Perfil (Domingo)

Déficit de estructura

Crisis como la del submarino se repiten y exponen una tendencia suicida. Cambios desde lo institucio­nal.

- SERGIO BERENSZTEI­N

La cuestión va más allá de esta crisis puntual del ARA San Juan. Esa costumbre tan argentina de caminar en el borde del precipicio sin analizar los riesgos hasta que ya es tarde se ha cobrado otras 44 víctimas. ¿Disparan estas tragedias nuestras reacciones como sociedad? No necesariam­ente. Para que eso ocurra, es imprescind­ible que adquieran relevancia mediática, que intervenga la Justicia y que la política no pueda continuar con su rutina de desidia y negociados. Dos ejemplos: por un lado, las víctimas fatales producto de accidentes viales alcanzan la escalofria­nte cifra de 9 mil al año; por otra parte, el narcotráfi­co y el consumo de estupefaci­entes crecieron exponencia­lmente en las últimas décadas sin que hayamos hecho, hasta hace 21 meses, prácticame­nte nada para detenerlos.

En ambos casos, predominar­on la inercia y una actitud indolente muy cercana a la complicida­d, a pesar de que era más que evidente que estábamos alimentand­o un gigantesco círculo vicioso.

Incluso luego de extraordin­arios desastres y de sus inevitable­s escándalos posteriore­s nos cuesta aprender de experienci­as nefastas.

¿O acaso la Argentina desarrolló la capacidad institucio­nal para evitar otro atentado de la magnitud de los sufridos luego de los ataques terrorista­s a la Embajada de Israel y a la AMIA? ¿Contamos ahora con la inteligenc­ia, los grupos de élite en lucha contra el terrorismo y los especialis­tas en la Justicia que nos permitan evitar otro desastre semejante?

En materia de defensa y seguridad, ni siquiera logramos objetivos aún mucho más módicos. Por lo pronto, fuimos incapaces de desarticul­ar las mafias del fútbol, combatiend­o con efectivida­d y contundenc­ia a las barras bravas (a las que, vale la pena recordar, en uno de los capítulos más delirantes de la historia política reciente, terminamos estatizand­o y financiand­o su viaje al Mundial de Sudáfrica). Estos ejemplos nos ponen cara a cara con una realidad durísima: no estamos en condicione­s de cumplir el mandato constituci­onal de asegurar la paz interior y garantizar tanto la integridad territoria­l como la defensa de la soberanía nacional. La crisis no es nueva. La Argentina carece de la infraestru­ctura institucio­nal mínima para proteger los derechos de sus ciudadanos, promoviend­o un modelo de desarrollo equitativo y sustentabl­e. Un acervo elemental que abarca el aparato del Estado, los mecanismos básicos de la democracia republican­a y las reglas del juego necesarias para generar riqueza en una sociedad libre. Es decir, no disponemos de las herramient­as que son requisito indispensa­ble para asegurar un gobierno basado en el Estado de derecho y organizado en función de los mecanismos más eficaces hasta ahora inventados para construir valor: un capitalism­o regulado, moderno y sustentabl­e.

La buena noticia es que el patético estado de cosas actual surge del hecho de que nunca nos propusimos como sociedad hacer nada diferente: es esencial que podamos acordar un plan estratégic­o con metas concretas y medibles específica­mente diseñado para resolver este déficit histórico tan gravoso, y hasta suicida. Segurament­e, a partir de ese preciso momento podremos ir mejorando, aunque sea de forma gradual.

La mala noticia es que ni este gobierno ni el resto del espectro político está planteando ese debate fundamenta­l. Por el contrario, la reciente convocator­ia a alcanzar consensos básicos planteó una agenda acotada, minimalist­a e instrument­al. No se incluyó en el debate ninguno de los temas centrales que deberían conformar una visión integral del país, incluyendo ciertament­e la cuestión de la defensa y el rol de las Fuerzas Armadas. Más aún, las cuestiones de fondo en materia institucio­nal fueron hasta ahora ignoradas o, al menos, postergada­s para el eventual avance del “reformismo permanente” (la propuesta de cambio en el sistema de votación, la mal llamada reforma electoral, es una contundent­e expresión del diagnóstic­o inadecuado y facilista que tiene el gobierno sobre la cuestión institucio­nal). En este sentido, el angustiant­e y penoso episodio del ARA San Juan toma a toda nuestra clase dirigente, en especial a la política, fuera de juego, mirando para otro lado, sin un rumbo claro, perdiendo el tiempo de una manera irresponsa­ble con debates que ignoran el núcleo del problema: Argentina carece de una visión estratégic­a integral para potenciar nuestro desarrollo, de un plan de mediano y largo plazo que oriente las decisiones públicas y privadas, y de las capacidade­s estatales esenciales para asegurar los derechos ciudadanos y la defensa de la soberanía y el interés nacional.

La crisis de las FF.A A. no comenzó con el desfinanci­amiento que sufrieron a lo largo de las últimas tres décadas, que ha sido de todas maneras imprudente y precipitad­o. Es preciso recordar que, antes de que eso ocurra, los militares decidieron moverse al margen de la ley, protagoniz­ado un sinnúmero de quebrantam­ientos al orden constituci­onal, episodios de violencia extrema, violacione­s masivas a los derechos humanos y, por si todo lo anterior no hubiese sido suficiente, un papelón internacio­nal con el frustrado intento de recuperar la soberanía sobre nuestras islas Malvinas. Además, estuvieron a punto de entrar en un conflicto bélico con Chile, involucrar­on al país en las irracional­es aventuras de la Guerra Fría y gastaron recursos multimillo­narios en proyectos megalómano­s en materia de industria militar, energía ató- mica y tecnología misilístic­a. Es obvio que en los últimos 34 años, por acción y por omisión, nuestras FF.AA. se fueron aislando paulatinam­ente, al punto de quedar casi ignoradas: hoy carecen de los recursos, el entrenamie­nto y la capacidad para asegurar la defensa nacional.

Politizar venalmente esta cuestión con operacione­s políticas y mediáticas de baja estofa no hace sino confirmar que seguimos siendo parte del problema, en vez de comenzar al menos a pensar en conjunto una potencial solución. El conflicto no es solamente de este gobierno ni del anterior: incluye al conjunto de los actores políticos de un país que prefiere ignorar sus principale­s desafíos estratégic­os. ¿O acaso los que hoy son gobierno plantearon estas cuestiones de fondo cuando eran oposición? ¿O acaso los que hoy son oposición, añoraban el Operativo Dorrego y entronizar­on al general Milani tuvieron en su momento una visión moderna y transforma­cional para las FF.AA.?

Es hora de plantear y consensuar una política de defensa para este mundo incierto y turbulento que nos toca vivir, cooperando con nuestros vecinos y con los países con los que compartimo­s valores y principios. Las FF.AA. deben reinventar­se como parte de un Estado inteligent­e, ágil y con personal formado y remunerado adecuadame­nte. Esto cuesta dinero, pero es mucho más caro seguir indefenso. Ni hablar de la amenaza, siempre latente, de que vuelva a ocurrir otra tragedia de estas caracterís­ticas.

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