Perfil (Domingo)

Ultima agitación (segunda parte)

- ROBERTO GARCíA

Ayer contábamos que las detencione­s de Julio de Vido y Amado Boudou anuncian vértigo en Comodoro Py y nuevas capturas. La imposición de una Justicia exprés sobre una objetable Justicia tardía, variantes de velocidad que acaso el Derecho no contempla. Aunque signifique­n un alimento para una población que, según las encuestas, demanda presidio, juicios sumarios, quita de pensiones y una contracció­n laboral más intensa de parte de los magistrado­s.

Son los mismos focus group que estimularo­n a Mauricio Macri para ejemplific­ar en su discurso “refundacio­nal” anomalías o excesos en la administra­ción de Justicia (cuestionó los salarios extraordin­arios, la cantidad de empleados) y, en compensaci­ón a ese reclamo popular, el establecim­iento de controles horarios con la huella digital –también la moda se extendió a Diputados– para el personal Lorenzetti y Garavano protagoniz­aron un duro cruce público por el accionar judicial. judicial estable. De manual ese principio.

Si funcionó el método sociológic­o para investigar el deseo ajeno en las elecciones, se estima que su traslado como ejercicio continuo deberá funcionar para sostener al Gobierno. Como si fuera una idea de Duran Barba, como si la cárcel a funcionari­os pasados morigerara el impacto negativo de ciertas medidas económicas o provisiona­les anunciadas por el Presidente. Cuesta, sin embargo, convencer de que esas nuevas decisiones son una mejoría para los pobres, contraria a los ricos.

A pesar del despegue de Macri de estos desenlaces judiciales, muchos le endosan responsabi­lidad y le atribuyen la confección de un álbum de candidatos al estrés tribunalic­io y carcelario. Pero no responde esa nómina a sus gustos personales. Como ocurrió con Cristina en sus simpatías y antipatías con Boudou y De Vido. Ocurre que, por ejemplo, jamás el ingeniero jefe podra negar una inquina particular con Aníbal Fernández, quien desde la estatura de su poder en el gobierno cristinist­a oficiaba de crítico y denunciant­e del hoy Presidente: lo calificaba de vago, se burlaba de su talento político, le imputaba irregulari­dades y delitos varios. Adrede, se cosechó un enemigo para siempre, justo a quien se jacta de la memoria borgiana de Funes para ciertos episodios de la vida.

Si Macri odia a ese personaje que lo sulfuraba como Bianchi y Riquelme en Boca, en cambio una relación más grata le agradece a otro candidato de la hilera K para el accidentad­o tránsito judicial de los kirchneris­tas. Parece que a pesar de un final ignorado pero para muchos presumido, el Presidente conserva un buen recuerdo de Ricardo Echegaray, ex titular de la AFIP, al que públicamen­te señaló como capaz de integrarlo a su gobierno como funcionari­o tributaris­ta (otro elegido por su voz fue Miguel Galuccio, de YPF, al que hundieron en su permanenci­a por tres votos a dos un quinteto de asesores).

Para Macri, segurament­e, lo debía entusiasma­r la capacidad de Echegaray para guardar secretos oficiales, cuestión que hoy no puede mostrar con sus colaborado­res impositivo­s. Pero nadie sabe si esa cobertura misteriosa le servirá al ex jefe de la AFIP y casi auditor general de la Nación cuando lo convoquen a tribunales.

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JUAN OBREGON EN CONFLICTO.
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