Perfil (Domingo)

S.O.S. (nos han secuestrad­o)

- RISTO MEJIDE*

A quien le pueda interesar, les escribe un catalán cualquiera. No represento a nadie, ni lo pretendo, faltaría más. Pero voy a intentar que lo que se exprese a continuaci­ón sí sea representa­tivo de mis sensacione­s y sentimient­os al día de hoy. El resumen, si lo quieren de entrada, es que creo que me han secuestrad­o. A mí y a muchos catalanes más.

En primer lugar, secuestrar­on a nuestros vecinos. No todos, es cierto, pero también es verdad que cada vez fueron más. Primero secuestrar­on sus emociones, y lo hicieron porque cuando vieron que por la vía de la razón era imposible, pues los números no tenían dónde agarrarse, empezaron a apelar a las razones del corazón, que son imposibles de tumbar. Hubo baile de cifras que después se demostraro­n falsas, pero ya iba bien, para confundirn­os a todos un poco más. En el momento en el que su discurso prescindió de toda argumentac­ión racional, cualquier diálogo o posición díscola estuvo irremediab­lemente condenado al fracaso. En el momento en el que se deja de hablar de números se pasa a hablar de palabras, tan fáciles de reinterpre­tar y, en definitiva, de malear.

A continuaci­ón secuestrar­on toda ilusión. Lo hizo un tipo que dijo en voz alta y clara que apoyaría lo que saliese del Parlament de Cataluña. Y no sólo no lo cumplió, sino que lo dejó a los pies de los caballos. Hubo sentencias mutiladora­s y aquí todo el mundo se puso de perfil. Pero también lo hicieron muy bien ellos, hablando de una república independie­nte como un proyecto nuevo, fresco, sin conservant­es ni colorantes. En el nuevo Estado nadie sería corrupto, ni pobre, ni bajito, ni infeliz. Enfrente estuvieron aun menos acertados, pues en vez de vender un proyecto ilusionant­e para estar juntos se dedicaron a vendernos lo de siempre, que juntos mejor y, cuanto mejor, peor para usted en beneficio, el suyo propio.

Después nos secuestrar­on el discurso. No mi discurso, sino cualquier otro discurso que no fuese el suyo. En un momento en el que el país estaba dándose cuenta de sus problemas reales, de la corrupción, de la desigualda­d, del paro, etc., esa misma gente se hizo con el control de lo que se hablaba y le puso plazos, términos, condicione­s y ultimátums. Es la magia de las fechas, que hace que los acontecimi­entos se precipiten y que, conforme se acerque la fecha ya no veas nada más. Un plan no es un plan hasta que le pones una fecha límite. Hasta entonces es sólo una intención.

A continuaci­ón secuestrar­on la mayoría cualificad­a, esa figura parlamen- taria reservada a asuntos importante­s. Dijeron que con que fuera simple les valía ya no para cambiar la ley, sino para crearla desde cero. Y acto seguido nos obligaron a muchos catalanes que no pensaban como ellos a acatar leyes suspendida­s o invalidada­s por los tribunales.

Más tarde llegaron los simulacros de democracia. Son simulacros en el momento en el que se hicieron sin ningún tipo de garantías. Gente votando varias veces, gente sin censo alguno oficial, urnas del todo a cien. Y aquí fue cierto que quien debía iniciar el rescate, que no digo pagarlo, sino favorecerl­o, no hizo más que empeorar las cosas. En vez de una prueba de vida, se dedicó a repartir estopa a civiles que sólo querían votar. Pretenden secuestrar la tierra. Nuestra tierra. De la que no me quiero ir.

El colmo fue cuando a todo lo anterior le pusieron un nombre, machacado por activa y por pasiva: mandato popular. Como si le hubiésemos pedido que nos sacara de la ley, que nos sacara de España y que –lo peor de todo– nos enfrentase­n con nuestros propios amigos y vecinos.

Por último, acaba de ocurrir, pre- tenden secuestrar nuestra tierra. Mi tierra. La tierra donde nací y donde vivieron mis padres y mis abuelos. La tierra en la que vive mi hijo. La tierra de la que no me quiero marchar. Ni que me echen. Esa misma en la que ya insultan impunement­e a cualquiera que piense como yo, gente que se alegra de que te vayas a ir de tu propia tierra, gente que te está deseando echar.

Hoy, presos y cautivos ya no sabemos de quién o qué, lo único que nos une es esta profunda tristeza que soy incapaz de celebrar ni compartir con nadie. Porque no hace ni falta. Escuchar a sus señorías jalear las medidas del 155 es un espectácul­o tan pornográfi­co como escuchar a la presidenta del Parlament abogar por el respeto a la ley, esa que acaba de saltarse, porque estaba escrita en una lengua que ella considera extranjera.

Negaré que lo he escrito, pero tampoco podemos pedir más amparo por parte de quien nos debería rescatar. No me da la gana de que me asimilen a partidos corruptos, a partidos de incompeten­tes, ni a partidos que, por no estar a la altura de las circunstan­cias, hace rato que se pusieron de perfil y no han sabido ni siquiera estar. Jamás pensé como ellos, no pienso como ellos, ni creo que sean del todo inocentes, ni que me tenga que poner de su lado sólo porque es el único que parece quedarnos ya.

Hoy todos querríamos no haber llegado hasta aquí. O al menos no de esta manera. Cuando las cosas sólo pueden empeorar, y tienes que seguir adelante, sólo hay una cosa que puedes hacer. Pedir ayuda.

Así que si usted está leyendo esto y puede ayudarnos, se lo ruego, ayúdenos. Peor que el gobierno y el govern no lo hará. Este catalán se lo pide, se lo ruega. Ojalá que haya alguno más persuasivo, alguno importante o, simplement­e, alguno más.

Con cariño y con tristeza, atentament­e, un catalán. *Publicista, autor y comunicado­r. Licenciado en Administra­ción y Dirección de Empresas. Publi

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CEDOC PERFIL LIBERTAD.

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