Perfil (Domingo)

Radiografí­a de la Pampa

- LAURA ISOLA

“Lo que siempre me asombra en el campo argentino es que no hay campesinos, no hay servidumbr­e feudal. En espacios que en Polonia requeriría­n de muchos brazos, aquí no hay nadie. Un hombre y un tractor”, escribe Witold Gombrowicz extrañando a Polonia por la extrañeza de esta Pampa.

Para ver esta desolación y ponerla en palabras en el Diario argentino, el viajero fortuito –se embarcó en un viaje promociona­l a Latinoamér­ica y como estalló la Segunda Guerra Mundial no pudo volver sino hasta la década del 60– debió cruzar la geografía, por ejemplo, de Buenos Aires a Córdoba. También tuvo que ser una vez que el campo argentino se hubiera tecnologiz­ado. Esto no fue sino hasta fines de siglo XIX. No con un tractor, por supuesto, pero sí cuando la primera locomotora ingresó al paisaje y también a la pintura.

La Porteña cruzando la campaña es de 1881 y fue pintada por el ítalo-argentino Reinaldo Giudici. El contraste es ostensible: el gaucho ya bastante desarrapad­o y descalzo se tapa con una mano el oído ante el estruendo del tren. Uno va para un lado, el del progreso, el alambrado y la electricid­ad y el habitante de la Pampa a su extinción. Devendrá compadrito en algunas de las ficciones borgeanas. Se acercará tanto a la ciudad que terminará devorada por la urbe y la mano de obra en la política de comité. Dejará de estar en campo y por eso Witold Gombrowicz no lo ve, ni siquiera lo nombra. Le dice “campesino”, la forma universal del trabajador rural. Se perdió esa voz del gaucho. Que ya estaba de vuelta, reflexivo y apacible, como lo escribió en esa segunda parte José Hernández.

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