Distintas formas para la extinción
En sintonía con la prosa y la figura del belga Henri Roorda –quien también se mató luego de escribir el libro “Mi suicidio”–, la editorial Eterna Cadencia publica la novela del francés Edouard Levé titulada “Suicido”, una nota de despedida del autor, que
antes que nada: Suicidio no es una novela, sino una nota de suicidio escrita en segunda persona. El autor de este libro, Edouard Levé, se ahorcó tan sólo unos días después de entregarle este manuscrito a su editor, Paul Otchakovsky-Laurens.
Levé, mediante un convencional artificio, en estas páginas evoca el suicidio de un amigo de su adolescencia. Es decir, habla desde su próxima e inmediata experiencia a partir del sufrimiento de un “otro”, radicalmente funcional a su proyecto literario. Esto le permite un distanciamiento inicial, y le permite, ante todo, vivenciar y justificar su propia
“Moriste porque buscabas la felicidad a riesgo de encontrar el vacío.” “Jack Kerouac me hace querer vivir más que Charles Baudelaire.”
muerte. En otras palabras, le permite habitar en él como si fuera su propio fantasma, y no sufrir así los continuos oleajes de la vida real.
Edouard Levé, nacido en París en 1965, terminó con sus días en la misma ciudad en 2007. Escribió otros tres libros en prosa (como Autorretrato, ya publicado por Eterna Cadencia en 2016, con traducción de Matías Battistón), y además publicó algunos volúmenes de fotografía (una de sus series más conocidas es Série Pornographie, donde se retratan posiciones típicamente pornográficas pero con personajes vestidos).
El distanciamiento de sí mismo con el personaje de Suicidio, reforzado aún más por una concreta distancia en el tiempo (20 años lo separan de la muerte de su amigo de la adolescencia), le permite a Levé hablar sobre su propia muerte con una frialdad objetiva, inesperada: “No negaste la vida, afirmaste tu gusto por lo desconocido”, “Moriste porque buscabas la felicidad a riesgo de encontrar el vacío”.
Porque el suicidio se transforma, de este modo, en un ac- to fundacional que reescribe de un golpe toda la vida de una persona, y por tanto la enajena y estigmatiza para siempre: “Tu manera de abandonar la vida reescribió tu historia en negativo. Quienes te conocieron releen cada uno de tus gestos a la luz del último. La sombra de ese enorme árbol negro impide desde entonces ver el bosque que fue tu vida”.
El recuerdo de su amigo le permite a Levé narrar varios aspectos y detalles autorreferenciales. Viajamos con él, conocemos nuevas ciudades y lugares como Burdeos o Place Saint-Projet bajo su específica mirada. Tomamos y repeti- mos sus caminos, seguimos de cerca sus recorridos, sus obsesiones. Conocemos sus miedos, o aquello con lo que él se sentía identificado. Su cercanía a los muertos y cementerios, la familiaridad que sentía hacia los marginales: “Los linyeras encarnaban la última etapa de un declive hacia el cual podía tener tu vida. Te proyectabas en aquellos que habían fracasado en todo, o que no habían logrado nada. No los considerabas víctimas, sino autores de su propia vida”.
Como pocos autores, Levé describe los efectos de la pérdida del libre albedrío por un poco felicidad ficticia (antidepresivos o “muletas químicas”, como él los llamaba): “Las palabras dibujaban en la página las líneas de un cuadro abstracto, su sentido se te escapaba”, “Te volvías un idiota. Te fallaba la memoria. Te costaba recordar nombres propios, incluso de gente que conocías bien”, “De repente, no tenías más cerebro. O era el de otro. Te pasaste dos horas así, preguntándote si serías tú mismo”.
No hay explicaciones, y Levé conserva el misterio de su muerte, como la de su amigo. Con el suicidio, explica el autor, “habías entristecido tu pasado y abolido tu futuro”. A medida que Suicidio avanza, Levé abre lentamente su corazón, y de repente creemos encontrar un verdadero lugar en su propio mundo. Pero tras ese gesto, inmediatamente se escapa: concluye rápidamente su última obra (no lo demoran más de ochenta y tanto de páginas) y luego se quita la vida. No lo poseeremos de nuevo.
Abolición del futuro, sí, y entristecimiento de un pasado. El proyecto literario y experiencial de Edouard Levé, un constante escapista que promueve el gesto fundacional de la vida en la propia muerte.
O bien la abolición de lo conocido por lo desconocido, el salto del deseo a lo que se ignora.
Al final de Suicidio, se agrega una serie de versos poéticos (tercetos), encontrados en el cajón del personaje luego de su muerte. Algo que bien podría respaldar la tesis de su escapismo hacia lo desconocido (más cuando se trata de un autor que sólo escribió prosa y decide concluir su trabajo con el género más cercano al proyecto): “Lo nuevo me atrae / Lo antiguo me arraiga / El cambio me anima”, “La felicidad me precede / La tristeza me sigue / La muerte me espera”.
Intento, por último, vislumbrar su propia formación, sus influencias literarias. Rastreo un ensayo de él en Paris Review, publicado en 2011 bajo el título “When I Look a Strawberry, I Think of a Tongue”. Allí leo sin sorpresa, y mismo tinte indeterminado: “Roberto Juarroz me hace reír más que Andy Warhol. Jack Kerouac me hace querer vivir más que Charles Baudelaire. La Rochefoucauld me deprime menos que Bret Easton Ellis. Joe Brainard es menos afirmativo que Walt Whitman”.