LA TELEVISION: ESE OSCURO (Y APAGADO) OBJETO DEL DESEO

La televisión se está convirtiendo en un objeto prescindible. Ese aparato multifacético que, décadas atrás, servía tanto para ver películas en familia como para no dirigirse la palabra durante la cena, además de “apoyafloreros” y descanso para el gato, parece que sólo está siendo utilizado por los bebés (para ver dibujitos) y por los ancianos (para informarse de las noticias). Los adolescentes lo consideran un mueble antiguo, donde lamentablemente ni siquiera se puede apoyar una Red Bull, dado que su diseño geométrico no deja lugar para eso. Y se están inclinando por otra pantalla, la del Smartphone o la de la computadora, para entrar en YouTube y pasar horas compartiendo los videos de sus youtubers favoritos. Puede que la tele se esté utilizando por los chicos para otros fines para los que no ha sido creada, como para bajar series de Netflix o para jugar a la play. Y muchas veces queda encendida todo el día, sin sonido y en azul, porque entre tantos controles remotos nunca se encuentra el correcto para apagarla. ¿Pero qué ocupa, ahora, este vacío que dejó la caja boba?, ¿con qué se llenan las horas de ocio, vagancia, sinsentido y hastío que, hasta hace poco, se satisfacían con los reality shows? La respuesta es: las redes sociales. Allí se puede hablar mal de los famosos, porque ahí mismo se reproducen sus dichos, furcios y papelones que transmiten esos programas chusmas que los adultos menores de 50 años ya dejaron de ver. Hoy no es cool decir “no tengo tele”; lo cool es no tener Facebook. Lo que equivale a tener una vida lejos de la red, pero cerca de la aventura. Que, además, necesita de un solo “Me gusta”.