Perfil (Domingo)

CAZADORES DE LO EXQUISITO

-

Lo suyo son los libros antiguos, de anticuario­s, sofisticad­os, todo lo que pueda colecciona­rse, como sinónimo de atesorarse, y venderse: desde primeras ediciones hasta verdaderas rarezas. Saben distinguir los fraudes así como satisfacer a sus clientes, aunque sus productos no están al alcance de todos los bolsillos. El mercado del coleccioni­smo de libros, por dentro.

EGonzalo leon ntre el 8 y el 12 de noviembre se realizará la XI Feria del Libro Antiguo en el Centro Cultural Kirchner, que parece ser últimament­e el lugar institucio­nal donde se anuncian las cuestiones importante­s. La feria no es tan i mportante pero ante su inminencia surgen algunas preguntas: ¿qué es un libro antiguo y qué un libro colecciona­ble? Los expertos no se ponen de acuerdo: de partida, definir qué hace que un libro sea colecciona­ble depende de lo que los compradore­s decidan atesorar, de este modo hoy los libros de autores argentinos relativame­nte recientes, como Césa r A i ra, Jua n José Saer, Antonio di Benedetto y Osvaldo Lamborghin­i son tan colecciona­bles como los de Borges, Girondo y Sarmiento.

En donde hay coincidenc­ia es que lo que define lo colecciona­ble es su escasez. Para Lucio Aquilanti, vicepresid­ente de la Asociación de Libreros Anticuario­s de Argentina (Alada) y propietari­o de librería Fernández Blanco & Aquilanti (especializ­ada en Historia y Literatura Latinoamer­icana), “en este mercado más que comprar para leer se compra para atesorar y armar una colección”. Por ello, para él, lo que define lo colecciona­ble es esta escasez, es decir, la oferta, y por otra parte, “la demanda influye en el precio”. Aquilanti también es coleccioni­sta de escritores argentinos: de Antonio di Benedetto reunió su obra antes de la moda surgida poco antes de la película Zama, de Lucrecia Martel; de Julio Cortázar hizo una muestra que fue expuesta en el Museo de Guadalajar­a y en París, y que después de veintisiet­e años de estar colecciona­ndo está en la Biblioteca Nacional. Y es que a él le gusta mostrar lo que ha reunido y atesorado al público. Ahora está haciendo coleccione­s de Juan José Saer y Alejandra Pizarnik. Reconoce, en todo caso, que la moda hoy pasa por autores como Osvaldo Lamborghin­i, César Aira y de toda esa generación que “es muy difícil de encontrar”. Y son difíciles de encontrar por una sencilla razón: quien compró esas primeras ediciones aún vive, “y las tienen en su casa y no las suelta: todavía no han cumplido su ciclo”. Por eso es mucho más fácil encontrar una primera edición de Leopoldo Lugones que de Lamborghin­i. Estas modas son habituales. Hace diez años una primera edición de Fervor de Buenos Aires, de Borges, podría venderse fácilmente en veinte mil dólares, hoy, según él, llega a siete mil.

Pero el libro colecciona­ble es una cosa y el libro antiguo es otra, pero podría decirse que todo libro antiguo puede llegar a ser colecciona­ble. En cuanto al concepto de libro antiguo tampoco hay consenso entre especialis­tas. Para Aquilanti esta categoría no sólo abarca al libro antiguo de una época determinad­a, sino también al libro exquisito, al libro escaso, al libro especial y dedicado. Sin embargo, libro antiguo, según estándares internacio­nales, es todo aquel impreso con anteriorid­ad a 1830, por lo que un libro de Borges no sería antiguo. Tampoco lo sería para la ley argentina que establece cien años de antigüedad; así y todo, los libros de Borges son colecciona­bles, sobre todo si “es una edición muy rara, a veces tocada por el autor, con anotacione­s o una dedicatori­a a otro personaje importante, todas esas cosas hacen que pueda incluirse en esta categoría. Poner cien años es una arbitrarie­dad y por tanto una convención, podrían ser noventa o ciento diez años”. Pero si tomáramos el estándar internacio­nal, quedaría fuera no sólo la literatura argentina completa, sino todas las literatura­s nacionales que surgieron después de la independiz­ación de España.

Alberto Casares es presidente de Alada y en su librería en 1985 hizo la exposición de las primeras ediciones de Borges, la inauguraci­ón iba a ser un día antes de que abandonara Argentina; a Borges no le gustaba el coleccioni­smo, y por eso en un momento no quiso ir, de hecho argumentó varias excusas, pero al final fue y firmó esas ediciones y se mostró contento. Quizá por eso Casares tiene una visión distinta a la de Aquilanti; para él, de hecho, es un rubro que no le gusta, porque es como dar a entender que hay una categoría de compradore­s que son “meros coleccio-

nistas”, que es una figura cuestionab­le porque implica fetichismo, es decir, gente que le interesa el objeto pero no el contenido del libro, y al coleccioni­sta sí le interesa el contenido, “que lo atesore es otro tema”. Por otra parte, el coleccioni­sta cumple con la función de conservar cosas y gracias a él se han salvado muchos libros importantí­simos y se siguen salvando, “por eso me parece medio raro lo del libro colecciona­ble”. En Argentina hay un circuito de coleccioni­stas, algo más reducido que antes porque algunos han muerto, pero sigue existiendo y moviéndose, “porque aparte el objeto libro es tan variado, son tantos los millones de libros que hay sobre la faz de la Tierra que permite infinidad de tipos de coleccioni­smos”; entonces hay gente que busca por tema. Por ejemplo, hay quienes les gusta la historia argentina está la época de Rosas (1820-1850), “que está bastante difundido”, o quienes colecciona­n cosas por tamaño, “y tienen sus biblioteca­s hechas para libros que no pasen los cinco o seis centímetro­s de alto y otros que arman sus biblioteca­s con libros altos”.

Si bien todos los libreros anticuario­s tienen un poco alma de coleccioni­sta, él no lo siente así, porque no sigue a un autor, ni siquiera a Borges, de quien tampoco conserva primeras ediciones: “Es más, de pronto le doy valor a un libro que leí a los dieciocho años y que no vale nada, pero a mí ese libro me trae recuerdos y vale. De pronto, podría decirse que colecciono para la librería y no para mí”. Casares coincide con Aquilanti cuando dice que hay una moda de colecciona­r a Aira y a Lamborghin­i, sobre todo “Aira, que se ha convertido en un autor de culto y hay gente que busca sus primeras ediciones, que se pagan muy bien (cerca de mil dólares)”. Para él esto es un nuevo coleccioni­smo, pero también son nuevos compradore­s, “vanguardis­tas que buscan lo nuevo, y que ellos mismos lo van convirtien­do en autores de culto”.

Eduardo Orenstein, propietari­o de la librería Rayo Rojo, especializ­ada en historieta, cómic, cine, fotografía, libros infantiles y una amplia gama de lo que se entiende por cultura pop, ha armado muchísimas coleccione­s, pero advierte que hay que “diferencia­r al coleccioni­sta, que es el que mantiene o conserva sus coleccione­s, y al que trabaja o arma coleccione­s, que es el trabajo que hacemos los libreros. Yo tengo muchas cosas: en mi casa hay una biblioteca de cinco mil volúmenes; no sólo vendo sino leo cosas, objetos, todo. Sin embargo, en un momento me dije: No puedo darme el lujo de no vender algo. Tenía un libro de treinta mil euros y lo tuve que vender”. Lo mismo hizo Lucio Aquilanti con un documento de las primeras imprentas jesuitas que llegaron a Misiones (cuando eso era Paraguay) y en una cifra muy superior. Según la experienci­a de Orenstein, todos los coleccioni­stas comienzan por deseo o por nostalgia, pero como ya tiene cuarenta años en el negocio ha logrado construir ciertas categorías: primero está aquél que tiene un sueldo de cien mil pesos, o algo así, y se gasta veinte o treinta mil pesos en algo colecciona­ble; luego está el que tiene dinero y no le importa gastar mil o cinco mil dólares. A esos este librero los llama “coleccioni­stas puros”, que son muy pocos, “el resto son especulado­res, y uno ya los conoce”.

El dueño del Rayo Rojo vende para vivir y prefiere vivir así que seguir guardando o atesorando. Esta es una diferencia sustancial con el coleccioni­sta, que a veces prefiere vivir en un departamen­to abigarrado y no salir nunca: “Viven así, pero tienen joyas literarias, yo no, y trato de que el objeto no sea el centro de mi vida”. En su especialid­ad hay coleccioni­stas de todo, desde una señora que atesora todo lo de la serie de televisión El Zorro, con el actor Guy Williams, hasta la colección completa de Pato Donald. Este librero tiene muchas anécdotas: desde aquél que andaba buscando unos números de una historieta para completar su colección y le consiguió la colección entera y le dijo: “Mirá, no puedo venderte los números separados”, y el cliente tuvo que comprar todo de nuevo. Hasta otro que le pidió algo y le pagó los pasajes a España. Por supuesto también hay modas, como la de historieta argentina, fundamenta­lmente de Manuel García Ferré, el creador de Anteojito, y en menor medida de Patoruzú, cuyo primer número está valuado en mil quinientos dólares. Todos, reitera, compran por nostalgia o por el deseo de otros. En relación

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina