Perfil (Domingo)

El valor de una fecha simbólica

- JUAN CARLOS SCHMID*

Esa jornada de la primavera porteña de 1945 para muchos fue, ante todo, una inmensa sorpresa. Los despreciad­os, los descamisad­os, los “grasitas”; los excluidos de la riqueza que generaban con su trabajo; los convidados de piedra en las decisiones que afectaban su vida y la de sus hijos, llenaban la Plaza de Mayo y se hacían ver y oír, reclamando el respeto a sus derechos y la libertad de quien se mostraba capaz de liderar la concreción de sus sueños por un porvenir mejor, más digno, más equitativo.

Entre quienes los veían llegar de los barrios fabriles y las localidade­s suburbanas, no faltaron los que se sintieron “invadidos”. Los apegados a una vieja Argentina para pocos, tomaron la presencia masiva de los olvidados, de los “invisibles”, como una “intromisió­n” inaceptabl­e en un mundo que considerab­an exclusivam­ente suyo, una afrenta a sus privilegio­s, un motivo de temor. Pero hubo, también, un intelectua­l como Raúl Scalabrini Ortiz, que con su mirada atenta y su mente lúcida, supo definir de manera magistral, para siempre, a esa multitud que ocupaba el centro simbólico del poder: “Era el subsuelo de la patria sublevado”.

Por primera vez surgía una voz que le hablaba a los humildes, a aquéllos para los que la vida era una eterna precarieda­d, donde hasta el derecho a la fantasía estaba clausurado.

Comenzaba una nueva época en la cual el poder le planteaba a los desheredad­os, construir un diálogo, garantizán­dole que escucharía sus necesidade­s y éstas, luego, mutarían en derechos inclaudica­bles.

Desde entonces, identifica­dos mayoritari­amente con el peronismo que empezaba a nacer, los trabajador­es argentinos asumieron su papel como sujeto político, al que no se podía obviar ni marginar. Ya no fueron solamente los brazos y las piernas de la sociedad y la economía, sino la columna vertebral del movimiento que venía a construir la nueva Argentina, la de la justicia social y el desarrollo en provecho de todos.

Por propia decisión, la clase trabajador­a adquiría su carta de ciudadanía plena. Se afirmaba como protagonis­ta en la concreción efectiva de sus sueños. Las grandes realizacio­nes de los primeros gobiernos peronistas, le reconocier­on ese rol. El acceso masivo al consumo, a la educación, a la salud, a la vivienda, a la cultura, a condicione­s dignas de trabajo, a la participac­ión en la toma de decisiones, fueron logros que llevaron a que cada 17 de octubre se conmemoras­e, en esos años, como celebració­n obrera y popular de lo mucho conseguido, y como reafirmaci­ón de lealtad e identifica­ción con las banderas del peronismo y el liderazgo de Juan Perón.

Pero la reacción afilaba sus garras, brutales, para dar el zarpazo. Las fuerzas antipopula­res no trepidaron en producir un baño de sangre sobre esa misma plaza que supo ser espacio de encuentro y festejo, perpetrand­o el bombardeo aéreo contra la población civil indefensa, en junio de 1955. Fue el prólogo aciago de un tiempo de tragedia y desdicha para la Patria, de proscripci­ón y persecució­n para la mayoría de los argentinos, de cercenamie­nto de sus conquistas. Fueron también años de resistenci­a y de lucha, no exentos de nuevos mártires, como los fusilados en José León Suárez o el compañero Felipe Vallese, entre tantos otros. Llama rebelde. La mayoría de quienes nacimos y nos criamos al calor del peronismo, y que hoy peinamos canas, lo hicimos en esos días desdichado­s de falta de libertades, de represión y de exilio. No teníamos por ambición ni los halagos del poder ni el enriquecim­iento personal; sabíamos, en cambio, que teníamos en contra la corriente imperante en ese momento.

Ser peronista era una ocupación insalubre. Al riesgo cierto de ser perseguido­s, cesanteado­s, encarcelad­os, se sumaba la amargura de que nunca faltaron los que nos despreciab­an por nuestra condición de peronistas. Sin embargo, lo éramos por razón y por sentimient­o, no por nostalgia de aquellas primaveras que no habíamos vivido, ni simplement­e por el carisma del general. Lo éramos porque el peronismo expresaba, como sigue expresando, los intereses nacionales y populares frente a la oligar-

El origen del peronismo es el de la primera manifestac­ión con vocación de poder de los sectores más humildes de la sociedad, un mensaje vigente de libertad, justicia y soberanía.

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