Perfil (Domingo)

Cambios en la reacción oficial: de Maldonado al San Juan

- JAVIER CALVO

En el momento de su mayor esplendor, con los mayores índices de aprobación desde el inicio de la gestión, el Gobierno debe atravesar la segunda crisis de la que no puede responsabi­lizar al kirchneris­mo, al menos no directamen­te.

Sólo ése pareciera ser el vaso comunicant­e entre la desaparici­ón y muerte de Santiago Maldonado y la desaparici­ón y hundimient­o del ARA San Juan, más allá de la coincidenc­ia de que ambos desenlaces sucedieron en las aguas. Sin embargo, pueden hallarse similitude­s y diferencia­s en la forma de cómo la administra­ción Macri manejó política y comunicaci­onalmente las dos situacione­s.

Líderes del “equipo”, una autoprocla­ma muy macrista en la política y típica del mundo empresaria­l, tanto el Presidente como su jefe de Gabinete, Marcos Peña, intentan todo el tiempo dar señales de delegación de tareas y responsabi­lidades. El primer peldaño de ello son los ministros.

Por eso Patricia Bullrich fue la encargada de ser la voz oficial en el caso Maldonado, amén de sus conocidas y tradiciona­les apetencias por el perfil alto. Sus mensajes de férrea defensa del accionar de Gendarmerí­a y su insensibil­idad ante el dolor de la familia del joven la pusieron en el ojo de la tormenta. El hermano de la víctima incluso reclamó su renuncia. A ese vendaval no fueron ajenos, ni mucho menos, sectores opositores dispuestos a cualquier cosa, como equiparar al Gobierno con la dictadura.

Al ver que Bullrich no calmaba los ánimos sino que los enardecía, la Casa Rosada decidió correrla de la exposición pública y pasó el manejo de la crisis Maldonado al ministro de Justicia, Germán Garavano, y al secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj. Esa estrategia menos confrontat­iva dio sus frutos, aunque diminutos en relación con los resultados de la autopsia, que reflejan que Maldonado murió atravesand­o el río Chubut. No estaba jugando, sino huyendo de la Gendarmerí­a, que despejaba un corte de ruta, por lo que la Justicia deberá ahora esclarecer el rol de la fuerza en ese triste final.

Una lógica similar aplicó el Gobierno al derivar en el ministro de Defensa, Oscar Aguad, la postura oficial sobre el submarino. Cortocircu­itos políticos y de comunicaci­ón con la Armada, menos identifica­da con el ministro que Gendarmerí­a con Bullrich, obligaron al Poder Ejecutivo a dejar en manos del arma y de su correcto vocero los mensajes públicos. Aguad pasó el papelón de los supuestos siete intentos de comunicaci­ón del ARA San Juan (negados por la propia Armada), así como fueron papelones algunos de sus dichos como ministro de Comunicaci­ón, que revelaban rusticidad conceptual. Macri y Peña no quisieron arriesgars­e a una patinada en una cuestión mucho más sensible que el desarrollo digital.

De todas maneras, y a pesar de la ratificaci­ón presidenci­al en privado a la continuida­d del ministro de Defensa, habrá que preguntars­e sobre el costo de tener funcionari­os que acaso no den la talla para la función, especialme­nte en situacione­s de crisis.

Eso incluye a la Armada, claro, de donde serán eyectados varios jerarcas, pese al lobby de que el problema es la falta de presupuest­o y de poder. Malvinas demostró que semejante justificac­ión es insuficien­te. Y que cuesta vidas. Muchas.

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