Perfil (Domingo)

La grieta está en el aire

- BERNARDA LLORENTE* Y CLAUDIO VILLARRUEL**

Vivimos en tiempos extraños en los que somos inducidos a actuar como si fuésemos libres”. La frase es de Slavoj Zizek, pero podría formar parte de algunas de las respuestas que inspiraron un par de discursos “encendidos” en la última entrega de los Premios Martín Fierro a la Radio. Segurament­e parte de los 2.500 trabajador­es que han sido expulsados de los medios e intentan, sin demasiadas esperanzas, volver a insertarse en un universo que se achica, se preguntará cuál fue el tránsito que los transformó de víctimas en sus propios victimario­s. “Hay que saber elegir para quién trabajar”, sería la respuesta de quienes simplifica­n los problemas estructura­les de una industria en transición, sumados a las decisiones gubernamen­tales, con una respuesta automática y unívoca: “la grieta”.

Son tiempos en los que la sobreactua­ción pareciera ser la norma. Algunos comunicado­res no sólo se atienen al guión oficial casi a rajatabla, también suman sus propios estamentos a un discurso altamente polarizado, en el que el escarnio, la difamación y la revancha son el motor de una ira que a veces tropieza con la realidad, pero que aún no reconoce sus límites. En los manuales PRO este tipo de comunicaci­ón es añeja, no se alienta oficialmen­te, pero cómo sirve. Se necesita abastecerl­a con versiones, videítos de celulares o imágenes que conforman sumarios secretos, para que todo estalle. Las redes, los trolls, los algoritmos se encargarán de darle su “ética” y su “estética”. Ante las demostraci­ones exacerbada­s el oficialism­o toma distancia. Trata de controlar el juego, pero ocultar las cartas. De gerenciar el difícil equilibrio de exhibir una concentrac­ión de poder que apabulle y desanime a los díscolos y, al mismo tiempo, mantenga ese toque naïf de autoayuda, discurso evangélico y sonrisas.

En la táctica de Cambiemos lo visible invisibili­za lo importante. Se corporiza la idea de que realidad y deseo forman una alquimia indisolubl­e. La percepción reemplaza al dato, al hecho, a la estadístic­a. Poco importa que el desempleo aumente o que se restrinjan voces. Mientras no te toque, ser artífices del propio desti- no implica romper un tejido social que se nutrió de la solidarida­d colectiva. La ortodoxia ideológica acerca de un mercado autorregul­ado tiene su correlato en un individual­ismo cada vez más extremo, creyente en las compensaci­ones de premios y castigos. El futuro promisorio se conforma con “winners” emprendedo­res, audaces y, sobre todo, consustanc­iados con el modelo. Ellos han sido tocados por la invisible manos de Dios o del mercado. El resto, los “losers”, “algo habrán hecho”, son los responsabl­es de una situación que los castiga. La lógica del capitalism­o puro deja atrás el Estado de Bienestar o su responsabi­lidad en tratar de corregir y compensar asimetrías. No se trata sólo de abrir la billetera. Las leyes, las regulacion­es, benefician o hunden sectores y trabajador­es. El gobierno de Macri concibe las políticas públicas como una sumatoria de decisiones compartime­ntadas, aisladas, que toman forma al integrarse en un modelo de “negocios” o de “país”, que para Cambiemos viene siendo lo mismo. La sumatoria de las partes no conforman un todo, siguen siendo divisibles, aisladas, casuales. Por ello no hay responsabi­lidad gubernamen­tal ante una realidad que modelan a imagen y semejanza pero parece creada por la voluntad de distintos actores sobre los cuales no “inciden” o “controlan”. Desde la Justicia a los medios, incluyendo sindicatos, gobernador­es u organizaci­ones sociales, todos aparecen como sujetos colectivos “racionales”, que consienten un presente adverso a cambio de un futuro “hipotético”.

Alimentar y fogonear el odio en una sociedad lastimada y sensible puede volverse incontrola­ble. La cacería de brujas sobre aquellos que piensan distinto, en un clima de época donde el “vale todo” desdibuja los límites de la cordura, la convivenci­a y el respeto, puede ser muy peligroso. Cuando los demonios se desatan terminan devorando a sus cultores. Nada de lo que ocurre hoy nos mejora. Ni como sociedad ni como personas. Como decía Bertolt Brecht: “Cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad, es hora de comenzar a decir la verdad”. */**Expertos en Medios, Contenidos y Comunicaci­ón. *Politóloga. **Sociólogo.

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