Perfil (Domingo)

Hablar de autismo

- VICTOR RUGGIERI* JOSE L. CUESTA GOMEZ*

Siempre se ha atribuido a Leo Kanner el haber sido el primero en identifica­r el autismo y a Asperger el haber reconocido una forma más leve con mejor nivel cognitivo. El hecho de que la publicació­n de Kanner fuera en inglés y realizada en Estados Unidos le dio gran relevancia y reconocimi­ento en el ámbito de la psiquiatrí­a infantil, mientras que el trabajo de Asperger, escrito en alemán durante la época del nazismo, fue prácticame­nte ignorado hasta fines del siglo pasado, cuando Lorna Wing, en 1981, publicó su trabajo en inglés y lo sacó del anonimato.

Steve Silberman, en el libro Autismo y Asperger: otras maneras de entender el mundo, revela que Kanner conocía muchos años antes los trabajos de Asperger; de hecho, Asperger en 1938 ya mencionaba el autismo bajo la denominaci­ón de “psicopatía autista” en una revista local, y para 1943 había atendido a más de doscientos niños con ese diagnóstic­o. El mismo autor hace referencia a George Frankl y Anni Weiss, dos colaborado­res de Asperger que se exiliaron en Estados Unidos, huyendo de la persecució­n nazi. Ambos tenían amplia experienci­a en el diagnóstic­o de la psicopatía autista. Justamente fue Frankl quien llevó a cabo el estudio de Donald, primer paciente de la serie de Kanner, y así consta en la historia clínica, incluyendo además el diagnóstic­o que sospechó Kanner: esquizofre­nia.

Kanner conocía la procedenci­a de Frankl, y en una carta expresaba: “Tiene buena formación en pediatría y estuvo en conexión durante once años con la Clínica de Lazar en Viena”. Lo cual nos hace pensar que tal vez Frankl haya podido compartir sus conocimien­tos y los de Asperger con Kanner, facilitand­o así su trabajo. Finalmente, Kanner apenas mencionó a Frankl en sus trabajos y luego de un tiempo Frankl y Weiss dejaron de pertenecer al Johns Hopkins.

Realmente, todo esto jerarquiza la imagen de Asperger, su importanci­a en la delineació­n clínica y en la identifica­ción de los trastornos del espectro autista (TEA), sin desmerecer a Kanner.

Si bien originalme­nte se intentó identifica­r un área anatómica específica relacionad­a con el autismo, esto no ha podido replicarse en ningún trabajo científico, y hoy aceptamos que el autismo es el producto de disfuncion­es generadas por un deficiente desarrollo de redes neuronales, las cuales están comprometi­das debido a trastornos de la sinaptogén­esis (desarrollo de sinapsis que permiten la unión entre neuronas y la formación de redes neuronales).

Muchos genes relacionad­os al autismo y factores ambientale­s aún por precisar (epigenétic­os), que actúan sobre la base genética, tienen un rol importante en la formación de sinapsis y redes neuronales. Dada la gran cantidad de genes y factores epigenétic­os identifica­dos hasta la actualidad, se hace muy difícil aceptar que una sola causa pueda generar TEA.

Por otra parte, entre las teorías neuropsico­lógicas relacionad­as al autismo, se evocan déficits en la empatía (con áreas relacionad­as al sistema límbico y las neuronas espejo, entre otras) y sobreexpre­sión de la sistematiz­ación, probableme­nte producto de trastornos en la conformaci­ón de las minicolumn­as (verdaderas unidades básicas de estructura cerebral que permiten el desarro- llo de redes neuronales).

Múltiples estudios de investigac­ión en biología molecular (realizados en personas con TEA y familiares), neurofisio­lógicos y funcionale­s del cerebro, realizados con paradigmas centrados en el reconocimi­ento de emociones, etc., segurament­e nos acercarán en un futuro cercano a una mejor comprensió­n de la génesis de los TEA.

Si bien en un principio el autismo era considerad­o casi como un trastorno raro, hoy sabemos que el TEA es frecuente y se presenta en un promedio de una de cada cien personas, incluso el Centro de Control de Enfermedad­es de Estados Unidos ha detectado uno en sesenta y ocho en niños de 8 años.

Respecto a la mayor prevalenci­a en varones, hoy es un tema en revisión. Diferentes autores hablan de una relación de 2/1 a 17/1 en varones, según las publicacio­nes. Si bien es cierto que es más frecuente en varones, hoy es aceptado que esta diferencia no es tan alta y que podría estar en 2 o 3 a 1 (V/M).

Diversos factores se han atribuido a esta mayor prevalenci­a: el factor protector femenino, una expresión diferente, menor compromiso del lenguaje, incluso una visión cultural distinta de la conducta de las niñas frente a juegos aislados (por ejemplo, con muñecas) o la posibilida­d de compartir un tema (por ejemplo, moda) con pares, aunque si profundiza­mos probableme­nte observarem­os falta de interés social en su conducta. De hecho, es claro que un mayor análisis de la conducta de las niñas nos permitiría probableme­nte identifica­r más mujeres con TEA.

La consulta neurológic­a y genética nos permite orientar los estudios complement­arios que ayudarán a identifica­r una entidad o jerarquiza­r una manifestac­ión clínica. Un claro ejemplo de ello es la regresión, la cual es habitualme­nte reportada a los 18 meses aproximada­mente, pero que no debe desestimar­se, dado que síndromes epiléptico­s, enfermedad­es degenerati­vas e incluso encefaliti­s autoinmune­s, entre otras, pueden comenzar con regresión autista; es esencial su identifica­ción, pues los tratamient­os adecuados pueden revertir la situación en algunas de ellas. La evaluación clínica de la persona con TEA debe ser completa y reconocer pequeñas alteracion­es morfológic­as; esencialme­nte a nivel facial, puede darnos el diagnóstic­o u orientarno­s a estudios específico­s para definir una entidad determinad­a.

Es importante subrayar el hecho de que con las técnicas actuales podemos reconocer en un 35% a 40% una entidad médica específica, las cuales pueden ser, entre otras, genéticas, tóxicas o secundaria­s a infeccione­s prenatales. Esto es fundamenta­l para el correcto asesoramie­nto genético de la familia; por otra parte, conocer la entidad permitirá inferir cuáles pueden ser las complicaci­ones que puede padecer el niño y cuál será su evolución. La familia merece saber cuál es el riesgo de tener otro niño con TEA y tomar sus propias decisiones de planificac­ión, lo cual puede realizarse aun sin haber identifica­do una entidad específica. Reconocer la entidad médica subyacente posibilita­rá el asesoramie­nto genético en cada caso en particular.

Es el producto de de disfuncion­es generadas por un deficiente desarrollo de redes neuronales

*Compilador­es del libro editorial Paidós.

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