Todo un tratado ‘queer’
Las aventuras de la China Iron
Romance de la Negra Rubia, La vigen Cabeza, Le viste la cara a Dios, Beya La nueva novela de Gabriela Cabezón Cámara trata de muchas cosas o, para decirlo más claramente, atraviesa varias capas subterráneas o tectónicas, como si en vez de escribir una novela de argumento hubiera hecho un corte transversal dentro del territorio de la literatura argentina, una reinterpretación. En todas estas capas el material geológico es la lengua en sus distintas formas. La lengua como instancia de aprendizaje, porque Liz, la inglesa que ha venido a Argentina a reclamar un territorio para reunirse con su esposo, recoge a la China Iron (Iron como Fierro) –la ex mujer de Martín Fierro, que ha quedado abandonada a su suerte junto a sus hijos– y la lleva en su aventura. Mientras cruzan la pampa en carreta, el aprendizaje o la pro- miscuidad de las lenguas va sucediendo de manera inevitable: Liz aprende la lengua de la China y la China la de Liz. Pero también esa misma lengua lleva a otra lengua, la de la seducción, el erotismo y el amor entre ellas, que se concreta cuando llegan a la estancia de José Hernández, uno de los pocos personajes varones de esta novela, y el más fuerte de todos.
La llegada a la estancia es la segunda de las tres partes de Las aventuras de la China Iron y ahí se observa, al igual que en otras novelas, como en Ema, la cautiva, de César Aira, que la barbarie está del lado de los blancos, porque ahí y propiciado por el mismo Hernández hay un campo de torturas o de disciplinamiento para los gauchos desobedientes.
El Hernández de esta ficción pa- rafrasea al Hernández de la realidad: “Un pueblo que pase del amasijo de larvas a masa trabajadora, imagínese, milady, que no será sin dolor, pero, ay, hemos debido sacrificar nuestra conmiseración, todos hemos de sacrificarnos para la consolidación de la Nación Argentina”. La crueldad o la violencia también es el otro nivel donde la lengua se expresa.
Porque si como se ha dicho, toda lengua es producto de una violencia, en especial en América –que fue conquistada-colonizada política, económica y culturalmente por invasores, y que logró su independencia entre finales del siglo XVIII y los albores del XIX–, muchas herencias de esa violencia continúan: la lengua es una de ellas.
Toda literatura se construye sobre una lengua. La literatura argentina se construyó sobre dos textos violentos: El gaucho Martín Fierro y El matadero. En este sentido la elección de apropiarse de un texto canónico de parte de Cabezón Cámara tiene una característica particular, ya que esta apropiación –es la palabra más adecuada, ya que incluye diálogo y trabajo– es queer, y constituye la alternativa más honesta que la autora pudo elegir a la hora de encarar este texto canónico.
Basta con observar sus libros anteriores para darse cuenta de ello. Sin embargo, lo hace con gracia, con talento, porque la ficción de la ex mujer de Fierro es creíble y porque el hecho de que en la tercera parte aparezca Fierro convertido en un travesti y con los indios no resulta llamativo, porque a esta altura la ficción está tan asumida y es tan consistente que resulta imposible cuestionarla.
Por último, si Arturo Carrera es-
Fierro convertido en un travesti no resulta llamativo, porque a esta altura la ficción está tan asumida y es tan consistente que resulta imposible cuestionarla.