Hoy: ‘Con toda intención’, de Charlie Feiling
nacido varón”). Entre comentarios como “¡estar así por un hombre, Dios mío!”; “nada peor que depender de los hombres”, o “mi amiga es un ser especial que nunca quiso atarse”, el único varón que abre una esperanza es su amigo Joaquín.
La novela se divide en dos partes, a su vez divididas en tres: la primera, temporada de moras, de pomelos y de frutillas; la segunda, en tres semestres, o sea nueve meses. El ciclo no se corta. A esa casa de campo llega una preadolescente que tiene como mascota a una chancha y quiere desaparecer “en la textura fría y húmeda del pomelo”, y en la segunda parte se revela una señorita disconforme con su condición de mujer, que se descubre y autoexplora (toda la novela está cruzada por un sutil y seductor aliento sexual), y de cuya edad de la inocencia se resiste a salir: una inocencia que no es sino un frustrado plan de evasión. Ella es parte de la fuerza vital de la naturaleza. Pero si adentro tampoco hay luz, es porque también falta afuera. No hay luz en ninguna parte mientras dependamos de los hombres. Sin embargo, o gracias a eso, en esta novela –a cuenta de un registro preciso y cautivante–, se puede decir que todo está iluminado. El rosarino Charles Eduard Anthony Keith Feiling (1961-1997), alias “Charlie”, es una marca memorable de la literatura argentina del siglo XX. Con sólo 36 años de extensión sobre los campos de la vida, fue un extraño caso de precocidad sin alardeos de frenesí juvenil. Más bien destilaba un halo denso de erudición, el aplomo del artista maduro –toda su literatura se parece a un viaje de vuelta–, los veredictos terminantes de un juez implacable condenando y absolviendo gustos de manera inesperada, y la misión de darle a su obra la dirección de un programa y la afirmación de un concepto.
La vuelta de campana de Feiling, cuyas consecuencias no se hubieran sospechado de antemano dada la aparente empatía por su formación inglesa (de la que podría haberse esperado algún tipo facilongo de neoborgismo), fue la de apartar sus libros del academicismo y entregarlos sin problemas a geografías “menores”, es decir, a la incursión por los géneros, la alteración de los géneros, la perversión de los géneros. Sus tres novelas concluidas ( El agua elec t r i za d a, Un poeta nacional y El mal menor), publicadas entre 1992 y 1997, (sabelotodista) como le corresponde a la cultura del periodismo, que siempre parece invocar las inquietudes amplias de un renacentismo de nivel cero, no tiene prejuicios. Pero lo que hace Feiling es rozar meramente los temas para hundirse siempre en la literatura. Es la literatura la que entiende qué tipo de cantante es Bola de Nieve, qué significa una muestra en el Museo Nacional de Bellas Artes, cuál es la relación formal íntima –casi siamesa– entre Hergé, Hakusai y Matt Groening, qué nos quiso decir la última entrega de Batman y qué pasa con los personajes de Saer, la última novela de Anthony Burgess o la primera de Sergio Bizzio.
Con toda intención tiene una inteligencia transmisible que Rodrigo Fresán refiere en el prólogo y que ha sido una característica de sus encuentros con Feiling. Ser inteligente consiste en despertar la inteligencia en los demás. Hay, en esa experiencia, mucho de ejercicio humanista y de maestría; y también una paradoja: la del acercamiento entre personas por vía de la erudición, Nació el 5 de junio de 1961 y murió el 22 de julio de 1997. dan testimonio explícito de ese plan que se explica en términos de obra. Hacer una obra –tener una obra en la cabeza a la que sólo le faltaran los libros del porvenir– fue la maniobra sagaz de Feiling para volver a presentarle a la literatura argentina la idea de que, como lo venían haciendo Saer y Aira –cada cual con su propia aplicación–, los libros no se despachan de manera aleatoria para ver qué onda, sino que son astillas de una totalidad calculada.
Con toda intención (Sudamericana, 2005) reúne artículos de crítica y lectura sobre un millón de asuntos. La lista de intereses, universalista y diletantista que, por lo general, se manifiesta como un muro de exclusión.
Pero también debe recordarse la severidad de Feiling con sus enemigos, que no son personas sino estructuras ideológicas imperdonables encarnadas en personas. En ese rubro, el máximo enemigo fue el populismo literario representado, según Feiling, por Osvaldo Soriano, a quien en 1991 atiende en una lectura de Una sombra ya pronto serás. Al final del texto, recomienda escribir evitando babearse sobre un banderín de Boca o una estampita de San Cayetano.