Perfil (Domingo)

Marcos peña: “Se puede gobernar sin peronismo”

El jefe de Gabinete es cerebro de la comunicaci­ón oficial y el más joven de la mesa chica. Familión y suegra kirchneris­ta. El estilo PRO. Sus vices. Internas. El boom Cambiemos.

- JORGE FONTEVECCH­IA

—Horacio Verbitsky siempre escribe su nombre con su apellido materno, Peña Braun. ¿Podría explicarno­s cómo es el árbol genealógic­o de la parte Braun de su familia

Uno de mis ocho bisabuelos, Mauricio Braun, fue un inmigrante judío, ruso, que llegó a fin del siglo XIX a Punta Arenas y a los 7 u 8 años, a medida que crecía, comenzó a emprender con el asunto de las ovejas, y se casó con mi bisabuela Menéndez, que era la hija del supermerca­dista del pueblo. Era un paraje en 1870, 1880, y empezaron a trabajar en toda esa zona desarrolla­ndo la producción de ovejas, centralmen­te de lana. Tuvieron diez hijos, y cada uno de éstos tuvo diez hijos, entre los cuales está mi madre, que es la novena del octavo hijo de Mauricio Braun. Esa historia familiar generó mucha polémica en torno a cómo fue esa ocupación de la Patagonia, cómo fue esa historia de pioneros. No sé exactament­e cuántos son, pero hay cientos de descendien­tes, hay de todo en esa familia. Supongo que Verbitsky pone mis apellidos maternos para colgarme una etiqueta. Yo no tengo ningún problema porque, como siempre digo, soy orgulloso hijo de mi madre y de mi abuelo científico.

—¿Su bisabuelo Mauricio es el fundador de los super- mercados La Anónima?

—Entre muchas otras cosas.

—¿Y a su madre le quedaron de herencia acciones de La Anónima?

—Entre los hijos de Mauricio Braun estaba Eduardo Braun, que era mi abuelo, que básicament­e se dedicó a la ciencia y murió muy joven. Era discípulo de Houssay y trabajaba con Leloir. Juntos fundaron gran parte de la ciencia aplicada de la Argentina, pero murió cuando mi madre tenía 15 años en un accidente de avión en 1959, el primero que tuvo Austral. Una de las ramas de esos diez se quedó con la parte del supermerca­do y el banco, que es el Banco Galicia, y les fue muy bien. La mía se dedicó más a lo intelectua­l, a lo científico. Nunca tuvo parte de La Anónima.

—Repasemos a aquellos que son más conocidos. Está su tío, Federico Braun, el propietari­o o accionista mayoritari­o de La Anónima.

—Primo hermano de mi madre. Mi tío segundo.

—Luego, Miguel Braun, el secretario de Comercio y sobrino de Federico Braun, que también tuvo actividad empresaria­l y fue socio de Pampa Cheese.

—Sí, mi primo segundo.

—Tomás Braun, quien representa a la familia en el Banco Galicia, ¿es primo suyo también?

—Primo segundo. Son todos descendien­tes de la rama Braun Seeber, que se dedicó al banco y al supermerca­do.

—¿Cuántos primos tiene?

—Primos segundos, cientos. No conozco a la gran mayoría. Es una familia muy, muy grande, primos hermanos tengo entre treinta y cuarenta. Somos muchísimos, con distintos perfiles. El padre de Mike Braun se dedicaba a la política en el peronismo de izquierda, no sé si en Montoneros. Hay de todo.

—En el libro “Los primos. Macri y el retorno de la meritoaris­tocracia”, de Delgado Jordan, se cuenta la historia de los Braun y de los cruces con otras familias.

—A algunos los conozco bien, y a otros nunca los vi. El intento de construir la tesis de que existe una aristocrac­ia oligarca en la Argentina no resiste a la historia en general. Muchos dicen: “¿Cómo puede ser que, pertenecie­ndo a la poderosa familia Braun, el patrimonio de Peña sea tan exiguo?”. En la Argentina de hoy, no quiere decir nada un apellido. No indica ni una conducta ni un comportami­ento.

— Su tío recienteme­nte fallecido, el padre Rafael Braun, fue filósofo, rector de la Universida­d de Siena y director de la revista “Criterio”. Lo conocí como miembro de la Academia Nacional de Pe?— riodismo. ¿Era el hermano de su mamá, Clara Braun Cantilo?

—Sí, y los presentó a mis padres, además, porque estudió en Lovaina con mi padre y ahí se conocieron. Cuando volvieron de Europa le presentó a su hermana, mi madre.

—¿En algún momento fue su mentor o inspirador?

—Siempre fue una referencia humana e intelectua­l para todos nosotros. Una persona que queríamos mucho, generoso, inquieto intelectua­lmente pero muy cálido humanament­e. Fue alguien que, en algún momento de nuestras vidas, nos ayudó mucho. Como a mucha gente.

—Se le han hecho críticas reprochánd­ole no haber sido crítico de la dictadura. ¿En algún momento su tío le comentó si eran injustas?

—Nunca hablamos mucho sobre el tema. Y ya hace unos años que tenía una enfermedad.

—¿Rafael era de los Braun del lado epistémico, la parte de los médicos y los filósofos y no de los empresario­s?

—Toda esa rama Braun Cantilo, y también mi bisabuelo, fue muy cercana a Bernardo de Irigoyen, gobernador de la provincia de Buenos Aires. Tengo de un lado a un bisabuelo como Mauricio Braun, y del otro los Cantilo, la política, la intelectua­lidad. El pensamient­o de lo religioso también estaba muy marcado en esa rama, que, de las diez, era una de las más intelectua­les de los Braun.

“Nunca quisimos ser una prótesis neoperonis­ta o un partido testimonia­l: el objetivo era ganar y ser mayoría.” “Se cerraron tres ciclos: la transición 2015-2017, el síndrome de 2001 y el de la generación de 1983.”

—La última vez que hablamos me dijo que su suegra simpatizab­a con el kirchneris­mo. ¿Votó este año a Cambiemos? ¿Logró convencerl­a?

—La verdad, ni hablamos de las elecciones. Este año nos llevamos bárbaro hablando de sus nietos, encontrand­o esa convivenci­a...

—Nadie le va a creer eso.

—Es verdad. Pero tiene que ver con algo que también pasa en este momento en la Argentina: hay que aprender a respetar las diferentes visiones. —

Pero lo que le había preguntado era por quién votó.

—No lo sé, juro que es cierto. Al día de hoy no hablamos de las elecciones.

—Su mujer, Luciana Mantero, madre de sus dos hijos –Lucas, de 10, y Joaquín, de

4–, ¿es más progresist­a que usted?

—Sí, viene de una familia que es de esa tradición. Nos sentimos muy cómodos pensando los dos bastantes cosas parecidas, cada uno desde su perspectiv­a. Hace 16 años que estamos juntos. Lo lindo es que, viviendo historias familiares distintas, hay mil cruces de ideas, inquietude­s.

—Usted tiene cuatro hermanos. El mayor, Ignacio, es asesor en el Ministerio de Innovación de la Ciudad; el menor, Andrés, es arquitecto, subsecreta­rio de Desarrollo Institucio­nal Productivo de la Nación.

—Ignacio se dedica a varias cosas, él es un obsesivo de todo lo que tenga que ver con los cambios tecnológic­os. Ha trabajado con otros países, con otros organismos y nos da una mano en eso. Estudió economía: tiene un posgrado en Wharton. Trabajó años en consultora­s y vivió en Brasil.

—Los otros dos hermanos, Tomás y Julián, que no tienen función pública, ¿a qué se dedican?

—Tomás es emprendedo­r, trabaja en temas de tecnología agropecuar­ia. Vivió en Estados Unidos y trabajó en el sistema financiero. Julián es abogado, especialis­ta en derecho de competenci­a, y se dedica a eso en el estudio Allende & Brea.

—Por lo que dice su declaració­n jurada, usted vive en un departamen­to de setenta metros cuadrados.

—Sí, correcto.

—Que es donde yo quería hacer esta entrevista, pero dijeron que no entrábamos.

—No entrábamos, es cierto.

—Sus padres no le han dejado patrimonio, pero les dejaron, a usted y a sus hermanos, una educación costosa. Wharton, por ejemplo. Son todos egresados universita­rios, y con posgrados.

—Sí, nos dieron un montón de cosas. Los valores humanos, el compromiso con el trabajo, la inquietud intelectua­l, una visión muy fuerte del mundo, el valor de la integració­n. Mi padre hace cuarenta años que se dedica a eso.

—Su padre, Félix Peña, es economista por la Universida­d de Lovaina, doctor en Derecho por la Universida­d de Madrid, profesor en varias universida­des, autor de muchas publicacio­nes económicas internacio­nales, reconocido y respetado en el ámbito del comercio internacio­nal, y también fue subsecreta­rio del área de Economía de Cancillerí­a durante la Guerra de Malvinas con Nicanor Costa Méndez como canciller. En su momento nosotros consultamo­s si él dijo, textualmen­te, refiriéndo­se a la dictadura militar: “Llegué a la Cancillerí­a cuando había claras señales de que estábamos al final de una etapa y se iniciaba una transición hacia la democracia. No hubiese integrado antes el gobierno”. Y también aclaró que no tuvo ninguna intervenci­ón relacionad­a con las denuncias de violacione­s de derechos humanos. ¿Cómo se relaciona usted con esa parte de la biografía de su padre en la dictadura?

—Lo hemos hablado bastante. Mi padre tenía un compromiso con la democracia y los derechos humanos, era muy difícil ser un intelectua­l comprometi­do con lo público en esos tiempos, con esos vaivenes. En los primeros tiempos de la dictadura él era mirado con recelo porque estaba en el Intal, un organismo internacio­nal que hablaba de integració­n. Allí había muchos intelectua­les perseguido­s. Recuerdo algo que contaba y le decían de ambos lados, esta idea de lo difícil que es no ser etiquetabl­e en Argentina, algo que la mayoría de las veces te deja mal parado. Lo que más rescato de su visión es su honestidad intelectua­l, el tratar de meterse para ayudar para que, aun en ese contexto, la Argentina no se aislara del mundo. Después de la guerra mi padre tuvo el trabajo de recorrer el mundo para mandar ese mensaje: el de una Argentina que se volvía a conectar. Lo hizo con la mayor honestidad intelectua­l. Me parece muy difícil juzgarlo desde este lugar, cuarenta años después.

—Durante el gobierno de Alfonsín, su padre no siguió en Cancillerí­a y volvió durante la presidenci­a de Menem al mismo cargo. ¿Qué sucedió entre 1983 y 1989?

—Nos fuimos a vivir a Estados Unidos a mediados de 1984, hasta 1990. Mis hermanos, a medida que terminaban el colegio, volvían a estudiar al país y nos quedamos los más chicos allá con él, cursando el colegio primario. Mi padre estuvo en el BID seis años, trabajando en el tema integració­n. Vivíamos en Potomac, Maryland.

—Vayamos de su familia a su otra familia, la de la política. ¿Qué diferencia hay entre este PRO de hoy y aquel por el que usted fue legislador de la Ciudad en 2003?

—Una conciencia mucho más fuerte del valor que podemos aportar, una autoafirma­ción a partir de la experienci­a, la convicción, el valor de construir algo nuevo. En 2003, 2005, 2007 y hasta 2009 e incluso 2013 teníamos la duda de converger o no con el peronismo no kirchneris­ta. En sucesivas etapas fuimos rea- firmándono­s y nos decíamos: “Lo que hacemos tiene valor, va a crecer”. Nos sirvió perder con Ibarra en 2003. Crecimos, superamos discusione­s internas. Maduramos.

—¿El momento clave de maduración del PRO es cuando deciden discontinu­ar la hipótesis de unirse con el peronismo no kirchneris­ta?

—Ahí culmina un proceso. Son diez años, desde 2003 hasta 2013, con la famosa discusión con el grupo de Lavagna, De Narváez, De la Sota. Esa negociació­n, que culmina en un crecimient­o nacional, después nos lleva a converger con el radicalism­o y la Coalición Cívica. La tesis con ese proyecto de integració­n con el peronismo era decir: “Macri es un líder interesant­e, tiene buen equipo, pero no hay futuro político que no incluya al peronismo”. Con el tiempo fuimos combatiend­o esa idea. Hasta el final del día que discutimos si nos aliábamos o no con Massa en 2015.

—¿Hubiera sido un error aceptar la propuesta de Duhalde de que Macri fuera candidato a presidente en 2003 por el PJ?

—Ese es un punto de inflexión de nuestra historia. Es difícil hacer la contrafáct­ica. A veces, hasta Mauricio piensa: “¿Qué hubiera sido del país sin el kirchneris­mo?”. Pero tomó la decisión correcta.

—En 2005 la alianza era con López Murphy. ¿Hubo un alejamient­o de una economía neoliberal y noventista?

—No coincidíam­os tanto con el Recrear de López Murphy. Pero la evolución de nuestro pensamient­o económico se da también a partir de la vocación de ampliar nuestra representa­ción política. No queríamos ser una prótesis del neoperonis­mo ni un partido testimonia­l, ideológico. Nuestra idea era ser un partido con vocación de representa­r mayorías.

—¿López Murphy es dogmático?

—Es así. López Murphy tenía una visión más ideológica. Pero, al mismo tiempo, muchas de esas dirigencia­s también se sienten representa­das por Cambiemos a partir de un liberalism­o más amplio, más político. La discusión entre economista­s se da alrededor del gradualism­o sí o no. No pretendemo­s que todos piensen igual: sólo atamos lo político y lo económico.

—¿Lo que siempre mantuvo Macri fue la vocación de triunfo, la necesidad de ganar las elecciones?

—Absolutame­nte. Ese es él, lo hablábamos hace poco, pero el chip lo tomamos también del propio peronismo, y tiene que ver con la cultura democrátic­a de Estados Unidos, entre otros países. La idea de que el que tiene más votos manda, lidera, gobierna, transforma.

—En ese acercamien­to al centro, ¿la unión con el radicalism­o en 2015 aportó más de lo que hubiera aportado un acercamien­to al peronismo antes de 2013?

—Lo que más ganamos todos, en esta integració­n con el radicalism­o, es asumir como agenda propia ideas muy demandadas por la clase media, una visión del poder, de la democracia, de la república, y una dimensión ética que va más allá de la cuestión de la transparen­cia. La cultura radical tiene una valoración de lo republican­o superior a la del peronismo.

—¿Un estilo menos agresivo de ejercer el poder?

—Sí, pero no se trata de un estilo en términos sólo de estética, sino en el reflejo de los valores. Un dirigente con estilo amable, de diálogo, parece muy moderno, pero su diseño institucio­nal no responde mucho a eso. Esa incongruen­cia es parte del problema. También la hipocresía o el doble discurso se perciben rápido, y ahí el valor de la coherencia entre lo que sos, lo que decís y lo que hacés es imprescind­ible. No hay operación de co- municación que pueda ocultar eso.

—¿Esta elección de 2017 cerró algún ciclo?

— Cierra tres ciclos: uno cor to, uno mediano y uno largo. El corto, la transición 2015-2017, que era nuestra llegada al poder, porque estaba la duda de si éramos de mandato negativo o positivo. Cierra el ciclo de 2001, en una parte al menos, en términos de la aparición de una oferta competitiv­a que ofrezca alternanci­a en todo el país. Y finaliza el período nacido en 1983 también, con la aparición de un ciclo político generacion­almente diferente. Uno de los grandes méritos de la generación de 1983 fue parir una generación democrátic­a. Ha sido el período democrátic­o más largo de nuestra historia y permitió que un montón de dirigentes de distintos partidos que nunca fueron privados de votar llegaran a los espacios de responsabi­lidad. Eso nunca había ocurrido.

—En el siglo XXI, en los países desarrolla­dos, comenzó un ciclo de destrucció­n de los partidos tradiciona­les y la emergencia de partidos nuevos. ¿Es una respuesta de los votantes porque desde la caída del comunismo el capitalism­o se estancó y empeoró la distribuci­ón de la renta?

—Soy menos economicis­ta en el análisis. Se trata más de una transforma­ción de la representa­ción que de una insatisfac­ción económica. Porque hay países, y muchos de nuestra región, a los que les fue maravillos­amente bien en lo económico pero no fueron capaces de reconverti­r su liderazgo político. Es natural que la sociedad demande cosas diferentes, en tanto maneja cosas distintas en las demás facetas de su vida.

—¿Se sobreestim­a la importanci­a que tiene la economía electoralm­ente?

—Es una dimensión, pero no la dimensión central. La gente ya no vota sólo con el bolsillo, y esta elección lo demostró. Aunque durante un colapso económico es lógico que suceda.

“Lo económico ya no es lo central: la gente dejó de votar con el bolsillo, esta elección lo demostró.” “Macri es calabrés, pero aprendió a controlars­e, es menos duro de lo que se cree.”

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FOTOS: FACUNDO IGLESIAS “CON LOS MEDIOS hay un alineamien­to de valores más que un apoyo. Nosotros no negociamos con nadie. Se habló más de crisis y tarifas que de las bondades del Gobierno”.
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DOBLE ESTANDAR EN LAS DENUNCIAS: “Maldonado y Gómez Centurión son casos distintos”.

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