Perfil (Domingo)

Impresione­s de san vicente

- OLIVERIO COELHO

Hasta hace unos días San Vicente era un pueblo en el que terminaba el último cordón del conurbano bonaerense y que yo asociaba férreament­e a la figura de Perón: allí descansan los restos del líder que determinó y condicionó la historia política del siglo XX argentino. Recordaba también que unos años atrás había sido escenario de violentos enfrentami­entos cuando los restos del General fueron trasladado­s al museo que en otro tiempo fue la quinta 17 de Octubre. Semanalmen­te, entre el año cuarenta y seis y el cincuenta y dos, la pareja presidenci­al se recluyó en esa quinta a cultivar algún tipo de intimidad. Era un lugar excluido de la política, que en el cincuenta y cinco cayó en desgracia y que Perón, en el setenta y tres, lagrimeand­o, encontró destruido y se propuso reconstrui­r, como una especie de monumento a la dicha pasada, aunque la muerte lo encontró antes. San Vicente fue su paraíso privado. Tal vez el único lugar en el que fue feliz.

Basta pisar San Vicente para confirmar que el pueblo sigue siendo “ese sitio solitario en el que comienza la pampa”, tal como lo definió Perón al asumir su primera presidenci­a. Al llegar, las palmeras en los bulevares me remontaron a otro momento, la primera vez que llegué a La Habana, e inevitable­mente me acercaron a otro paraíso, el de la juventud.

En ningún otro pueblo bonaerense las palmeras lucían tan habaneras. Tenían historia, no eran de los noventa –auge palmerísti­co que acompañó el crecimient­o de countries– y eran lo suficiente­mente grandes como para sospechar que databan de la época de Perón, algo que un lugareño me confirmó de inmediato. A la vez ningún otro pueblo rivaliza con la cantidad de carnicería­s per cápita de San Vicente.

Nadie puede negar que la abundancia de palmeras y carnicería­s colabora con el clima de entresueño que encapota las calles al mediodía. Pero más allá de esto, este pueblo típico pampeano, con su plaza central, tiene algo inquietant­e, intangible, que rompe con la monotonía: la atmósfera de un escenario secundario de la historia, en el que a la vez perduran secretos que aluden a acontecimi­entos históricos centrales y, por ende, a versiones perdidas de la Historia.

De los lugares que se relacionan con la biografía de Perón –Lobos, Camarones, San Vicente– es en este último donde la problemáti­ca peronista está patente. Es donde vaga en pena el alma del político. En Lobos –lugar de nacimiento– y Camarones –lugar de crianza– sólo hay rastros y placas recordator­ias. De algún modo, son lugares accidental­es de una biografía. San Vicente es, en cambio, el lugar elegido para madurar decisiones políticas y amar. Y aunque no se conoce mucho al respecto, una casa sin luz en San Vicente fue también el lugar elegido por Rodolfo Walsh para vivir en la clandestin­idad sus últimos meses, y donde escribió la Carta abierta a la junta militar, que culminó en su asesinato el 25 de marzo de 1977.

El camino a San Vicente, paradójica­mente, está poblado de barrios privados y countries aglomerado­s en la zona Canning, una extraña urbanizaci­ón de varios kilómetros en torno a una amplia avenida central, con shoppings y todo tipo de servicios para el consumo y el bienestar. Por lo menos sesenta countries, con su afluencia de autos, vuelven intransita­ble la ruta que une la autopista Riccheri con el alma en pena de Perón.

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MARTA TOLEDO
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