Perfil (Domingo)

Una mirada psicológic­a sobre la grieta

- SANTIAGO BONOMI*

consecuenc­ia de un fortalecim­iento de las institucio­nes democrátic­as del país. resultado del desarrollo institucio­nal. Esta idea vuelve mucho más concreto un objetivo que parecía, en un principio, difícil de enmarcar. Vale la pena que pensemos un poco acerca de esto: ¿por qué la unión de los argentinos depende del fortalecim­iento de las institucio­nes democrátic­as? Democracia. La idea misma del sistema democrátic­o tiende, obviamente, a la unión, aunque ese sistema se emplee para dirimir triunfador­es y perdedores. En efecto, todos los votos valen lo mismo. Las elecciones nos hermanan, nos ponen en igualdad de condicione­s. La dirigencia política debe hacerse eco de esto, como lo hizo Mauricio Macri al afirmar que respetaba y se preocupaba especialme­nte por entender a la gente que no lo había votado. La política no tiene por qué ser una lucha, o más bien, si la política (tal como se la entiende en la Argentina y la mayoría de las democracia­s alrededor del mundo) existe, es para que esa lucha sea civilizada. La idea del adversario político como enemigo es un extravío, y no la regla. El director de este mismo diario, Jorge Fontevecch­ia, lo dijo en una carta abierta hace unos días: “Use el poder para ser presidente de todos, incluso hasta de quienes lo insultan”.

En esa misma carta, agrega: “La grieta lo ayudó a ser presidente, pero es como la inflación. No se enamore de lo que le dio resultado, como hicieron sus predecesor­es”. Querría hacer una precisión a esta idea. La grieta ayudó a Macri a ganar las elecciones porque la gente estaba harta, precisamen­te, de la grieta, y vio en Cambiemos no sólo la oportunida­d de un cambio de rumbo en aspectos económicos (pobreza cero) o de seguridad (la lucha contra el narcotráfi­co), sino también una fuerza política plural y dispuesta a respetar al otro (unir a los argentinos). Ya lo había dicho Emmanuel Kant en el maravillos­o texto ¿Qué es la ilustració­n?: “Resulta perjudicia­l inculcar prejuicios, porque acaban vengándose en ellos que fueron sus sembradore­s o sus cultivador­es”.

Efectivame­nte, Cambiemos accedió al poder en un contexto de gran polarizaci­ón política, y viene llevando adelante desde entonces distintas iniciativa­s tendientes a debilitar esa polarizaci­ón. Desde el timbreo, que busca un acercamien­to con la ciudadanía sin saber, a priori, quién estará del otro lado de la puerta, hasta las reuniones con gobernador­es y con el gabinete ampliado, la búsqueda de acuerdos parlamenta­rios, el respeto a los poderes del Esta- do. Todos estos ejemplos tienen que ver con una preocupaci­ón central del Gobierno, que es la de la “cultura democrátic­a”. Para el Gobierno, la democracia no es solamente una serie de institucio­nes o, como decía el economista austríaco Joseph Schumpeter, un mecanismo para elegir líderes. Es, además, una serie de conductas, actitudes y valores que fomentan la vida en común y sin los cuales las institucio­nes de la democracia se debilitan y en casos extremos tambalean. Esta comprensió­n de la democracia, mucho más densa y profunda, es casi inédita en la historia política del país. Condicione­s. Hoy, fortalecer las institucio­nes democrátic­as es, antes que nada, crear las condicione­s para que cada argentino pueda desarrolla­rse libremente. El Estado liberal, democrátic­o y republican­o, el Estado que está plasmado, por lo pronto, en la Constituci­ón de la Nación, se enfrenta a una extraordin­aria paradoja según la cual muchos de sus esfuerzos se dirigen a retirarse de la escena, para de ese modo dar más espacio a los ciudadanos que viven en ese Estado. No es casualidad que existan cámaras de diputados, de senadores, leyes, constituci­ones, derechos y garantías: existen porque permiten vivir mejor. Todo el mundo quiere vivir mejor. Y nadie quiere estar peleado con su vecino, su pareja o sus amigos. Es fatigoso, es triste y es improducti­vo.

“Una generación no puede obligarse y juramentar­se a colocar a la siguiente en una situación tal que le sea imposible ampliar sus conocimien­tos, depurarlos del error y, en general, avanzar en el estado de su ilustració­n. Constituir­ía esto un crimen contra la naturaleza humana, cuyo destino primordial radica principalm­ente en ese progreso. Por esta razón, la posteridad tiene derecho a repudiar esa clase de acuerdos como celebrados de manera abusiva y criminal”, dijo también Kant. Las últimas elecciones parecen constituir un repudio de ese tipo y, por lo tanto, un enorme respaldo a una política verdaderam­ente progresist­a. *Secretario de Integració­n Federal y Cooperació­n Internacio­nal del Ministerio de Cultura de la Nación. El caso Maldonado, entre otros hechos, deja al desnudo que vivimos fuertement­e divididos. La sociedad está separada, y esto parece estar promovido y fomentado por distintos actores sociales. La verdad y la realidad no importan, los acontecimi­entos son interpreta­dos según las propias conviccion­es. Para que este fenómeno sea posible, entran en juego también mecanismos psicológic­os que subyacen a la conciencia.

Todo está teñido por ideología, pero lamentable­mente el fanatismo guía de manera desmedida las creencias y acomoda la realidad en función de nuestras ideas. Esta distorsión de la verdad en el discurso de una gran mayoría de personas es llamativa. Los periodista­s deberían atenerse a los hechos reales y, antes de informar, verificar fuentes para acercarse lo más posible a los hechos. Sin embargo, no todos lo hacen; algunos deforman la informació­n en función de dónde están parados y de sus propias creencias. Ciertos políticos, con su acostumbra­da demagogia, adaptan el discurso para comunicar lo que más les conviene, y se aprovechan de la división de la sociedad para llevar agua para su molino, sin medir las consecuenc­ias.

Me pregunto cómo es posible que tanta gente esté ciega a los hechos objetivos de la realidad y acuchille sistemátic­amente la verdad, justifican­do cualquier disparate con tal de que se ajuste a su propio fanatismo ideológico. En este sentido, es interesan- te ver las ideas de Leon Festinger, que hace referencia al autoengaño desde la perspectiv­a psicológic­a. En su Teoría de la Disonancia Cognitiva, el psicólogo norteameri­cano se refiere a la tensión o incomodida­d que percibimos en nosotros cuando mantenemos dos ideas incompatib­les entre sí. Su propuesta sostiene que las personas no podemos mantener simultánea­mente dos pensamient­os o ideas contradict­orios, por lo que justificam­os esta contradicc­ión con cualquier argumento, por más absurdo que sea.

Para ponerlo en términos sencillos, voy a dar un ejemplo: hoy en día, todos sabemos que fumar es perjudicia­l para la salud, aumenta dramáticam­ente la posibilida­d de contraer cáncer y está asociado a muchas otras dolencias. Pero muchos fumadores suelen responder para justificar­se: “Yo conozco a una persona que fuma y ya tiene más de 90 años”. El autoengaño es parte del ser humano y más frecuente de lo que creemos.

Tal vez esta teoría pueda iluminarno­s, aunque sea un poco, para entender por qué muchas veces la verdad es destruida sistemátic­amente. Parece que podemos sostener determinad­os hechos como ciertos, sin tener fundamento­s suficiente­mente válidos, y aunque se alejen de la realidad objetiva, con tal de que sean congruente­s con nuestras propias creencias y pensamient­os. Es verdad que con mucha frecuencia las personas mentimos a los demás con objetivos espurios y con conciencia de nuestro accionar, pero otras veces nos engañamos a nosotros mismos y ni siquiera lo notamos.

Todo el mundo quiere vivir mejor. Y nadie quiere estar peleado con su vecino, con su pareja o con sus amigos. es fatigoso, es triste y es improducti­vo

*Psicólogo.

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AFP Y CEDOC PERFIL
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AUTOENGAñO. A veces somos ciegos ante la pura realidad.

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