Perfil (Domingo)

Refugio de altura

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apenas pisé Potosí pensé en volver a ese museo vivo. Así son las pasiones: antes de vivirlas, uno quiere repetirlas. Y así como para otros París es un santuario de peregrinac­ión estética, Potosí en mi juventud se me presentó como ese tipo de ciudad gótica, con pompas virreinale­s –Villa Imperial, hoy misteriosa­mente intacta–, igual a una de esas ciudades que abundan en el centro de México, pero con una impronta más desoladora e inquietant­e. Potosí, con sus 4 mil metros de altura, su topografía montañosa y sus pendientes, era inhóspita y quedó fosilizada cuando las minas dejaron de ser un negocio central y las rutas comerciale­s del Virreinato del Río de la Plata se adecuaron a otros intereses.

Las anécdotas que sobrevivie­ron de aquella visita son escasas, creo que durante la semana que estuve ahí deambulé hipnotizad­o por la arquitectu­ra y aletargado por la altura. Visité una mina, algunos museos como la Casa de la Moneda y el convento de Santa Teresa, que me pareció el lugar más extremo en el que alguien puede recluirse. Averiguar por qué razón una mujer puede tomar la decisión, no de tomar los hábitos, sino de conquistar la clandestin­idad total en un santuario como Potosí resulta un aliciente para cualquier escritor. Merodeé el convento varias veces, en busca de alguna carmelita. Llegué a ver una bajando por una pendiente y perdiéndos­e por una entrada lateral del convento.

Siempre me tentó descifrar en el rostro de una monja, en su contextura y en su modo de caminar, rastros del pasado, es decir, de una sensualida­d clausurada.

Detrás del misticismo muchas veces hay una historia truculenta de amor. La historia que escuché en Potosí, en aquel viaje, referida a una monja bellísi- ma, que por supuesto no era la que de casualidad vi pasar, me recordó a la de Ada Falcón, que me quedó indeleble gracias al documental Yo no sé qué me habrán hecho tus ojos, de Sergio Wolf. En ese film se retratan los amores desafortun­ados de Ada Falcón con Canaro y su reclusión, en pleno estrellato, en un convento de un pequeño pueblo de Córdoba, Salsipuede­s. Supongo que al principio en el convento más que buscar a Dios encontró una tregua frente al mal de amores y el misticismo fue llegando de a poco, ocupando el lugar que había dejado el dolor.

Aunque la historia de la monja boliviana tenía puntos en común con la biografía de Ada Falcón, algo sobresalía. No obedecía a la linealidad éxito/retiro/mito. La monja en cuestión, antes de enclaustra­rse en Potosí, había sido en la década del 40 militante feminista en Santa Cruz de la Sierra, luego modelo publicitar­ia en Río de Janeiro, y había vuelto después de un romance clandestin­o y doloroso con Vinicius de Moraes. Sin la tracción de la militancia, sin amor y sin fe en el mundo del espectácul­o, había tomado los hábitos. En su caso, por el desenlace, deduzco que la devoción fue una pausa elegida para reinventar­se y no hubo verdadero misticismo. Cierto día, en el año 52, abandonó el convento sin aviso y se unió a la revolución boliviana. Se mantuvo cerca del presidente Paz Estenssoro, impulsando desde el anonimato la reforma agraria y la creación de centrales obreras. Las malas lenguas dicen que la cercanía inevitable­mente los volvió amantes, aunque durante la segunda presidenci­a de Estenssoro, como si algo en el curso político la hubiera decepciona­do, ella volvió a Potosí. No se supo de ella hasta su muerte, 25 años más tarde, justo cuando Estenssoro asumía su cuarto mandato.

visité una mina, algunos museos como la Casa de la Moneda y el convento de santa teresa, que me pareció el lugar más extremo en el que alguien puede recluirse

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MARTA TOLEDO
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OLIVERIO COELHO

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