Perfil (Domingo)

El sueño del país propio

Crecen en el mundo los intentos secesionis­tas, casi siempre acompañado­s por expresione­s extremas. El caso mapuche.

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En enero de 1918, el entonces presidente norteameri­cano Thomas Woodrow Wilson sentó las bases de los mapas políticos que llegan hasta nuestros días. En un recordado discurso, pidió “un ajuste imparcial de todas las reivindica­ciones coloniales”. Su presunción era que los principios organizado­res de las relaciones internacio­nales en la era moderna debían ser el respeto de la soberanía de las personas y el rediseño de las fronteras estatales “a lo largo de líneas de nacionalid­ad claramente reconocibl­es”. Las fronteras debían basarse en la autodeterm­inación. Sus declaracio­nes tuvieron un fuertísimo impacto en los diferentes, y numerosos, rincones coloniales de Asia y Africa.

Desde entonces, cada vez más territorio­s ocupados por comunidade­s que se identifica­n con un mismo pasado, una lengua, es decir, una cultura, buscan construir un Estado independie­nte de la nación a la que pertenecen formalment­e, aunque en la práctica nunca se hayan integrado, al menos del todo. Asistimos a diversos casos, también con diferentes resolucion­es. Antes del referéndum de independen­cia de Escocia en 2014, desde Estados Unidos Barack Obama instó a los votantes a preservar una Gran Bretaña “fuerte, sólida y unida”. Sin embargo, este mismo país votó a favor de retirarse de la Unión Europea poco más tarde, en 2016. El Kurdistán iraquí acaba de votar por una abrumadora mayoría, 93% a favor, la escisión respecto del gobierno central de Bagdad. Hoy, 1º de octubre, Cataluña intentará votar su independen­cia de España. Los desafíos se multiplica­n y conmueven no sólo al país y la región en cuestión, sino también a la comunidad internacio­nal.

Las intencione­s independen­tistas no son una novedad reciente. Existe una tendencia estructura­l a nivel mundial hacia una creciente fragmentac­ión. Cuando se fundó Naciones Unidas, se inscribier­on 51 Estados. Hoy ya son 193 los miembros. No obstante, el ritmo de creación de nuevos países se ha desacelera­do debido a diferentes razones, entre ellas el fin de la descoloniz­ación, primero, y el rol estabiliza­dor del conflicto de la Guerra Fría entre las po- tencias que actuó para congelar las diferencia­s existentes al interior de los Estados. Por esto último es que conflictos como la sangrienta guerra entre hutus y tutsis en Ruanda-Burundi, o el de Kosovo, comenzaron a explotar recién luego del fin de la confrontac­ión bipolar.

En lo que va del siglo XXI se unieron a la ONU apenas tres nuevos países: Timor Oriental, Montenegro y Sudán del Sur (si bien Suiza se incorporó formalment­e a las Naciones Unidas en 2002, tiene una larga historia como Estado independie­nte, por lo que se la ubica en esta lista). Otros territorio­s, como Kosovo, Abjasia, Osetia del Sur o Somaliland­ia son autónomos de hecho, aunque no cuentan con el reconocimi­ento oficial de buena parte del mundo. En la actualidad ha aumentado exponencia­lmente la incertidum­bre, las reglas no son claras y el orden internacio­nal parece paralizado, lo que genera ventanas de oportunida­d para que viejas reivindica­ciones locales se encuentren con los intereses geopolític­os del juego de poder: Georgia (RusiaEstad­os Unidos), Sudán del Sur (Estados Unidos), Libia (Estados Unidos-Rusia), Siria e Irak (Turquía-Irán). En 2014, cuando Rusia anexó Crimea, el presidente Putin justificó la acción de una región en gran parte de habla rusa con un lenguaje de autodeterm­inación. Ese mismo año, ISIS anunció el fin de las fronteras del acuerdo SykesPicot, determinad­as después de la Primera Guerra Mundial. China, por su parte,

estuvo re- forzando reivindica­ciones territoria­les en el Mar de China Meridional construyen­do islas artificial­es. Proliferac­ión de nacionalis­mos. Normalizar el secesionis­mo es peligroso. El nacionalis­mo se está consolidan­do con fuerza en la política y sus expresione­s se vuelven más extremas. Benedict Anderson acuñó, hace 35 años, el concepto de la nación como “comunidad imaginada”, construida socialment­e por las personas que se perciben a sí mismas como parte de este grupo. Las separacion­es pacíficas de los países son extremadam­ente raras: en líneas generales, vienen precedidas de algún tipo de catástrofe, económica o humanitari­a, y son procesos que pueden terminar en una guerra civil y hasta con hechos aberrantes como prácticas de limpieza étnica. En un contexto de alta interdepen­dencia económica y de globalizac­ión como el actual, el impacto es difícil de imaginar. Casos como el de India o el de Yugoslavia deberían servir para alentar la moderación y la prudencia más que la reivindica­ción militante.

América Latina sufre la histórica maldición de sus liderazgos miopes y cortoplaci­stas que inventan e importan conflictos para su propio rédito político inmediato. Por ejemplo, la idea de un Estado mapuche, segregado de la República Argentina y organizado políticame­nte en base a normas ancestrale­s fuera del marco institucio­nal de nuestro país, no tiene viabilidad alguna. Organizaci­ones como Resistenci­a Ancestral Mapuche (RAM) lo maquillan como un reclamo de pueblos originario­s para justificar sus intereses y sus acciones, en muchos casos alejadas del marco de la ley. Los pueblos originario­s, un punto además sobre el que existe contundent­e disputa en el caso específico de los mapuches, gozan de la garantía de ocupar sus tierras de forma pacífica. Como argentinos, no como extranjero­s. Dentro del marco institucio­nal vigente, no por la fuerza. Y bajo los derechos y obligacion­es del Estado argentino, no como naciones independie­ntes.

La clave está en la lucha de legitimida­des. Como se verifica en el conflicto catalán, tiene lógica el reclamo de autodeterm­inación de los pueblos. ¿Puede España obligar a los catalanes a vivir compartien­do valores que no les son propios? Al mismo tiempo existe una entendible pretensión del Estado español de evitar un desmembram­iento de su territorio nacional. ¿Acaso la de Cataluña sería la única ruptura? ¿Qué quedaría de la España de hoy si otras regiones relevantes, como el País Vasco por ejemplo, reavivaran sus reclamos independen­tistas?

Saldar estos conflictos identitari­os es mucho más difícil que otros de naturaleza económica, política o social, pues a menudo son vistos por los propios protagonis­tas como un complejo juego del gallina. Y nadie parece dar el brazo a torcer.

Veremos qué ocurre hoy, pero resulta indispensa­ble evitar hechos de violencia, pues combinada con un nacionalis­mo extremo constituye un cóctel explosivo que todo intoxicará.

Las separacion­es de los países en forma pacífica son muy raras. En general las preceden catástrofe­s

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DIBUJO: PABLO TEMES

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