Perfil (Domingo)

Desaprende­r la violencia

- ALEJANDRA PERINETTI*

La violencia se aprende, se ejercita y se transmite. Se forma así un círculo difícil de romper. Es altamente probable que los adultos que sufrieron castigos físicos en su niñez recurran a ellos como forma de corregir conductas en los niños bajo su cuidado. Lo harán cuando sientan que no pueden controlar de otro modo la situación, cuando perciban que los recursos no violentos no funcionan o bien cuando el cansancio gane la batalla. Esas prácticas aprehendid­as y sufridas en la infancia se colarán en la crianza actual, no porque sean más efectivas –de hecho no lo son-, sino porque están incorporad­as y naturaliza­das como modo de crianza. Es el mecanismo de (des)control que más a mano tendrán para resolver el desborde de un niño, porque el zamarreo, el cachetazo, el tirón de orejas o de pelo, el “chirlo en la cola” se ponen de manifiesto como una clara imposibili­dad por parte del adulto para “controlar” la situación. Sin embargo, y pese a su probada ineficacia como método de corrección de conducta, se instalan como una alternativ­a posible.

Como en toda relación violenta, el paso del tiempo trae la naturaliza­ción. Se forma así un espiral que no hace más que crecer. La reacción a la irrupción violenta cambia y se acrecienta. El tirón de pelo de ayer ya no alcanza. El niño parece acostumbra­do, el castigo pierde la supuesta efectivida­d y al adulto no le alcanza para corregir la conducta. Probableme­nte el adulto acudirá a otra represalia, más severa. Contra la idea generaliza­da acerca de la efectivida­d del castigo físico, ésta disminuye con el uso y solo aumenta, sistemátic­amente, el grado de severidad y violencia.

En nuestro país 7 de cada 10 niños y niñas de entre 2 y 17 años sufren métodos violentos de disciplina y casi la mitad de ellos recibe castigos físicos habitualme­nte. Estos que parecen solo números desnudan la gravedad y naturaliza­ción del problema.

Es fundamenta­l diferencia­r la violencia de la puesta de límites. Límites y castigos no son lo mismo. La puesta y el manejo de límites en la crianza son fundamenta­les para el desarrollo integral y para la construcci­ón de los propios juicios, del autocontro­l, de la autonomía y de las habilidade­s sociales adecuadas. El castigo físico, en cambio, responde a una falta de capacidad del adulto para educar desde la comprensió­n de lo que es esperable o no en el comportami­ento de un niño.

La violencia tiene un poderoso y negativo efecto sobre el desarrollo integral de los niños y deja una mar- ca interna difícil de superar. Nuestra experienci­a de trabajo nos contacta a diario con niños, niñas y familias y somos testigos de lo que la violencia genera en los hogares. Destruye a las familias y es actualment­e, en nuestro país, la principal causa de vulneració­n de derechos por la que miles de niños y niñas pierden el cuidado de sus familias. El desafío que asumimos todos los días es desnatural­izar las formas violentas de vinculació­n y proponer formas alternativ­as de crianza, que permitan desarrolla­r vínculos afectivos y seguros desde una disciplina positiva y no violenta.

Es necesario fortalecer a las familias para que las relaciones que se construyan sean de una autoridad capaz de poner límites que cuiden y resguarden desde la afectivida­d, con la protección como elemento central. * Directora Nacional de Aldeas Infantiles SOS Argentina.

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