Curar no es rellenar empanadas
Siempre hay en arte un término novedoso para discutir, que no sólo nos llena de entusiasmo, creyendo que estamos viviendo un cambio importante o la aparición de un nuevo agente, sino porque nos permite hacer una breve revisión médica. La curaduría surge en Argentina con Jorge Gumier Maier, así preferimos creerlo, porque es el primero que se da el mundano gusto de jugar un poco con ese término, de alejarse y acercarse con tanta naturalidad que aún nos sorprende lo útil de sus breves pensamientos. Gumier Maier es más importante hoy que ayer, también más valiente. No pienso la curaduría como una teoría, como una profesión o como una actividad responsable. Al estar en el momento en el que podemos modelar su definición con mayor soltura tenemos que tener cuidado de no convertirla rápidamente en un puesto de trabajo para rellenar. Siempre sirve en este momento de decisión la contundente frase de Diana Aisenberg: “Pintar no es rellenar empanadas”. Podríamos decir: “Curar no es rellenar empanadas”. Entre las muchas palabras que definen lo que quiere decir curar, me gusta empezar por pensarla como una práctica homeopática. Trabaja con la misma causa de la enfermedad para generar una cura incierta, con superponerse: “Las investigaciones universitarias pueden producir exposiciones, los artistas se sienten no sólo autorizados sino compelidos a escribir sobre arte, y creo que en esta radical reformulación y redefinición de roles, la (relativamente nueva) figura del curador ha generado un espacio lo suficientemente flexible como para cobijar trayectorias muy diversas”. Dentro de estas prácticas curatoriales hay algunas que han generado aportes importantes a nivel del pensamiento sobre (y desde) el arte. Para Longoni, un ejemplo de esto puede ser la exposición (en Fundación OSDE en 2016), curada por el artista e investigador Santiago Villanueva, “que hizo visibles obras y autores poco considerados por el canon, poniéndolos en relación con obras más conocidas o reconocidas pero desacomodadas por una perspectiva nueva y un montaje arriesgado”. Otro ejemplo de curaduría que generó pensamiento fue la exposición en la que ella misma participó, (Museo Universitario Arte Contemporáneo, Ciudad de México, 2017), “que significó un trabajo colaborativo de cuatro años en torno al itinerario intelectual del argentino no sólo en relación con la vanguardia artística, sino también con la literatura, la política, la historieta, el psicoanálisis”.
Para Jimena Ferreiro, la figura del curador, sin embargo, no se convirtió necesariamente en un nuevo crítico: “Lo que sí pasó fue que hubo un proceso de migración en tanto que se reestructuraron el campo del arte y la economía del arte, y esa migración se produjo porque la asignación de fondos hacia la práctica curatorial descompensó cualquier posibilidad de vida material que quisiera o pudiera sostener un crítico”. El curador absorbió al crítico y esta vez no tuvo un contenido programático, de ahí que no sea un intelectual. Krochmalny concuerda y advierte que esa cuestión programática estuvo hasta principios de este siglo, “y la última cuestión de este tipo se da en el Rojas con Gumier Maier y en algu- poca credibilidad en el plano de la medicina científica. En ese lugar de incertidumbre, pero de persistencia al fin, se encuentra una definición potable, donde no desaparece la idea de ordenar/clasificar pero, frente a esta eterna costumbre de las disciplinas, produce nuevos encantamientos para los hábitos que más respetamos. Desde ahí podemos pensar todas las posibilidades para nuestra propia definición de la curaduría, y sin dudas pensar nuestros propios referentes. La actual muestra de Nina Kovensky, que tiene casi cien curadores, se planta en la escena y no sólo desarma cualquier atisbo de autoridad sino que trae al curador no como aquel que trabaja, escribe y distribuye, sino como un amigo-colega-artista que nos hace pensar de otro modo nuestro trabajo y que nos hace comportar de otro modo, casi como un pacto adolescente: uno para todos, todos para uno. También cuando curamos ensayamos: una prolongación –irresponsable– de la amistad, una demostración de enojo, un ordenamiento de los objetos más próximos, una clara enunciación de principios (irrefutables), una reunión de relaciones provisorias. También se podría decir que curar es recordar, deshacernos de la novedad para no tener la presión de lanzar un pensamiento brillante sino una nueva actitud frente al arte. nos curadores vinculados al activismo artístico, como Rodrigo Alonso”. Gumier Maier pasa a ser una figura clave para comprender los cambios en el arte argentino. Por eso Ferreiro recuerda que él venía precisamente “del periodismo cultural en los 90, de la crítica, transita el under, se institucionaliza en un lugar como el Rojas y se convierte en curador renunciando al discurso analítico, promoviendo un modelo de la empatía y la inminencia”. Otra figura no comparable a Gumier Maier pero con una importancia actual, porque implica otro corte, es la de Santiago Villanueva, que, según ella, califica como “el post curador artista”.
Jacoby, en cambio, no sólo cree que el curador ha reemplazado al crítico, sino que incluso al artista, de este modo el curador además de seleccionar y gestionar recursos, expulsa del paraíso: “En general el campo del arte contemporáneo, que se empezó a llamar así hace poco, por lo menos en Argentina, complejizó mucho el proceso; ahora hay muchos más actores. Antes de los 90 estaban los críticos, los galeristas, los artistas y los coleccionistas”. Los críticos que tenían alguna relevancia trabajaban en los diarios importantes, en radios o en revistas independientes, pero a medida que la escena del arte se fue complejizando comenzaron a surgir muchas categorías incluso de curador: ahora está el curador en jefe, “como si fuera el general en jefe del Ejército, pero qué quiere decir esto, que tiene una tropa de curadores rasos, adjuntos o independientes. El curador en jefe por lo general es alguien que ya no trabaja más, así como el general en jefe ya no combate”. Esta terminología militar le parece a Jacoby una “locura absurda” y se ocupa en los grandes museos. Pero también hay curadores que aparecen como académicos, que son quienes levantan el nivel, lo que es bueno, “porque si lo mirás bien, el curador no es nada, casi ninguno tiene título, creo que en Argentina hay un curador con título”. En todo caso a él no le interesa que tengan título, lo que de verdad le importa es que investiguen, porque se supone que el curador es alguien que toma un tema y lo estudia, a diferencia de antes cuando las pinturas se colgaban y punto, “ahora tiene una expertice, porque ha inventado la temática, ha estudiado a los artistas o a tal o cual movimiento”. A la hora de evaluar la calidad de los curadores, Jacoby responde que de los curadores cotizados en la escena del arte la mitad son buenos y la otra mitad, malos, “lo que quiere decir que hay algunos que no estudian, que no se hacen responsables de lo que hacen, que hacen treinta muestras en un mes”.