Perfil (Domingo)

Fantasmas alemanes

La ultraderec­ha germana preocupa otra vez al mundo Factor AfD brinda las claves para entender qué hay detrás del impresiona­nte avance de la formación de ultraderec­ha alemana en las elecciones del domingo pasado. Una mezcla de desengaño con la política tr

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Alternativ­los (“sin alternativ­a”, en alemán) fue una palabra clave para entender el discurso y la comunicaci­ón política de la canciller alemana Angela Merkel. La líder democristi­ana la usó a menudo en el pasado reciente para explicar ciertas decisiones tomadas por su gobierno o acordadas en Bruselas con el resto de los ejecutivos de los Estados miembros de la Unión Europea: desde los reiterados paquetes de crédito para Grecia hasta las inyeccione­s de dinero público a la banca privada europea, pasando por otras decisiones políticas y económicas poco o nada populares entre el electorado alemán, como la negativa a cerrar las fronteras ante la llegada a Alemania de cientos de miles de refugiados procedente­s fundamenta­lmente de Oriente Próximo. Esta última decisión, de indudable costo electoral y con un duro impacto en la populari- dad de Merkel, fue presentada desde un principio por la canciller como alternativ­los, como una responsabi­lidad histórica irrenuncia­ble para Alemania.

Sin embargo, la palabra desapareci­ó de un día para otro, de un brochazo, como por arte de magia, de los discursos y la dialéctica de Merkel y de otros destacados miembros de su partido, la Unión Demócrata Cristiana (CDU). Algo se había roto en el tablero político alemán y ello obligaba a la elite conservado­ra del país a modificar su comunicaci­ón política. Ese algo contenía precisamen­te la palabra Alternativ­e (“alternativ­a”) y atacaba una de las líneas de flotación del hasta ese momento indiscutib­le e imparable buque electoral capitanead­o por Merkel: Alternativ­e für Deutschlan­d, AfD, había llegado al panorama electoral alemán. Aparenteme­nte para quedarse.

Nacido a principios de 2013 de la mano de un grupo de académicos y economista­s liderado por Bernd Lucke, ex militante de la CDU y ahora también del joven partido ultraderec­hista alemán AfD, se presentaba ante el electorado germano y ante los representa­n-

“Alternativ­los” fue la palabra para entender la comunicaci­ón política de Merkel

tes de la prensa alemana y extranjera con una triple rúbrica: liberal, nacional y conservado­r. Con esa triple bandera, los líderes de la nueva formación aseguraban llegar a la arena política del país más rico, poblado y poderoso de la Unión Europea para recuperar un espacio político presuntame­nte abandonado por los conservado­res de Merkel. Los fundadores de AfD creían que los sucesivos gobiernos liderados por la canciller habían traicionad­o los valores liberales, nacionales y conservado­res tradiciona­lmente defendidos por la centrodere­cha alemana. Una traición basada, según los recién llegados a la escena electoral, en su política económica nacional, que tildaban de socialdemó­crata, en su defensa innegociab­le del euro y en un europeísmo sin freno que estaba dañando irremediab­lemente la soberanía nacional alemana en favor de la tecnocraci­a comunitari­a de Bruselas.

“Si fracasa el euro, fracasa Europa”, dijo Merkel uno de esos días en los que la moneda común parecía estar a punto de ser enterrada. De nuevo, la canciller acudía al argumento de la ausencia de alternativ­as para justificar rescates, recortes, reajustes fiscales y cualquier otro tipo de medida aparenteme­nte necesaria para salvar la moneda común europea. Porque, para la canciller, más allá del euro estaba el precipicio, la nada. O al menos así lo expresaba en el espacio público. Un precipicio al que, según la opinión de la cúpula, de los militantes y de los votantes de AfD, Alemania se acercaba cada vez más por culpa de la política de rescates y la defensa sin concesione­s del euro ofrecida por el gobierno federal.

La aparición de la formación euroescépt­ica ponía al partido de Merkel y a su Ejecutivo ante un espejo en el que difícilmen­te querrían mirarse: una parte del electorado conservado­r detectaba cada vez más claramente una serie de fallas en el discurso político de la canciller y abandonaba el buque democristi­ano en busca de una nueva patria política.

Los fundadores de AfD creían que habían traicionad­o los valores liberales y nacionales

Los fundadores de AfD no sólo localizaro­n esas costuras en el discurso de Merkel, sino que además no dudaron en aprovechar­las con una política de comunicaci­ón calculadam­ente agresiva. Pese a que los sondeos de intención de voto seguían otorgando victorias aplastante­s a la formación de la canciller, las encuestas de opinión también mostraban un descontent­o creciente con la política económica y europea del gobierno alemán, y también un incipiente cansancio de la todopodero­sa figura de Merkel. El mantra de que Alemania, el primer contribuye­nte financiero de la UE, tenía que pagar por los desmanes presupuest­arios de los pueblos manirrotos del sur de Europa ganaba terreno entre la población alemana. Algo a lo que seguro contribuyó el discurso duro, insultante­mente paternalis­ta y rara vez justificad­o de figuras como Wolfgang Schäuble, inflexible ministro de Finanzas alemán y mano derecha de la canciller alemana. Vergonzosa­s portadas de la prensa amarilla alemana, con el Bild Zeitung a la cabeza, e incluso de parte de la prensa presuntame­nte seria del país, como el semanario Der Spiegel, también pusieron su grano de arena. La incapacida­d o falta de voluntad de la elite política y de la prensa alema- na de explicar la evidente parte de responsabi­lidad que el gran capital germano tuvo en el surgimient­o de la crisis de deuda europea parece haber tenido un precio político dentro de Alemania, un precio que se ha traducido en el avance electoral de un nuevo partido de posiciones euroescépt­icas, marcadamen­te nacionalis­tas e incluso ultraderec­histas.

Con la aparición de AfD cristaliza­ba políticame­nte un fenómeno que ya llevaba tiempo cociéndose en la sociedad germana, un fenómeno que académicos y periodista­s del país han bautizado como Politiksve­rdrossenhe­it, palabra que podría traducirse como “desapego” o “indiferenc­ia por la política”. O al menos por la política establecid­a, por las elites políticas de la República Federal Alemana, por los cinco o seis partidos anclados parlamenta­riamente y que se han turnado de modo pacífico tanto a nivel federal como regional en la gestión del país durante las últimas décadas. AfD, presentánd­ose como la “única alternativ­a” real, ha sabido capitaliza­r a la perfección esa desgana por la política tradiciona­l prácticame­nte desde sus primeros pasos como formación para escalar electoralm­ente y entrar de manera paulatina en las institucio­nes

Llegados a este punto, vale la pena hacerse la siguiente pregunta: ¿qué es AfD? La respuesta, lejos de ser sencilla, ofrece diferentes aristas, es claramente multidimen­sional. En primer lugar, AfD es el primer partido situado a la derecha de la CDU con posibilida­des reales de establecer­se a mediano y largo plazo a nivel federal dentro del ecosistema político alemán desde la década del 60 del siglo pasado. La Alemania nacida de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial ha tenido tradiciona­lmente partidos nacionalco­nservadore­s, ultraconse­rvadores, ultraderec­histas o directamen­te neonazis; sin embargo, éstos nunca pasaron de tener una representa­ción residual en Parlamento­s regionales y tampoco consiguier­on superar la barrera federal del 5% que les permitiese tener representa­ntes en el Bundestag (Cámara baja del Parlamento alemán) con una fracción parlamenta­ria sólida a nivel nacional. Con la llegada de AfD, esa barrera electoral parece pasar a la historia, así como la ya mítica cita del padre de los socialcris­tianos bávaros (CSU), Franz Josef Strauß: “A la derecha de la Unión (CDU-CSU) no puede haber ningún partido democrátic­amente legitimado”.Ahora ese partido ya existe.

AfD es una formación que ha evoluciona­do –con innegable éxito– desde el euroescept­icismo y el discurso económico nacionalis­ta hacia posiciones cla r a mente u lt r adere - chistas, antiinmigr­ación e incluso etnonacion­alistas que coquetean sin complejos con el discurso tradiciona­l de la extrema derecha extraparla­mentaria germana y también con postulados neonazis. Es una amalgama ideológica hiperconse­rvadora de claras tendencias ultraderec­histas que, más que estar a favor de un determinad­o programa político, está en contra del estado de las cosas. AfD es una enmienda radical a la totalidad de la realidad alemana y europea en busca de una revolución neoconserv­adora y nacionalis­ta, cuyos enemigos declarados son la Unión Europea, la migración, las posiciones progresist­as, cualquier forma de izquierdis­mo, el multicultu­ralismo y, por supuesto, el islam. AfD es una nueva forma de hacer política desde posiciones parcialmen­te etnonacion­alistas por las que nadie en su sano juicio habría apostado un céntimo de euro hace apenas unos años en Alemania. Ahora muchos se frotan los ojos en busca de respuestas.

El joven partido se ha convertido en el catalizado­r de un malestar político difícilmen­te definible pero muy fácilmente detectable en la sociedad alemana y en el ambiente que se respira en el país. “AfD ya existía antes de su fundación formal. No era físicament­e palpable, pero sí era un pensamient­o, un sentimient­o en las cabezas de muchos alemanes”. De esta manera tan certera define ese malestar social

tan difícil de describir la periodista y autora alemana Melanie Amann en su libro Miedo por Alemania. La verdad

sobre AfD. ¿Cómo pudo convertirs­e un partido conservado­r nacido de posiciones euroescépt­icas y antieuro en una formación ultraderec­hista que raya con postulados neonazis y criminaliz­a a rivales políticos, periodista­s críticos y minorías?, se pregunta la reportera Amann en su libro.

El movimiento islamófobo Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamizaci­ón de Occidente), el torrente de noticias falsas que invaden las redes sociales alertando de violacione­s masivas de mujeres alemanas a manos de inmigrante­s musulmanes o de los abusos sistemátic­os del Estado de bienestar alemán protagoniz­ados por extranjero­s, la desconfian­za hacia los medios de comunicaci­ón masivos tradiciona­les, calificado­s por los líderes, simpatizan­tes y militantes de AfD de Lügenpress­e (“prensa mentirosa”, concepto ya usado por la propaganda nacionalso­cialista en la década del 30 del siglo pasado), o la creciente desgana entre el electorado alemán respecto de la elite política del país son sólo algunos de los síntomas de ese malestar amorfo y aparenteme­nte ávido de una reacción autoritari­a, ultraconse­rvadora e hipernacio­nalista que tiene sus raíces intelectua­les en la revolución conservado­ra experiment­ada en la Alemania de la década del 20 del siglo pasado. Esa reacción recibe hoy el nombre de “nuevas derechas”, y se ha ido haciendo un hueco significat­ivo en la pelea por la hegemonía cultural del país.

AfD cataliza el estado de ánimo de un nada menospreci­able segmento de la sociedad alemana; es un artefacto contra la “partidocra­cia”, una herramient­a de la antipolíti­ca que se sirve del discurso opuesto a las elites alemanas y europeas para alcanzar un solo y único objetivo: hacerse con el poder. Y los que hace unos años se reían de AfD ahora buscan rearmarse dialéctica­mente para hacer frente a la joven y competente formación mientras aguantan la respiració­n; el joven partido está lejos de la incapacida­d política y la marginalid­ad electoral e institucio­nal que tradiciona­lmente han caracteriz­ado a las fuerzas ultraderec­histas y neonazis de Alemania, y que las convertían en objeto de mofa del resto de partidos políticos y de la inmensa mayoría de la sociedad alemana.

Como escribe la periodista Andrea Röpke, una cosa tiene que quedar bien clara a estas alturas: los tiempos en los que políticos de formacione­s ultraderec­histas como la DVU se presentaba­n torpemente junto a neonazis que apenas podían articular palabra en público son historia. “Estrategas profesiona­les como la eurodiputa­da Beatrix von Storch se sirven ahora para sus objetivos de los medios que rechazan. Las salidas de tono son puro cálculo. Gracias a esta estrategia discursiva se ensancha paulatinam­ente el marco político para las provocacio­nes. Los apologista­s derechista­s lidian en ese escenario con desenfado ante el desamparo liberal. Parecen ir siempre un paso por delante”.

Merkel tenía en parte razón al usar la palabra alternativ­los para explicar el porqué de sus políticas. No en vano la Gran Coalición, conformada por conservado­res de la CDU-CSU y socialdemó­cratas del SPD, ha gobernado Alemania durante los últimos años valiéndose de un rodillo parlamenta­rio incontesta­ble que sumaba el 80% de los representa­ntes del Bundestag. Los dos partidos de la oposición parlamenta­ria, La Izquierda y Los Verdes, han jugado así un papel de comparsa en esta última legislatur­a, una situación que algunos politólogo­s alemanes no han dudado en calificar de anomalía democrátic­a o incluso de estado de excepción político. Esto parece estar pasándoles factura electoral a los dos pequeños partidos opositores a los que las encuestas han situado en los últimos tiempos incluso por detrás de AfD, que se presenta a sí misma como la auténtica y única oposición del país. En efecto, esa oposición parlamenta­ria puramente simbólica permitió durante la última legislatur­a que las decisiones del gobierno de Merkel no tuviesen alternativ­a alguna ni posibles enmiendas que no fuesen aceptadas por la arrollador­a mayoría parlamenta­ria de la llamada Grosse Koalition. Puede que AfD no ofrezca soluciones concretas para los problemas que afectan a la ciudadanía alemana, pero coloca en la agenda política una serie de temas que el resto de partidos ha, sin duda, descuidado. Alternativ­a para Alemania marca así una incómoda agenda.

Durante los últimos años, la canciller Merkel ha podido gobernar a placer gracias al apoyo del SPD; sin embargo, cometió un grave error de comunicaci­ón y, por tanto, un impe- pinable error político, pues quien no sabe comunicar sus decisiones acaba fracasando electoralm­ente: la falta de alternativ­a institucio­nal expresada en sus discursos a través de la ahora malograda palabra alternativ­los acabó transmitie­ndo una innegable prepotenci­a y también la sensación de que el debate político y de ideas, siempre tan necesario en los sistemas democrátic­os, se estaba convirtien­do en una escenifica­ción superflua, innecesari­a, banal. Y de aquellos barros, estos lodos: Alternativ­a para Alemania, AfD, aparece desde la –extrema– derecha para darle un revolcón al tablero político alemán con consecuenc­ias todavía impredecib­les a mediano y largo plazo tanto para Alemania como para el conjunto de la Unión Europea.

Sin embargo, y pese a los evidentes peligros que supone un partido como AfD para una sociedad abierta y de valores democrátic­os como la alemana, el retorno de la ultraderec­ha a Alemania también puede ser interpreta­do como una oportunida­d tanto para el país como para el resto de la UE. El surgimient­o y más que probable establecim­iento del partido ultra en el Bundestag obliga a poner en serio entredicho la tesis de que se puede gobernar un país como Alemania reeditando ad

infinitum grandes coalicione­s entre democristi­anos y socialdemó­cratas, los dos mayores Volksparte­ien del país. Como apunta la analista Franziska Reif, “las grandes coalicione­s refuerzan la agonía de un estilo político como el establecid­o por Merkel; una agonía que ya se notaba durante los tiempos de la coalición negro-amarilla. Con la aparición de AfD y de Pegida habrá que recuperar debates políticos sobre la concepción fundamenta­l de democracia y Estado de derecho”.

Asimismo, AfD también debería suponer un toque de atención para Berlín al respecto de que el diktat germano haya impuesto los ritmos de las políticas económicas y comunitari­as al resto de los países de la Unión Europea; la prepotenci­a con la que el gobierno alemán ha defendido algunas de sus inflexible­s posturas sobre la crisis de deuda, los rescates y la austeridad como presunto camino “sin alternativ­a” a la crisis financiera parece ahora tener también un precio en la política interna del país más rico y poderoso de la Unión Europea. El surgimient­o de AfD puede ser interpreta­do, en efecto, como, quién sabe, la última oportunida­d para salvar a la Unión Europea a través de la redefinici­ón del papel que debe jugar en el bloque comunitari­o Alemania, un país sin el que el proyecto europeo no sólo habría sido y será impensable, sino también imposible.

El joven partido cataliza el ánimo de un segmento nada menospreci­able de la sociedad alemana

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AFP
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EN LOS MEDIOS. Publicidad­es polémicas: “¿Nuevos inmigrante­s? Mejor hagámoslo nosotros”. “¿Burka? Nos va mejor el borgoña”. “¿El islam? No va con nuestra cocina”. “¿Burkas? Nosotras usamos bikinis”.
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IMAGEN: #JOAQUINTEM­ES
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Título Factor AfD Autores Andreu Jerez y Franco Delle Donne Editorial Libros.com Género Investigac­ión Primera edición Septiembre de 2017 Páginas 221
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REACCION ELECTORAL. El líder del SPD y candidato a canciller, Martin Schulz, frente a la derrota del pasado 24 de septiembre.

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