Graciela Sacco (1956-2017)
Las pisadas que se proyectan ubican un adentro y un afuera que no es binario ni simple. Por el contrario, esas imágenes como opaca sinécdoque desvían la parte por el todo: el pie del sujeto en tránsito visto desde abajo y cómo sus pisadas le devuelven, a la serie de la historia y del sujeto, un nuevo mapa. Las bocas se pegan en las cucharas para estallar de gusto. Porque lo que Graciela Sacco libera es la manera de dibujar una geografía que se corresponda con un tiempo histórico: proyecta distintas manifestaciones en tablas transparentes, las imprime en madera, las corta, construye objetos y laberintos, filma bocas, evalúa la resistencia de los materiales, mide el horizonte, lo otea. Con todo eso no forma un todo. No pretende la restitución de una unidad perdida. O lo que es peor, añorada. Su forma particular de hacer mapas es oximorónica, paradójica. Lejos de fijar un territorio y marcar sus confines, traza líneas de fuga. Esas que no se saben bien cómo van a funcionar ni cuáles son sus rupturas. En ese ejercicio es indispensable que la artista se apropie para desterritorializar ese sentido del pasado y también que el espectador intervenga y soporte, en su propio cuerpo, el peso de la obra. No hace falta que lo sujete ni que se sienta sujetado. Más bien es necesario que lo experimente, lo capture, lo conquiste y lo haga variar. Funciona como el rizoma que describieron Deleuze y Guatari: “Contrariamente al grafismo, al dibujo o a la fotografía, contrariamente a los calcos, el rizoma está relacionado con un mapa que debe de ser producido, construido, siempre desmontable, conectable, alterable, modificable, con múltiples entradas y salidas, con sus líneas de fuga.”