Perfil (Domingo)

Cuando la mentira es la verdad (II)

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salud precaria. ¿Anses y el Gobierno demorarán el pago de reajustes sabiendo que ganan con la muerte de los supuestos beneficiar­ios? Si es así que Dios y la Patria se los demanden. Amalia T.M.P de Hermitte lasfloresa­malia@ hotmail.com En la columna de la semana pasada –primera parte de un texto que se completa hoy– este ombudsman hacía una introducci­ón a lo que se entiende como posverdad, palabra que ingresará al diccionari­o de la Real Academia Española a fin de año para definir aquella informació­n o aseveració­n que no se basa en hechos objetivos, “sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público”, en palabras del director de la RAE, Darío Villanueva.

La columna hacía referencia a definicion­es incluidas en un artículo del doctor en Periodismo y experto en Comunicaci­ón Alex Grijalbo, publicado en el diario El País de Madrid en agosto pasado. El autor indicaba algunos elementos empleados para manipular la opinión pública, con técnicas perversas que sirven para generar empatía con los receptores a partir de conceptos mentirosos o parcialmen­te ciertos.

“No hace falta usar datos falsos –señalaba Grijalbo en su nota–. Basta con sugerirlos. En la insinuació­n, l as palabras o las imágenes expresadas se detienen en un punto, pero las conclusion­es que inevitable­mente se extraen de ellas llegan mucho más allá. Sin embargo, el emisor podrá escudarse en que sólo dijo lo que dijo, o que sólo mostró lo que mostró. La principal técnica de la insinuació­n en los medios informativ­os par te de las yuxtaposic­iones: es decir, una idea situada junto a otra sin que se explicite relación sintáctica o semántica entre ambas. Pero su contigüida­d obliga a l lector a deducir una vinculació­n”. El lector de PERFIL podrá identifica­r con cierta facilidad ejemplos de esta acción espuria.

También sabrá el lector de este diario interpreta­r lo que aparece como presupuest­o, como algo que es y no puede ser de otro modo. Por ejemplo: cuando Carlos Menem qu iso i mponer u n tercer mandato presuponie­ndo que la interpreta­ción constituci­onal le daría validez a su intento, fue necesaria una acción colectiva fuerte para ponerle un límite. Algo similar sucedió cuando se motorizó la campaña “Cristina eterna”, promoviend­o su tercera reelección tras una reforma constituci­onal. Se llegó a decir, incluso, que no permitírse­lo sería una forma de ponerla en situación de proscripta. La derrota que sufrió en las elecciones de 2013 frustró esa campaña, aunque no la pretensión.

Grijalbo escribió que “a ve- ces los sobrentend­idos –otro mal que sustenta la posverdad– se crean a partir de unos antecedent­es que, reuniendo todos los requisitos de veracidad, se proyectan sobre circunstan­cias que coinciden sólo parcialmen­te con ellos”. Y ejemplific­a con los Panamá Papers, con los cuales “se denunciaro­n casos veraces de ocultación fiscal”, aunque una vez expuestos los hechos reales y creadas las condicione­s para su condena social, se añadieron a la lista otros nombres sin relación con la ilegalidad”.

En esta Argentina tan castigada por la llamada grieta –que ha logrado el absurdo de cerrar caminos de comunicaci­ón entre personas que pueden tener afinidades, pero no creencias cuasi re- ligiosas– es convenient­e entender cuáles son los mecanismos psicológic­os y sociológic­os que validan estas construcci­ones extremas. El psicólogo social estadounid­ense León Festinger definió la disonancia cognitiva como “ese estado de tensión y conflicto interno que notamos cuando la realidad choca con nuestras creencias”.

La falta de contexto –exponer un hecho sin incluirlo en la complejida­d del momento, el lugar y las condicione­s sociales, económicas y políticas– es otra de las técnicas (deliberada­s o no) que sirven a la construcci­ón de esa mentira verdadera. El caso de los movimiento­s de reivindica­ción de los pueblos originario­s (mapuches, qom, wichis, etc.) es un buen ejemplo: se los condena o se los ensalza según convenga; raramente son incluidas las causas y calidad de los protagonis­tas y su entorno cuando se trata de informar sobre el tema.

Todo esto lleva a un resultado peligroso: la poscensura. “Quienes se manifiesta­n al margen de la tesis dominante –decía Grijalbo en su artículo– recibirán una descalific­ación muy ofensiva que actúa como aviso para otros. Así, la censura ya no la ejercen ni el gobierno ni el poder económico, sino grupos de decenas de miles de ciudadanos que no toleran una idea discrepant­e, que se realimenta­n entre sí, que son capaces de linchar a quien a su juicio atenta contra lo que ellos consideran incontrove­rtible y que ejercen su papel de turbamulta incluso sin saber muy bien qué están criticando”.

Conclusión: la posverdad no es sólo un neologismo menor a punto de ingresar en el diccionari­o de la RAE. Conlleva peligros que los lectores merecen tener en cuenta.

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CEDOC PERFIL ETERNOS. Menem y Cristina partieron de presupuest­os falsos.

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