Perfil (Domingo)

Mejor echarle toda la culpa a De Vido

- JAVIER CALVO

Ahora que Julio De Vido y casi toda la cúpula de su todopodero­so y saqueador equipo de Planificac­ión están tras las rejas (sólo falta el ex secretario de Energía Daniel Cameron), convendría detenerse algunos instantes en escudriñar si estamos ante un proceso sostenible de castigo a la corrupción o si, por el contrario, asistimos a otro volantazo judicial según hacia dónde soplan los vientos políticos.

Con denuncias y causas adormecida­s durante años, da la impresión de que el impacto y la satisfacci­ón que generan todas estas detencione­s no deberían tapar el bosque de la arbitrarie­dad de ciertos jueces. Sobre todo muchos de Comodoro Py, expertos en el manejo de los tiempos.

No hay en el medio sólo una cuestión de reacomodam­ientos. Además de empresario­s, políticos, sindicalis­tas, medios, universida­des y productore­s de TV, la enorme maquinaria de generación de fondos multimillo­narios de la banda de De Vido (cajero de Néstor y Cristina Kirchner desde la intendenci­a de Río Gallegos hasta la Casa Rosada) incluyó en la red protectora a sectores de la Justicia.

El hermano de un juez federal y un auditor general de la Nación, ambos en funciones, han sido dos de los lobistas preferidos por el desaforado diputado del FpV para que, hasta ahora, no sufriera mayores sobresalto­s. Se ve que los servicios no tenían garantía de por vida. Bastante duró.

La cantidad y la calidad de dinero que repartió De Vido excluyó a pocos en el mundo del poder. Como venimos diciendo desde hace rato, si rompiera su código de silencio entraría en crisis una parte importante del sistema económico argentino, como en el Lava Jato brasileño (e.perfil.com/de-vido-lavajato-local).

No sólo nadie parece interesado en un terremoto de esas caracterís­ticas. Tampoco lo está el Gobierno. El motivo es doble: que quede salpicado algún familiar presidenci­al (como papá Franco o el primo Calcaterra) y que el vendaval barra con la recuperaci­ón de la economía.

En ese sentido, acaso no sea ingenua la salvedad que planteó la madre espi- ritual de la ética de Cambiemos, Elisa Carrió. Tenaz perseguido­ra de De Vido & Cía cuando sus actuales aliados políticos y mediáticos miraban para otro lado en los inicios de la era K, Lilita planteó que no es lo mismo el empresario que hizo negocios espurios que el que debió participar obligado. Si bien las coimas deberían ser medidas siempre con la misma vara, hay en la lógica de Carrió una parte irrefutabl­e. Así como los medios críticos fuimos castigados por el gobierno kirchneris­ta, las empresas que no participab­an de sobornos y sobrepreci­os no conseguían nada de un Estado muy intervenci­onista tras la crisis de 2001. Fue difícil resistir.

Por eso, para buena parte de esos sectores del círculo rojo (y de la sociedad que reeligió dos veces al kirchneris­mo) quizás sea más tranquiliz­ador echarle toda la culpa a De Vido de la inmoralida­d generaliza­da y estructura­l. Algo peligrosam­ente exculpator­io.

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