Devenir de la ruina
No hagas lo que yo hago; haz lo que yo digo, reza el refrán que Luis Terán, al menos por esta vez, va a contrariar. En su pedagogía, por ejemplo, insiste en salir del cubo como inicio de la escultura. No quiere que sus alumnos vayan sobre esa forma como puntapié inicial del proceso. Se lo escucho decir justo frente a una de las propias que tiene ese volumen como centro. Lo que pasa en Munar, entonces, queda en Munar.
En ese espacio increíble por su tamaño y destino para residencias de artistas en La Boca, el artista nacido en 1977 está mostrando Basura de obra, la muestra que está curada por Carlos Herrera y que realizó especialmente para la apertura e inauguración.
La exhibición es la bisagra entre dos situaciones que sólo Terán pudo unir: el fin de la obra de construcción propiamente dicha y su trabajo como artista. En el gesto habilitado por la vanguardia, sustraer de la vida cotidiana o de espacios no convencionales para la dimensión artística los materiales que sí van a servir en la producción de obra. La palabra“obra ”, por cierto, conlleva esos dos sentidos: la que refiere a la producción seriada, lo grueso, el mundo del trabajo y la que se vincula con las bellas artes, lo estético, el mundo del pensamiento.
El cuerpo de obra que se hace con el cuerpo en la obra. El de Luis, que ha sido el primer trabajador colectando hierros oxidados, marcos vacíos, vidrios, piedras. Todo aquello que ya no se había utilizado en la remodelación del espacio que dirigen Diego y Florencia Benzacar y tenía destino de volquete. Ahí está el primer salvataje indicado por los movimientos que se cansa- ron del arte tal y como era en el siglo XX.
Como un visionario, Terán puede adivinar en los desechos fabriles e industriales sus próximos contornos. Puede ver en los palos, estrellas; en los marcos, bastidores.
Las esculturas que va modelando con yeso están marcadas para seguir observando cómo pasa el tiempo. De eso, sobre todo, se trata: de devenir de la ruina. Porque allí todos los tiempos convergen y se chocan, divergen y se encuentran en un presente sin determinar. Vienen del pasado, como restos y fragmentos, y encuentran la unidad en otra cosa, se le adhieren materiales nuevos, se reconstruyen otras superficies y se metamorfosean los contornos. Con esa carga
Expuesta en el extraordinario Munar que opera en el barrio de La Boca –un espacio dirigido por Diego y Florencia Benzacar– se presenta la muestra “Basura de obra”, de Luis Terán, con curaduría de Carlos Herrera. Los restos, el óxido y el abandono, más que una estética de la ruina, dan un paisaje acabado del rejunte, el desecho y el escombro.
novedosa van hacia el futuro, donde la herrumbre será la escultora. Modelará sobre el yeso y los pigmentos su lenta furia corrosiva. Se sabe que contra ella, desatada, poco puede hacerse. En su carácter destructivo se enamora de la ruina-escultura de Terán.
Sabemos por César Aira que en las obras en construcción conviven, al menos, tres grupos: los albañiles, los futuros copropietarios y los fantasmas. Son un universo cerrado en el que habitan en la novela de 1990 que lleva ese título y en el que las presencias desnudas atraviesan las losas y se escabullen entre las paredes portantes, se deslizan por las vigas y se esconden en las mochetas. Todo sucede mientras los dueños por venir intercambian ideas y necesidades con arquitectos y decoradores para resolver los lugares donde “serán felices”. Por su parte, los obreros intercalan el trajinar de faenas con somnolientos descansos.
Como un lector avezado de Aira, Terán hace aparecer esos espectros. Los dota de volumen, los rellena, los viste. También los revoca, los suelda, los enyesa, los encofra. Los insufla de una nueva vida. Los fantasmas son basura de cuerpos que los han abandonado e insisten con su presencia. Recatarlos de los escombros será, pues, justicia estética.