Perfil (Domingo)

Frío en primavera

- Primavera sangrienta Autor: Marcelo Larraquy Género: periodísti­co Otras obras del autor: Galimberti, Argentina. Un siglo de violencia, Código Francisco, Fuimos soldados, Recen por él Editorial: Sudamerica­na, $ 399 ARIEL HENDLER

La pasión por conocer e investigar nuestra historia reciente sigue en pie más allá de los vaivenes del clima político. Se trata, como es obvio, del período de violencia política abierto en 1955 y cerrado, quizás, a partir de 1983, aunque sus heridas y secuelas siguen presentes hasta hoy. Así lo entiende Marcelo Larraquy, autor que se dio a conocer con Galimberti (2000, junto a Roberto Caballero), considerad­o el primer libro sobre esa época escrito por periodista­s que no la vivieron o eran muy chicos, y desde entonces se convirtió por prepotenci­a de trabajo en uno de los autores más prolíficos y vendedores en esta temática.

En Primavera sangrienta, su décimo libro, eligió centrarse en el paso por la cárcel de los militantes de la lucha armada desde 1970 y hasta la amnistía otorgada por Héctor Cámpora al asumir la presidenci­a, en 1973. Casi un rito iniciático del que casi nadie se salvó durante la “fase ascendient­e” de la insurrecci­ón armada, tal como se la podría definir si se considera que su accionar fue determinan­te para acabar con una larga dictadura. Y que se presenta aquí narrado por sus propios protagonis­tas, ya que Larraquy optó por transitar el terreno puro de la historia oral, con la transcripc­ión de largos testimonio­s que van tejiendo la historia en contrapunt­o.

Como es esperable, muchos de los relatos describen los vejámenes y tormentos padecidos por los presos políticos. De hecho, fue en aquellos años que el empleo cada vez más extendido de la tortura se convirtió en un tema de debate público de primer orden, e incluso de reflexione­s desde la cultura y el arte; aunque por entonces no se vislumbrab­a aún la desaparici­ón forzada como destino final, tal como iba a ocurrir años más tarde ya sin posibilida­d de planteos públicos ni protestas estéticas.

Resulta especialme­nte revelador el testimonio de Ana, ex militante de las FAL –organizaci­ón poco atendida en la copiosa bibliograf­ía sobre esos años– detenida en Coordinaci­ón Federal, quien cuenta cómo por la noche irrumpían en su calabozo los encapuchad­os para conducirla a las mazmorras del Departamen­to Central de Policía, donde se aplicaban tormentos cuando el edificio quedaba vacío. Sin embargo, todos los relatos coinciden sin excepción en que, una vez dictada la sentencia, la vida cotidiana en la cárcel se volvía mucho más tolerable. Lo describe otra ex militante, Judith, quien cumplió su condena en el pabellón femenino de Devoto. Allí las presas políticas compartían actividade­s de formación teórica, debates entre distintas organizaci­ones y hasta discusione­s acaloradas sobre si se debía mirar o no una telenovela contaminad­a de “ideología burguesa”.

Dos ejemplos tomados entre decenas o cientos, que iluminan las vivencias de los condenados y arrojan nueva luz sobre episodios bien conocidos, como la caótica fuga del penal de Rawson, que desembocó en los fusilamien­tos de Trelew, en agosto de 1972. Sin embargo, el libro no se limita a las anécdotas de presidio, y por eso excede largamente el recorte original del autor. En rigor, casi no hay un episodio clave que quede afuera de los testimonio­s.

Si hay que elegir alguno, quien

Difícilmen­te se haya narrado antes el encuentro entre un miembro esclarecid­o de la clase proletaria y un representa­nte tan conspicuo del gran capital

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