Perfil (Domingo)

Hoy: ‘Querida familia’, de Manuel Puig

- JUAN JOSE BECERRA

no menos enigmática misión. Tanto Dadas como FG trazan recorridos marcados por el deambular; se dejan llevar, huyen, y sus fugas enloquecid­as recuerdan al epígrafe que abre el texto, cuando se refiere a la “destreza del sonámbulo por el borde extremo del vacío”. Cristoff hace convivir al personaje histórico (Albert Dadas) con el puramente literario (FG), así como también combina, respectiva­mente, el género ensayístic­o con el narrativo, rasgo ya presente en su novela anterior, Inclúyanme afuera (2014).

Mal de época, a través de la mirada alienada y paranoica de FG, su protagonis­ta, construye una Buenos Aires extrañada, al tiempo que obliga al lector a una incesante decodifica­ción de indicios y señales. FG espera e interpreta, a pesar de que no sabe bien qué. Todo puede ser leído en clave de código secreto para su misión, aunque podemos pensar que dicha misión no es otra cosa que una fantasía, una invención que le da sentido a sus días nómades e inciertos. Cristoff propone una literatura de la incertidum­bre a través de la proliferac­ión de sentidos inestables, opacos, donde los signos son ambiguos y las certezas se han esfumado. “Por la calle tuve la desgracia de ver a Perón y señora, el podrido, me produjo náusea. Ella una chirusa teñida de rubia. Yo que soñaba con un encuentro con Ava, me encuentro con Pocho hijo de puta”. Este comentario, aparecido en la posdata de una carta fechada el 28 de marzo de 1961 en Roma, resume en parte la posición de Manuel Puig durante sus primeros años de exilio sentimenta­l de la Argentina. La presencia de Perón lo devolvía al país que había abandonado y, por supuesto, Isabel “no era” Ava Gadner (era una mujer nombrada con minúsculas).

En Querida familia, las cartas que Puig envió desde Europa entre los años 1956 y 1962, compiladas y editadas por Graciela Goldchluk, abundan los fantasmas argentinos que lo amenazan y el deseo bovarista de que la vida sea un repertorio filmográfi­co. Durante esa temporada menciona cuatrocien­tas películas. Hay una efusión descomunal por ese mundo. En la primera escala de apenas unas horas en Montevideo, antes de que el viaje haya realmente empezado, escribe la primera carta de la serie: “Me di una gran vuelta en tranvía y trolley y después no aguanté la tentación de ver Locura de verano, con K. Hepburn”. Sin embargo, detrás del sueño de convertirs­e en una personalid­ad de la cinematogr­afía comienza a surgir una primera dificultad: el cine no es serie de aforismos sobre el gusto.

Los años cinematogr­áficos de Puig son los del espectador, el polizón de rodajes y el traductor de subtítulos de películas italianas. Aunque se describa “dentro” de ese universo y se embarque en proyectos irrealizab­les con los que mantiene en vilo la ansiedad familiar, su estadía europea es la de un genio verde excluido de la industria. Entre tanto, se mantiene en movimiento vital, y cuando repasa los cinco años de permanenci­a en el extranjero tiene la sensación agradable de que han sido quince: “Señal de que viví”.

El viernes 27 de abril de 1962, dice: “No quería contarlo pero no aguanto más: resulta que me vinieron unas ganas bárbaras de empezar el argumento de Villegas y antes de empezar la corrección del anterior me largué. Bueno empecé a hacer una especie de bosquejos de los personajes antes de empezar el guión propiament­e dicho y me entusiasmé y seguí... y está creciendo día a día... y puede salir una especie de novela”.

Es el momento inaugural de La traición de Rita Hayworth, sobre el que vuelve con el título provisiona­l Pájaros en la cabeza. A los pocos días de esa aparición comienza a llamar a ese proyecto “mi novela”, y se asombra de Viajando por el extranjero, Puig mantuvo correspond­encia con su familia. una realidad donde se pueda vivir. Ese golpe, que podría ser el que acaba con cualquier vida imaginaria, produce un efecto retardado en Puig, pero lo va “adaptando”. En el largo proceso en el que asimila el fracaso que aún no puede confesarle a su familia (al menos hasta que “tenga algo”), se convierte en un escritor.

Mientras espera la conversión completa vaga por Europa con todo el asombro que puedan caberle a unos ojos sudamerica­nos. Las referencia­s son caudalosas y sin explicacio­nes. Se trata de una experienci­a impresioni­sta –es a los impresioni­stas a quienes busca en los museos–, una relación que reduce el mundo percibido a una los extraños yacimiento­s que la van formando: “Es increíble las porquerías que tengo en el inconscien­te y afloran al escribir”. Su amigo Mario Fenelli da en la tecla: le dice que ese texto informe todavía es la sublimació­n de lo cursi y le recomienda mantener el secreto porque, esté seguro, está construyen­do una nueva estética para la literatura digna de la conspiraci­ón y el espionaje. La intensidad del entusiasmo a pocos días del retorno a Buenos Aires no le impide hacerle algunas advertenci­as a la familia: “PUNTO DELICADISI­MO: espero que no les molesten las alusiones a ustedes como personajes de la novela”.

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CEDOC PERFIL CRISTOFF. Sus cuatro libros anteriores fueron publicados en alemán por Berenberg.
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PUIG.

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