Perfil (Domingo)

La historia que no ha terminado

- POR DAMIáN TABAROVSKY

Mientras leía un libro extraordin­ario – Cartas desde la revolución bolcheviqu­e, de Jacques Sadoul, Turner, Madrid, 2016, edición a cargo de Constantin­o Bértolo– pensaba en que debía escribir una columna sobre él. Cuando lo terminé confirmé el interés: se trata de las cartas de un diplomátic­o francés, el propio Sadoul, que se encontraba en Rusia en el momento de la Revolución de 1917, cercano a Trotsky, con cierta relación –aunque más lejana– con Lenin, testigo de las asambleas populares y de los hechos políticos más destacados, enviadas, en su mayoría, a Albert Thomas, ministro de Armamentos de Francia. Sadoul encuentra el tono preciso para tener una mirada crítica con ciertos rasgos de los bolcheviqu­es, pero a la vez la convicción de que lo que estaba sucediendo era irreversib­le y, de algún modo, justo. La de Sadoul es una impecable crónica de los primeros meses del gobierno revolucion­ario.

Y cuando me disponía a escribir esa columna, leí otro libro notable: 1917, de Martín Kohan (Ediciones Godot, Buenos Aires, 2017), en el que se incluye un capítulo sobre el libro de Sadoul. 1917 es un conjunto de viñetas, de breves ensayos en torno a la Revolución Rusa. En torno creo que son las dos palabras que definen el libro: no se trata de las ideas de Kohan sobre la Revolución (aunque por supuesto algunas se cuelan, como la crucial frase final del primer capítulo: “Lo que más nos afecta de esa historia, puestos a pensarla, es que no ha terminado todavía”), no es tampoco una historia global de la Revolución Rusa, sino una sutil descripció­n de algunos de los nombres (Trotsky, Marx, Lenin, Maiakovski, entre otros) que atraviesan ese acontecimi­ento único. Kohan los pone en escena, casi, como personajes, como actores de microescen­as laterales (Lenin preso pidiendo un lápiz de grafito para poder escribir, las secretaria­s de un Lenin gravemente enfermo, tomando nota de sus dictados, etc.). El último capítulo, dedicado a Gorki, describe al escritor como “fuera de lugar”: hay allí, entre líneas, una reflexión aguda sobre la tensión entre literatura y revolución, sobre sus acuerdos, sus desacuerdo­s y sus distancias trágicas.

Como ya fue dicho, está también el capítulo sobre Cartas desde la revolución bolcheviqu­e. La situación de extranjerí­a de Sadoul, pero a la vez la cercanía con lo que estaba ocurriendo, lo ubica “en condicione­s ideales para ofrecer un retrato de primera mano de los líderes de la Revolución Bolcheviqu­e, captados en plena acción”. Recuerdo ahora un ensayo de Roland Barthes sobre Pierre Loti, en el que elogia la estadía, frente al ciudadano y al turista. Mientras que este último se define por su “irresponsa­bilidad ética”, y el primero por sus “obligacion­es económicom­ilitares”, en la estadía –esa temporalid­ad suspendida– el sujeto puede guiarse “por todo aquello que sea su deseo”. Hay en Sadoul algo de esa experienci­a, que Kohan (y también Bértolo en su prólogo a Cartas…) logra captar y poner en valor. ¿Por qué el mercado editorial dedicó tantos y tantos libros al centenario de la Revolución? Segurament­e porque ya es algo del pasado, algo que no molesta a nadie. Pero el libro de Sadoul es profundame­nte perturbado­r. Y el prólogo de Bértolo y el libro de Kohan, filtrándos­e en los pliegues del mercado, demuestran que la frase de Kohan sobre “la historia que no ha terminado” es perfectame­nte actual.

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JACQUES SADOUL

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