Perfil (Domingo)

Lo quiero, lo necesito, lo merezco

- MóNICA KATZ*

El abordaje tradiciona­l para tratar el sobrepeso –y los trastornos alimentari­os en general– se basa en dos premisas: comé menos y movete más. Pero en los últimos tiempos asoma lo emocional: uno empieza a comer con los sentidos, en la cabeza, cuando planifica qué va a comer, y luego con la vista, el gusto; no en el estómago.

Los sentidos actúan con dos caras: una que está afuera, para chequear los “enemigos” externos, y otra que mira los internos. Asumimos que comemos por hambre, y no comemos sólo por eso: hay consumidor­es hedónicos y otros emocionale­s. Cuando elijo una torta, un sándwich, una ensalada, elijo basado en el placer evocado de otras tantas tortas, sándwiches, ensaladas que me gustaron. Valga un ejemplo: Marcel Proust dedicó 74 páginas de El paraíso perdido a los recuerdos que tenía asociados a cuando comía una magdalena que mojaba en el té.

Cuanto más se transforme el proceso de comer en una cata del alimento, más se enterará el cerebro de lo que se está comiendo y eso permitirá saciarse más. Y si uno tiene control cerebral, lo más probable es que uno pueda detenerse y decir “hasta acá”. Si no tengo hambre, ¿qué hago poniendo comida en la boca?

Para parar se puede usar lo que llamamos “anclajes”: unos son sensoriale­s (usar elementos que despierten sentidos y den placer, como oler un perfume o tocar un objeto que nos guste); otros, sociales (enviar un WhatsApp a un amigo sin esperar respuesta) o cognitivos (contar de cien a cero de tres en tres). Eso sirve para parar y pensar: ¿qué necesito?, ¿qué quiero?, ¿qué merezco? Y quizá entre estímulo y acción esté la libertad. *Médica especialis­ta en nutrición.

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