Perfil (Domingo)

Desafíos de la socialdemo­cracia en el siglo XXI

- SANTIAGO LEIRAS*

El recordado autor italiano Norberto Bobbio destacaba que el socialismo “realmente existente” a lo largo del siglo XX tuvo lugar a través de dos expresione­s principale­s: el estalinism­o y la socialdemo­cracia, siendo el primero hijo directo (o más bien dilecto) de la Revolución Rusa de 1917, y la segunda resultado del auge y la institucio­nalización del Estado de bienestar keynesiano en Europa Occidental luego de la segunda posguerra.

El keynesiani­smo a par tir de la segunda posguerra, en los términos descritos por el politólogo polaco estadounid­ense Adam Przeworski, representó el basamento ideológico de los partidos de carácter socialdemó­crata en el mundo occidental.

La crisis crónica del Estado de bienestar a partir de los años 70, magistralm­ente descripta por el sociólogo mexicano Luis Aguilar Villanueva, ha sido resultado de factores endógenos –crisis administra­tiva, fiscal y de legitimida­d– como también de carácter exógeno –globalizac­ión en- tendida como autonomiza­ción del capital financiero y desterrito­rializació­n productiva–: el resultado de dicha crisis ha sido la crisis ideológica del keynesiani­smo y de los partidos socialdemó­cratas.

Tres han sido los cursos alternativ­os desplegado­s por los partidos progresist­as para hacer frente a la crisis: el primero de ellos, poner en marcha programas de ajuste tradiciona­l, como ha sido en Francia durante las presidenci­as socialista­s de François Mitterrand y François Hollande, y en España durante la segunda presidenci­a de José Luis Rodríguez Zapatero; el segundo, un ensayo de tercera vía entre el neoliberal­ismo noventista y la socialdemo­cracia sesentista, como fue en los casos de Anthony Blair en Gran Bretaña y Gerard Schroeder en Alemania en los años 90, o el más reciente de Matteo Renzi en Italia; el tercero, una suerte de reedición nostálgica de la socialdemo­cracia de la etapa dorada del Estado social de derecho, en esta línea se inscribe el giro a la izquierda del Partido Laborista con el liderazgo de James Corbyn, o del PSOE bajo la nueva conducción de Pedro Sánchez.

En América Latina, estas vías estuvieron representa­das, la primera, por Acción Democrátic­a de Venezuela durante la segunda presidenci­a de Carlos Andrés Pérez, los partidos socialdemo­crático de Brasil bajo la presidenci­a de Fernando Henrique Cardoso y socialista chileno en el marco de los gobiernos de la Concertaci­ón, el Frente Amplio de Uruguay durante las presidenci­as de Tabaré Vázquez, mezcla de política social y market-friendly, como representa­ción de la segunda, y los dos primeros años del gobierno de Raúl Alfonsín entre 1983 y 1985 como expresión de la tercera, intentando llevar a la práctica políticas de corte keynesiano, exitosas durante el gobierno de Arturo Illia en los años 60.

Frente a un proceso de globalizac­ión productiva y financiera que ha afectado las capacidade­s administra­tivas, fiscales y regulatori­as del Estado Nación, tres son las alternativ­as que tienen ante sí los partidos progresist­as: la aceptación acrítica, el rechazo radical o el gobierno de la globalizac­ión.

Gobernar la globalizac­ión significa crear instrument­os nuevos para enfrentar desafíos nuevos; frente a un problema global esto requiere respuestas globales que descarten la aceptación acrítica e inexorable de la globalizac­ión como un fenómeno de carácter natural o el rechazo radical que lleve a intentar poner en marcha políticas públicas de sesgo sesentista o un inviable aislamient­o internacio­nal.

En definitiva, la socialdemo­cracia necesita reinventar­se, y para recorrer ese camino sólo puede hacerlo apostando a la gobernanza inteligent­e frente al canto de sirena de la nostalgia o el populismo.

De los partidos progresist­as depende. *Profesor.

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