Perfil (Domingo)

Un meritorio equilibrio

- CECILIA MOSTO*

En la historia política, las transicion­es a veces olvidadas o muy poco valoradas han sido claves en los procesos de consolidac­ión de los cambios. Su rol, en esas particular­es etapas históricas, en general, queda asociado al fracaso por la imposibili­dad de lograr las reformas esperadas por una sociedad harta y ansiosa. Quienes participan o hayan participad­o en los inicios de toda gran revolución no quieren quedar atrapados en los libros dentro de una transición, porque han sido o son sin dudas portadores de mensajes transforma­dores. No obstante, sus tiempos están llamados a tan solo, y nada menos, que a introducir en los sistemas los principios innovadore­s, pero no a liderar los procesos. Esto sucede porque los cambios, cuando son estructura­les, son enormes y el que transicion­a no tiene la capacidad para preverlos de manera completa ni recursos para enfrentarl­os, por eso son otros y posteriore­s los llamados a protagoniz­ar e inaugurar las nuevas etapas.

Como en los últimos sesenta años en la Argentina, los dos recientes encuentran su principal explicació­n en el peronismo que, hasta hoy, ha sido dueño de lo que pasa y de lo que no pasa. Sin quitarle importante­s méritos al PRO, hay que decir que sólo la profunda decadencia del Movimiento dio entrada apresurada a Macri para ejercer la presidenci­a, y a Vidal la gobernació­n. En 2015, afortunada y finalmente, la declinació­n del PJ tocó fondo con el ancla K, liberando a la sociedad de un fantasmal e incierto proyecto. Al igual que el comunismo en Rusia, del que se cumplieron cien años de su nacimiento, cuya introducci­ón al poder queda claramente facilitada por un zarismo sordo, y ciego, fue la última etapa del peronismo en el gobierno la que termina de darle forma nacional a un inmaduro y nuevo actor político, quizás temeroso como Lenin de hacerse cargo finalmente de aquello que los dueños del poder, desde siempre, ya no podían.

El kirchneris­mo arroja al peronismo a la Siberia judicial e histórica. Más que el menemismo, más que Monto- neros y que la mismísima Triple A, el gobierno de Cristina fue capaz de impulsar un profundo debate acerca de, no solamente, los gobiernos de los últimos 25 años, sino de su sentido histórico y su papel en la decadencia económica e institucio­nal argentina desde mediados del siglo pasado. Hoy, el más ignoto mediático, a las tres de la tarde, desde la televisión abierta, en programas de la farándula puede cuestionar al PJ, ya que no se necesita ser cientista social para sacar una cifra o anécdota en contra de los resultados de una larga actuación. Algo realmente impensable de hacer sin ser tildado con alguna legitimida­d social, de gorila y vendepatri­a hasta hace poco tiempo. El peronismo entonces, llamado a representa­r lo justo, la salvación del oprimido, la lucha contra el autoritari­smo y el capitalism­o mundial, está obligado a hacer silencio como responsabl­e de la mayor producción de pobres y retraso institucio­nal de la que ha sido testigo nuestro país.

Hasta aquí y después de dos años, sus dirigentes deambulan, intentando reencontra­se con poco éxito, con un territorio discursivo que le era propio. Mientras tanto, primero el PRO y después Cambiemos gratamente sorprendid­os por el protagónic­o no saben aún si están llamados a ser Kérenski o Lenin en esta etapa que, con o sin ellos, resulta por gracia de una sucesión de profundos extravíos K, sin la menor duda, de cambio. El fracaso del PJ excede lo electoral y es el fracaso del sistema político, y de todo un Estado colonizado por sus valores, su estilo de negociació­n, su cultura. El contexto convierte a Macri en portador de un significad­o que parece interpreta­r y sobre el cual ha hecho, en estos dos años, un meritorio equilibrio pero que aún no le permite definirse si está dentro o fuera de la poco valorada transición. Quizás, a diferencia de la Rusia de 1917, el PJ no encuentre el trágico final del zarismo ni Cambiemos la impotente realidad de Kérenski. Veremos. *Politóloga.

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CEDOC PERFIL PRESIDENTE­S. El kirchneris­mo arroja al peronismo a la Siberia judicial e histórica.
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