunos bancos. Y es lo que posiblemente traten de hacer: adelantar el financiamiento del año próximo. Hay que ser cautelosos. Cuando escucho ciertos comentarios sobre que Argentina será la estrella de los próximos veinte años, o que se vienen veinte años de esto o de aquello, pienso en aquella frase: “Estamos condenados al éxito”. Eso no se aplica nunca, sobre todo en un mundo tan incierto. —Mucho menos si alguien se lo cree...
—Esperemos que no se lo crean. La tarea de poner de pie a la Argentina y lograr el crecimiento con desarrollo es de tal magnitud, tan titánica, que no podemos distraernos ni un segundo.
—Usted se sumó a Cambiemos al final de la campaña presidencial y su aporte económico fue el gradualista. Sin embargo, los referentes económicos del PRO en aquel momento, tanto Sturzenegger como Melconian, planteaban mecanismos de shock. Que usted hoy esté afuera del Gobierno ¿genera más riesgos de que, en un futuro, disminuya el gradualismo en la política económica?
—No lo creo, porque el Presidente está muy convencido de ese gradualismo. Pese a te-